El lado B de Arnold Schwarzenegger, el hombre que cambió el fisicoculturismo: de las acusaciones de “ayuda química” a la obsesión más extrema por el gimnasio

El actor y político nacido en Austria usó como trampolín el deporte que ayudó a popularizar. De la resistencia de sus padres a la utilización de la rivalidad con Lou Ferrigno para potenciarse. Y cómo su papel estelar en “Conan, el Bárbaro” lo llevó a intentar un exitoso “last dance”

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1966: Arnold, en una competencia en Estados Unidos (Photo by Hulton Archive/Getty Images)
1966: Arnold, en una competencia en Estados Unidos (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

Casi nadie lo consideraba un deporte. Hasta que llegó él. Era una galería de fenómenos, hombres con físicos de fantasía, hiperbólicos, en calzones pequeños y ajustados, encerados por el aceite de bebé, haciendo poses inverosímiles para que se marcaran los músculos inverosímiles. No era demasiado popular. Sus máximos representantes eran conocidos sólo por un círculo pequeño, de entendidos, de otros como ellos que se pasaban el día en los (escasos) gimnasios tratando de sacar cada vez más músculos, hasta deformarse. El fisicoculturismo era una actividad a la que se la miraba de costado, un freak show algo perturbador protagonizado por narcisistas alimentados a esteroides.

Hasta que llegó él. Arnold Schwarzenegger provocó un quiebre en la historia de la actividad. La popularizó. Revistas, libros, documentales, publicidades, productos alimenticios, accesorios para desarrollar musculatura, cadenas de gimnasios, eventos televisados, estrellas surgiendo, nombres propios de peso. Y una pátina de respeto que hasta ese momento no había tenido. Gracias a Schwarzenegger no sólo se difundió el fisiculturismo: muchos pasaron a considerarlo deporte.

Primero fue campeón de la actividad, el más musculoso entre los musculosos. Después actor y al final político. Fue sumando actividades. Ninguna dejó atrás a la otra. Un hombre exitoso: en cada actividad llegó hasta la cima. El más ganador en los Mr. Olimpia, estrella de Hollywood en los 80 y súper estrella en los 90; gobernador de California durante dos periodos. Como si pudiera lograr todo lo que se propusiera, como si no pudiera detenerse hasta llegar a la punta de la pirámide.

A los 75, Arnold Schwarzenegger está de vuelta. Y por partida doble. Siendo el protagonista de Fubar, una serie de acción y con Arnold, un documental biográfico de tres episodios que se estrena el 7 de junio; ambos pueden verse por Netflix.

La de deportista, posiblemente, sea la más desconocida de las múltiples facetas de Arnold Schwarzenegger. Pero en ella está condensada su esencia. Sus virtudes, sus defectos y, en especial, su ambición desmesurada.

Uno de sus maestros en el culturismo contó que, siendo muy joven, le preguntó hasta donde podía llegar. Él le dijo que muy lejos pero que debía saber que todo hombre tenía sus límites. Schwarzenegger lo miró muy serio y respondió: “Te equivocás. Un hombre puede conseguir cualquier cosa que desee siempre y cuando esté dispuesto a pagar los costos que acarrea”.

En Austria, donde nació, jugaba al fútbol. Alguien le dijo que tenía que hacer pesas para ser más fuerte. Cuando entró al gimnasio por primera vez, quedó deslumbrado. Empezó a entrenar sus músculos a los 14 años.

Casi sin darse, o al menos sin poder determinar cuándo empezó a suceder, se encontró yendo al gimnasio todos los días. “Si no entrenaba, a la mañana siguiente no soportaba mirarme en el espejo”.

De chico iba al cine y las películas que más le gustaban no eran westerns ni las bélicas, sino las de Tarzan, las de Hércules (una saga muy prolífica en la que llegó a actuar) y los péplums en la que hombres musculosos peleaban a lo largo del imperio romano. Johnny Weissmuller (antiguo campeón olímpico de natación), Steve Reeves y Reg Park. Estos dos eran levantadores de pesas y fisicoculturistas que habían llegado al cine para mostrar su físico en medio de aventuras mal actuadas.

