
En los altares de Día de Muertos en México, la presencia de mascotas fallecidas se ha vuelto cada vez más visible, con fotografías, juguetes y platos de croquetas que acompañan a los elementos tradicionales.
Esta incorporación, que responde a la necesidad de honrar a los animales de compañía, revela tanto la transformación de los rituales familiares como la evolución de la manera en que se vive el duelo en la sociedad mexicana.
La relación entre humanos y animales de compañía ha sido objeto de análisis en la psicología y la neurociencia. Investigaciones de la American Psychological Association (APA) y de la Universidad de Colorado han demostrado que la interacción con una mascota genera la liberación de oxitocina, una hormona vinculada al afecto, la confianza y el apego.

De acuerdo con estos estudios, la muerte de un animal de compañía provoca en el cerebro una reacción equiparable a la pérdida de un ser querido, lo que explica la aparición de dolor, tristeza y vacío emocional tras su partida. Sin embargo, a diferencia de los rituales sociales que acompañan el duelo por una persona, la pérdida de una mascota suele carecer de reconocimiento social, lo que puede derivar en un “duelo desautorizado”, es decir, un proceso emocional que se experimenta en silencio o sin el apoyo del entorno.
Frente a esta carencia, la práctica de incluir a los animales en los altares de Día de Muertos ha surgido como una respuesta cultural y terapéutica.
El acto de montar un altar para una mascota permite precisamente ese proceso: honrar su vida, agradecer su compañía y transformar el dolor en memoria afectiva. Desde la perspectiva de la psicología del duelo, este tipo de ritual facilita la expresión de emociones reprimidas, valida la tristeza y contribuye a fortalecer la resiliencia emocional.
La tendencia de rendir homenaje a los animales de compañía en el Día de Muertos tiene raíces profundas en la cultura mexicana. En la cosmovisión prehispánica, el Xoloitzcuintle era considerado un guía espiritual encargado de ayudar a las almas a cruzar el río del inframundo.

En la actualidad, ese simbolismo se adapta a la vida contemporánea, donde las mascotas ocupan un lugar central en la estructura familiar. En mercados y redes sociales proliferan figuras de perros y gatos elaboradas en papel maché o cerámica, veladoras decoradas con huellas y ofrendas especialmente diseñadas para ellos.
Esta práctica, más allá de una moda, representa una manifestación de amor y sanación emocional, sustentada tanto en la ciencia del duelo como en las tradiciones mexicanas.
El acto de recordar a las mascotas fallecidas se reconoce como un elemento fundamental en el proceso de sanación. Así, al colocar una fotografía en el altar, escribir el nombre del animal o encender una vela, las personas no solo rinden homenaje a su mascota, sino que también reconocen la profundidad de ese vínculo y se permiten transitar el duelo de manera más consciente y saludable.
En México, donde la muerte se convierte en motivo de celebración, la inclusión de las mascotas en el Día de Muertos constituye una muestra del poder del amor entre humanos y animales para trascender la ausencia.
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