
Aún hoy, para muchas personas, recibir un diagnóstico de cáncer de mama viene acompañado de una idea inmediata y dolorosa: “me van a quitar la mama”. Esa asociación automática es comprensible. Durante décadas, la respuesta médica predominante frente al cáncer de mama fue una cirugía amplia, agresiva, que dejaba como única opción la extirpación total del tejido mamario. Sin embargo, hoy estamos en un momento distinto. La medicina ha avanzado, y con ella, también ha cambiado la manera en que enfrentamos esta enfermedad. Lo repito con claridad: cáncer de mama no es sinónimo de perder la mama. No siempre. Y esa posibilidad —la de conservarla— también forma parte del camino hacia la curación.
Esta afirmación no se basa en esperanza, sino en evidencia. Cuando el cáncer se detecta a tiempo, en etapas tempranas, la mayoría de las pacientes pueden acceder a tratamientos menos invasivos. Hay múltiples estudios que confirman que, en esos casos, conservar la mama con cirugía parcial y radioterapia es igual de efectivo que quitarla por completo. Pero esa posibilidad depende, casi siempre, de un factor clave: que el diagnóstico llegue temprano. Y para eso, la detección oportuna es nuestra mejor herramienta.

Hablar de detección temprana no es hablar de algo menor. Es, de hecho, lo que hace la diferencia entre un tratamiento complejo y uno más manejable, entre una cirugía que cambia profundamente el cuerpo y otra que lo respeta en mayor medida. Es ahí donde entra la importancia de los chequeos regulares. Las mamografías —realizadas según edad y riesgo— no deben verse como una molestia o como un trámite sin urgencia. Son, muchas veces, el punto de partida para salvar vidas. Si logramos que más mujeres lleguen al diagnóstico en etapas iniciales, podemos evitar procedimientos innecesariamente agresivos. No es exageración: es estadística.
Pero detectar no es suficiente si no evaluamos correctamente. En la práctica médica, me encuentro con pacientes que han sido diagnosticadas sin contar con todos los estudios que se necesitan para decidir qué tratamiento es el mejor. No basta con saber que hay un tumor. Hay que saber cómo es ese tumor, qué características tiene, si responde a hormonas, si es más o menos agresivo, si hay factores genéticos de riesgo. Para eso existen estudios que complementan el diagnóstico: imágenes más detalladas, pruebas de laboratorio específicas, estudios genéticos en algunos casos.

Las decisiones sobre el tratamiento del cáncer de mama no deberían tomarse desde una sola perspectiva. El mejor abordaje es siempre el que se hace en equipo. Y cuando hablo de equipo, no me refiero solo a colegas de una misma especialidad, sino a un grupo multidisciplinario que incluya oncólogos clínicos, cirujanos, radiólogos, patólogos, genetistas, cirujanos plásticos, psicólogos y personal de enfermería especializado. Cada uno aporta una parte del análisis que, al combinarse, permite diseñar un tratamiento adaptado a las necesidades reales de cada paciente.
Este enfoque conjunto es el que permite, por ejemplo, decidir si una paciente puede conservar su mama, si es mejor reducir el tumor con quimioterapia antes de operar, o si una reconstrucción inmediata es viable. Y también permite evitar decisiones apresuradas, como ofrecer una mastectomía completa sin haber considerado otras opciones. No se trata de una pelea entre técnicas quirúrgicas. Se trata de ofrecer todas las posibilidades que la medicina actual permite, explicarlas con claridad y tomar la decisión junto a la paciente.

En los lugares donde se trabaja con este enfoque, los resultados son mejores, no solo en términos de control del cáncer, sino también en calidad de vida, en recuperación emocional y en confianza en el tratamiento. Las pacientes no sienten que “les pasó por encima” una maquinaria médica que solo las ve como un caso más. Se sienten acompañadas, escuchadas y parte activa de su proceso de curación.
No todas las mujeres podrán conservar su mama. Eso es una realidad. Hay casos donde el tumor es muy extenso, donde hay múltiples focos, o donde la genética indica un riesgo elevado. Pero incluso en esos escenarios, hay formas de cuidar la integridad del cuerpo. La reconstrucción inmediata, por ejemplo, debería ser una opción ofrecida desde el primer momento, no una alternativa secundaria ni un privilegio reservado a unas pocas.
Desde mi experiencia como cirujano oncólogo, me queda claro que no podemos seguir tratando el cáncer de mama como si solo hubiera una forma de enfrentarlo. La medicina actual nos da herramientas para ser más precisos, más respetuosos y más humanos. La detección temprana, los estudios completos y el trabajo en equipo no son lujos ni protocolos ideales: son necesidades básicas si realmente queremos ofrecer un tratamiento de calidad.

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