¿Cuánto miedo da China?

Estados Unidos debe comprender tanto las debilidades como las fortalezas de China

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El presidente estadounidense Joe Biden, derecha, y su homólogo chino Xi Jinping se saludan antes de una reunión en el marco de la cumbre del G-20, el 14 de noviembre de 2022, en Bali, Indonesia (AP Foto/Alex Brandon, archivo)
El presidente estadounidense Joe Biden, derecha, y su homólogo chino Xi Jinping se saludan antes de una reunión en el marco de la cumbre del G-20, el 14 de noviembre de 2022, en Bali, Indonesia (AP Foto/Alex Brandon, archivo)

Cuando Joe Biden se reúna con Xi Jinping en San Francisco la próxima semana, habrá mucho en juego. Los combates en Oriente Próximo amenazan con convertirse en otro escenario de rivalidad entre grandes potencias, con Estados Unidos respaldando a Israel y China (junto con Rusia) estrechando lazos con Irán. En el Mar de China Meridional, China acosa a los barcos filipinos y acerca peligrosamente sus aviones a los estadounidenses. El próximo año pondrá aún más a prueba las relaciones sino-estadounidenses. En enero, un candidato despreciado por Beijing puede ganar las elecciones presidenciales de Taiwán. Durante la mayor parte del año, la carrera hacia la Casa Blanca será una cacofonía de ataques contra China.

El fervor antichino de Estados Unidos es, en parte, una sobrecorrección por su anterior complacencia ante la amenaza económica, militar e ideológica que supone el gigante autocrático. El peligro de China es real, y hay muchas áreas en las que la administración de Biden debería enfrentarse a sus gobernantes comunistas. Pero también existe el riesgo de que la visión estadounidense del poder chino se deslice hacia la caricatura, desencadenando enfrentamientos y, en el peor de los casos, un conflicto evitable. Incluso sin guerra, esa precipitación acarrearía enormes costes económicos, separaría a Estados Unidos de sus aliados y socavaría los valores que lo hacen fuerte. En su lugar, Estados Unidos necesita una evaluación sobria no sólo de los puntos fuertes de China, sino también de sus puntos débiles.

El Presidente chino Xi Jinping pasa junto a miembros del Ejército Popular de Liberación chino (REUTERS/Florence Lo)
El Presidente chino Xi Jinping pasa junto a miembros del Ejército Popular de Liberación chino (REUTERS/Florence Lo)

¿Cuáles son esas debilidades? Entre las menos comprendidas están sus carencias militares, que describimos en un informe especial sobre el Ejército Popular de Liberación (EPL). Tras décadas de modernización, es formidable, incluso aterrador. Con 2 millones de efectivos y un presupuesto anual de 225.000 millones de dólares, dispone del mayor ejército y la mayor armada del mundo, así como de una vasta fuerza de misiles. En 2030 podría tener 1.000 cabezas nucleares. Xi ha ordenado que sea capaz de invadir Taiwán en 2027, según los espías estadounidenses. Y el EPL también proyecta su fuerza más ampliamente. Intimida a los vecinos de China en el Mar de China Meridional y mantiene escaramuzas con India. Tiene una base en África y busca otra en Oriente Próximo.

Pero si se mira más de cerca, los problemas saltan a la vista. Formado durante décadas en el dogma militar soviético y luego ruso, el EPL está intentando asimilar las lecciones de Ucrania y coordinar operaciones “conjuntas” entre servicios, lo que sería clave para cualquier invasión exitosa de Taiwán. El reclutamiento es difícil. A pesar de los esfuerzos de películas como “El guerrero lobo” por dar glamour a carreras militares desangeladas con sueldos mediocres, el EPL lucha por contratar a personas cualificadas, desde pilotos de caza a ingenieros. Casi no tiene experiencia en combate, lo que Xi denomina “la enfermedad de la paz”. Su combate más mortífero en las últimas cuatro décadas fue la masacre de sus propios ciudadanos en torno a la plaza de Tiananmen en 1989.

