40 años de democracia y 40% de pobreza

La juventud se apresta a devolvernos militantes con vocación de estadistas, de enamorados del arte de gobernar. En el futuro ellos nos devolverán la garantía de un mejor futuro

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Movilización a Plaza de Mayo  (Adrián Escandar)
Movilización a Plaza de Mayo (Adrián Escandar)

Cuarenta años, un número paralelo a la pobreza, una perversa simetría. Hubo un tiempo con casi todos integrados, era otro tiempo, luego hubo una última dictadura y sus miserias que todavía no lograron superar las elecciones y evitar la horrible compañía del crecimiento de la pobreza. Los golpes se agotaron con la caída del Muro, Berlín dio fin al conflicto y los gobiernos militares dejaron de ser sustentados por el poder central. Mi generación tuvo promesas, la Coordinadora radical y la Renovación peronista. Éramos unos cuantos, muchos se hicieron ricos, ninguno alcanzó a ocupar el lugar de estadista, una honorable vocación sin pretendientes. El pueblo dejó de tener quien lo represente, los grupos de poder se hicieron cargo de la dirigencia que terminó integrada a la nueva clase opresora, toda ella, y no sirven las excusas. Para que existan unos miles de nuevos ricos fueron necesarios dejar en la miseria a millones de pobres.

Los economistas se encargaron de explicar que una cosa nada tenía que ver con la otra. La historia se convirtió en un tobogán, solo crecía la deuda y la pobreza. Mientras del otro lado, los nuevos ricos acumulaban fortunas sólo por el placer del número, todos arriba de cien millones en moneda extranjera, parecida a la cifra que le encontraron al chofer encargado de ocultar lo reunido por uno de los bandos. Un imbécil que fue gestor de estas miserias me dijo “yo estoy cerca de los cinco mil” y no fue el único, los números de las coimas superan por lejos a los de la producción.

La política quedó unida al dinero, al logro personal, abandonando lo esencial que es el destino colectivo. Asombra el “sin límite”, gente que pasó ya los números que antes del golpe definían a un pequeño grupo, no más de diez. Resulta llamativo que las mayores riquezas se encuentren ligadas a la explotación del Estado, sólo se trató de instalar la corrupción como empresa y de extenderla más allá del tiempo que les toca gobernar. Deudas a cien años, bancos que no dan créditos o las tragamonedas por décadas como si se correspondiera con una política de Estado. Son todas expresiones de la más cruel impunidad, todo es rentado.

El dinero aplasta o disuelve la rebeldía que no soportan porque el poder sin dinero -según ellos- ya no existe. Acumulan para corromper, corrompen para gobernar y luego vienen los hermanos de siempre, el ajuste y la represión. Hasta inventaron un rebelde de derecha más egoísta que ellos sólo para mostrar su capacidad de manejar el humor social. Si las instituciones de la democracia sólo se corresponden con la pobreza, ¿por qué razón votarían quienes nunca resultan beneficiados por hacerlo? En ninguna sociedad los economistas sustituyeron a los políticos, supimos sentirnos superiores a muchos países hermanos y terminamos siendo impotentes de sostener nuestra propia moneda. Cuando algunos hablan de dolarizar deberían incluir el aprendizaje del himno que se corresponde con nuestra nueva bandera. Para quienes recordamos las certezas de los viejos marxistas sobre el desarrollo de su pensamiento “científico”, el libertario de hoy es tan sólo una versión devaluada del fanatismo fundamentalista, de los dogmas de los ateos.

Una receta define un destino, mejor dicho, un recetario, esquemas que se imponen a la impotencia de la cordura. Enfermedad de la época, los otros me dicen que si no digo “treinta mil” me convierto en “negacionista”. Ambos creen ser dueños de un dogma al que debo someter mi libertad de dudar. Sigo perteneciendo al partido de los que no están seguros de tener razón, me duelen tanto la impunidad de los que parasitan al Estado como la desmesura de los que acumulan ganancias alabando la libre competencia en sus edulcorados monopolios.

Hace muchos años, después de la derrota en Vietnam, pude ver una gran película, Apocalipsis ahora. Al salir del cine tome conciencia que ese país era capaz de una profunda autocrítica, y que ese tema era todavía vigente. Ahora, estoy equidistante de ambas trincheras, siento que mi peronismo es solo un recuerdo deformado por el resentimiento de izquierdas que nunca fueron nuestras, y a veces veo que del otro lado de la grieta atraviesan un cierto nivel de reflexión, asumiendo que al lograrlo se expresan más vitales que los devaluados usurpadores de mi identidad. El pragmatismo gobernante que agoniza poco y nada tiene de memoria popular y el liberalismo que se asoma no porta la autocrítica necesaria y la energía productiva para gestar tranquilidad.

En esta etapa de mi vida asumo una candidatura simbólica como todo lo político entre nosotros al estar carente de dinero. Es solo para acompañar a algunos grupos de jóvenes que se vuelven a enamorar de la política. Mi generación dio miles de vidas entregadas con heroísmo y hoy imperan decenas de vivillos enriquecidos. La juventud se apresta a devolvernos militantes con vocación de estadistas, de enamorados del arte de gobernar una sociedad, que no dependen ni del coaching ni de economistas ni de encuestadores. En el futuro ellos le devolverán la garantía de un mejor futuro a nuestro pueblo, que de eso se trata la esencia de la política.

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