
No es sorpresa para nadie conocer que una de las instituciones más tradicionales y regias del mundo es la casa real británica. Cualquier cambio dentro de las paredes de palacio debe de ser consensuado con mucha delicadeza y desde luego, algo tan importante como un cambio de nombre, provoca una considerable preocupación en el monarca. Por ello, y aunque la imagen pública de Carlos III suele ser la de un abuelo afectuoso y cercano, no todo fueron momentos de calma cuando se enteró de que el príncipe Guillermo y Kate Middleton esperaban a su primer hijo.
Así lo asegura el periodista y ex corresponsal real Valentine Row en su nuevo libro Power and the Palace, donde desvela algunos de los temores que invadieron al entonces príncipe de Gales en 2012. Y es que, según el autor, una de sus principales inquietudes era el sexo del bebé. En aquella época ya estaba en marcha la reforma de la Ley de Sucesión a la Corona, que eliminaba la preferencia por los varones en la línea sucesoria. Aun así, Row sostiene que Carlos se preguntaba qué consecuencias tendría para el futuro de la institución que el heredero al trono fuese padre de una niña como primogénita.
El periodista explica que estas dudas llegaron incluso a incomodar a Richard Heaton, quien entonces ejercía como secretario permanente en la Oficina del Gabinete. Heaton había acudido a Clarence House para tratar con Carlos sobre las actividades benéficas que dirigía y sus vínculos con el gobierno, pero la conversación tomó otro rumbo. El heredero dedicó buena parte de aquel encuentro a cuestionar cómo afectaría la nueva legislación a la continuidad de la dinastía en caso de que Guillermo y Kate tuviesen una hija.

Entre los temas que planteó —según relata el libro— estaba el de la denominación de la casa real. A diferencia de nuestro país, en Reino Unido la mujer asume el apellido de su marido al contraer matrimonio en la mayoría de los casos. Por ello, Carlos habría preguntado qué sucedería si una futura reina, nacida como Windsor, se casara con un hombre con otro apellido y lo adoptara. El ejemplo que habría puesto fue el de una hipotética “Casa de Smith”, algo que a su juicio podría diluir la tradición y ser el fin de toda una era.
Pero no se trataba de una preocupación inédita en la familia real. El propio matrimonio de Isabel II con Felipe Mountbatten décadas atrás generó un intenso debate sobre si debía cambiar el nombre de la dinastía. Finalmente, en 1960 la reina resolvió la cuestión mediante una carta patente: la familia seguiría llamándose Windsor y, como concesión, se determinó que sus descendientes que no ostentaran tratamiento de alteza real llevaran el apellido compuesto Mountbatten-Windsor.
Una figura que va más allá de la monarquía
Row añade que el entonces príncipe de Gales también expresó dudas sobre la religión. La posibilidad de que una nieta suya, llegada a ser reina, contrajera matrimonio con un católico le generaba ansiedad, dado que el monarca británico ostenta el cargo de Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra.
No obstante, todas aquellas especulaciones se disiparon en julio de 2013, cuando nació el príncipe George de Gales, primer hijo de Guillermo, actual príncipe de Gales. La llegada del pequeño calmó cualquier preocupación sobre la continuidad dinástica. Dos años después, en 2015, nació la princesa Charlotte, y en 2018 la familia se completó con el príncipe Louis.

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