Aunque China ha dado saltos tecnológicos, desde misiles hipersónicos a cazas furtivos, su complejo militar-industrial va a la zaga en ámbitos como los motores para aviones y barcos, y sigue dependiendo de algunas piezas extranjeras. Los embargos estadounidenses de semiconductores y componentes podrían dificultar la tarea de ponerse al día en la frontera tecnológica mundial. A pesar de las interminables purgas de Xi, la corrupción parece omnipresente. Esto puede explicar por qué el general Li Shangfu fue destituido este año como ministro de Defensa chino tras sólo unos meses en el cargo.

Las debilidades militares de China coexisten con las económicas, más conocidas. La crisis inmobiliaria y la creciente hostilidad del Partido Comunista hacia el sector privado y el capital extranjero impiden el crecimiento. Según el FMI, el PIB chino aumentará un 5,4% este año y sólo un 3,5% en 2028. La inversión de las empresas multinacionales en China pasó a ser negativa en el tercer trimestre, por primera vez desde que se iniciaron los registros en 1998. La economía china, de 18 billones de dólares, es grande. Pero a pesar de tener una población mucho mayor, es improbable que su PIB supere al de Estados Unidos en mucho o en nada a mediados de siglo.

Detrás de las debilidades militares y económicas de China hay un tercer problema más profundo: el dominio de Xi de un sistema autoritario que ya no permite un debate político interno serio. Como consecuencia, la toma de decisiones se está deteriorando. Los leales han marginado a los tecnócratas económicos. Según una estimación, los soldados dedican una cuarta parte de su tiempo a la educación política, estudiando a fondo obras tan inspiradoras como “El pensamiento de Xi Jinping sobre el fortalecimiento de las fuerzas armadas”. La ideología de Xi es que el partido, dirigido por él, debe mandar en todo, siempre.

El gobierno personalizado es malo para China y peligroso para el mundo. Sin un buen asesoramiento, Xi podría cometer un error de cálculo, como le ocurrió a Vladimir Putin en Ucrania. Sin embargo, puede que le disuada saber que si invade Taiwán y no consigue conquistarlo, podría perder el poder. Una cosa está clara: a pesar de los episodios periódicos y bienvenidos de diplomacia constructiva, como los contactos ministeriales con Estados Unidos reanudados recientemente, el compromiso de Xi de socavar los valores liberales en todo el mundo no disminuirá.

¿Cómo debe responder Estados Unidos? Con prudencia. Intentar paralizar la economía china aislándola podría reducir el PIB mundial en un 7%, según el FMI. Cerrar las fronteras de Estados Unidos al talento chino supondría un autosabotaje. Cualquier política excesivamente dura podría dividir la red de alianzas de Estados Unidos. Lo peor de todo es que una escalada militar estadounidense demasiado rápida podría provocar una guerra desastrosa si Xi la confunde con el preludio de una agresión estadounidense, o si le preocupa que la unificación de Taiwán con el continente -de forma pacífica o por la fuerza- sea cada vez más difícil si sigue esperando su momento.

De la complacencia a la confrontación, pasando por la calibración

Por el contrario, Estados Unidos necesita calibrar su política hacia China a largo plazo. En lo que respecta a la economía, eso significa apertura, no aislamiento. The Economist apoya controles limitados sobre las exportaciones de tecnología con posibles aplicaciones militares, pero no el amplio abrazo de aranceles y política industrial que comenzó bajo el presidente Donald Trump y ha continuado bajo Biden. Para mantener su ventaja económica y tecnológica, Estados Unidos debe permanecer abierto a los negocios, a diferencia de China.

Militarmente, Estados Unidos debe buscar la disuasión, pero no la dominación. La administración Biden ha hecho bien en vender más armas a Taiwán, aumentar las fuerzas en Asia y renovar las alianzas de defensa allí. Pero Estados Unidos debe evitar una carrera armamentística nuclear o que se le vea apoyando la independencia formal de Taiwán. Tratar con China requiere una visión realista de sus capacidades. La buena noticia es que su debilidad y los errores de Xi dan tiempo a Occidente para contrarrestar la amenaza que representa.

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