
A lo largo de los años, hablar de progreso y desarrollo en México se ha asociado con el presidente Porfirio Díaz, especialmente por su lema Orden y Progreso, el cual abanderaba las causas que él defendía o, por lo menos, es lo que la historia ha documentado.
Sin embargo, hay un pasaje del siglo XIX que pone a Díaz como un ser cercano al desarrollo de las mujeres o de una en específico. Se trató de Matilde Petra Montoya Lafragua, la primera médica en el país y que, de acuerdo a los archivos, recibió el apoyo del mandatario para que pudiera cursar su carrera.
El Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INERHM) señaló que la época en la que Montoya Lafragua se matriculó en la Escuela Nacional de Medicina (actualmente la Facultad de Medicina de la UNAM) no estaba permitido o era muy limitado que las mujeres asistieran a los estudios superiores.

Dicho instituto señaló que durante el año 1882, Matilde Montoya tuvo que atravesar diferentes adversidades, entre ellas enormes trabas burocráticas y exhaustivos exámenes, aunque pudo superarlas, en realidad las autoridades universitarias se mostraron renuentes a su ingreso.
Situación que se dio a conocer a través de los medios de comunicación de la época y manifestaciones en las cuáles fue tachada de “masona y protestante”, situación que llevó a la intervención del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Joaquín Baranda, y del presidente Porfirio Díaz a favor de la intrépida estudiante.
En dicha intervención, ambos personajes “sugirieron” al directo de San Idelfonso dar facilidades para que la joven pudiera cursar las materias necesarias.
Y es que Matilde conocía mucho más de medicina que los jóvenes que ingresaban en dicho año a la Universidad, debido a que recibió el título de partera a los 16 en el estado de Puebla tras ingresar a la Escuela de Parteras y Obstetras de la Casa de Maternidad, lo cual le permitió ejercer hasta los 18 años como auxiliar de cirugía.

Su ingreso a la Escuela Nacional de Medicina fue aprobado por el doctor Francisco Ortega; no obstante, dicha acción conllevó a críticas y desacuerdos por parte de la población estudiantil, incluso a aquellos que apoyaban a la joven estudiante se les llamó “los montoyos”. Entre el material de apoyo que se destacó, se encontraron publicaciones feministas de la época.
Sin embargo, su ingreso y permanencia en la institución no fue sencillo, ya que grupos opositores pidieron la revalidación de algunas materias del bachillerato como latín o raíces griegas en la sede de la Escuela Nacional Preparatoria, ya que no confiaban en su conocimiento.
Dichas acciones llevaron a Montoya a recurrir al apoyo, de nueva cuenta, de Díaz por medio de una misiva. El apoyo del jefe de Estado a la carrera de Matilde fue impresionante, ya que el mandatario envió una carta a la Cámara de Diputados para que permitieran que la alumna presentara su examen de grado, ya que se le había sido negado debido a que en los reglamentos se hablaba de “alumnos” y no de “alumnas”.
Debido a que la cámara no estaba en sesiones, Díaz emitió un decreto el 24 de agosto de 1887 en el cual se estipuló que las mujeres contaban con los mismos derechos y obligaciones que los hombres al interior de la Escuela Nacional de Medicina.

Tanto fue la cercanía entre ambos que el presidente de la República estuvo presente durante la defensa de su examen profesional sobre Técnicas de laboratorio en algunas investigaciones clínicas en 1887 y cuando recibió su título como Médica de Cirugía y Obstetricia.
De acuerdo a la información, Porfirio Díaz decidió acudir a pie, desde Palacio Nacional, a las instalaciones de medicina acompañado por su esposa Carmelita y amistades cercanas.
Cuentan los recuerdos de la época que al recibir el fallo de los sinodales y ser nombrada como la primera mujer mexicana con el título de doctora de la Escuela de Medicina en México, Matilde cayó al suelo desmayada. De inmediato fue atendida por sus compañeros médicos que la reanimaron.
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