A su alrededor a nadie le parecía una buena idea que se encerrara en el gimnasio y que aumentara sus músculos como manera de ganarse la vida. El padre quería que fuera policía. Era un hombre duro, que se había afiliado al nazismo (cuando Schwarzenegger fue candidato a gobernador en 2003 el pasado del padre fue esgrimido por sus adversarios políticos; tras investigaciones periodística no se pudo determinar que hubiera participado en campos de concentración ni en crímenes de guerra), que solía propinar castigo físico a sus hijos. Schwarzenegger, tiempo después, minimizó las golpizas del padre: “Era la manera de educar en esos años. Yo pasé por ello pero también todos los otros chicos de mi barrio, de mi escuela, de mi país”, dijo. El padre no entendía cómo su hijo iba a vivir de eso. Y mucho menos que lograra ser millonario como repetía todo el tiempo. La madre estaba preocupada porque su hijo no estudiaba ni tenía una actividad convencional como las de los hijos de sus amigas. Su mayor preocupación, de todas maneras, era de otra especie: Arnold tenía las paredes de su habitación tapizadas con posters de hombres musculosos, con el cuerpo aceitado y cubiertos con un breve slip.

El protagonista de Terminator comenzó a ir al gimnasio para ganar musculatura en pos de imponerse en el deporte que practicaba: fútbol (Photo by Hulton Archive/Getty Images)
El protagonista de Terminator comenzó a ir al gimnasio para ganar musculatura en pos de imponerse en el deporte que practicaba: fútbol (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

De esa época en la que todo el mundo parecía estar en contra de su elección, hoy Arnold dice que fue muy provechosa en su vida, absolutamente determinante: “Aprendí que hay que ignorar a los que dicen que las cosas no se pueden hacer, a los pesimistas”.

En 1971 su hermano murió en un accidente vial. Al año siguiente su padre no pudo superar la tristeza que tomó forma de un stroke. En Pumping Iron, Arnold cuenta (casi se vanagloria) de no haber ido al entierro de su progenitor porque estaba entrenando para un torneo y no podía perder una sesión de trabajo. Con los años él (en especial sus publicistas) morigeró la versión. Se dijo que en realidad esa historia pertenecía a otro fisicoculturista, y que los realizadores la pusieron en boca de él para que pareciera un competidor todavía más frío y despiadado. Con el correr de los años y con los cambios de profesión, Schwarzenegger dio tres versiones (muy) diferentes sobre su ausencia a las exequias de su padre.

Arnold quería salir de allí. De su casa y de Austria. Quería ser exitoso y eso, al menos para él, significaba ser millonario. El Arnold adolescente soñaba. Y era muy ambicioso. Pero él no tenía manera de saber que el futuro superaría sus ambiciones, que conseguiría logros, fama, poder y dinero como nunca siquiera se atrevió a soñar.

Le fue muy bien en el primer torneo grande en el que compitió. Pero su triunfo lo llevó a la cárcel. Estaba haciendo el servicio militar obligatorio y se fugó para intensificar la preparación e ir al torneo. Cuando volvió con el trofeo en la categoría juvenil de Mr. Europa, cuando ya estaban a punto de declararlo desertor, tuvo que pasar una semana en el calabozo.

En 1968 ganó el torneo de Mr. Universe en Londres. Además del logro y de la repercusión, ese éxito le proporcionó otra gran victoria: llegó el telegrama que tanto estaba esperando. Lo invitaron a participar del Mr. Universe en Estados Unidos. Aceptó de inmediato y se entrenó como nunca en su vida. Pero el resultado no fue el esperado. No ganó. Le costó asumirlo. Frank Zane, el triunfador, era más chico que él. Pero sus músculos estaban más definidos. Pasó las siguientes noches despierto, llorando en el baño. Creyó que su gran oportunidad se derretía. Pero al poco tiempo se acercó a Zane y comenzó a entrenar con él. Decidió aprender de su vencedor.

A partir de ese momento llegó la seguidilla de triunfos. Se quedó con el Mr Universe y saltó al mundo profesional. La disciplina la dominaba el imponente Sergio Oliva, un cubano americano que parecía invencible. Y en 1969 lo fue. Relegó a Arnold en el Mr. Olympia, su gran anhelo. La de Oliva y Schwarzenegger fue una de las grandes rivalidades del fisicoculturismo. Tuvieron tres enfrentamientos legendarios en las instancias decisivas del Mr. Olympia. Arnold ganó en las siguientes dos: en 1970 y 1972.

Sergio Oliva murió en 2012 a causa de una insuficiencia renal; algo bastante habitual en los culturistas.

En la época en la que Schwarzenegger competía, los esteroides no estaban prohibidos, por lo tanto su uso no era ilegal. Nunca le gustó hablar del tema hasta que fue inevitable. Con el tiempo Arnold no sólo reconoció su uso, sino que contó qué drogas utilizaba. 100 miligramos semanales de testosterona y 15 miligramos diarios (3 pastillas) de Dianabol (D-Bol). Según sus dichos la principal función de ellos no era el desarrollo de la masa muscular, sino su mantenimiento, en especial en las semanas previas al torneo en la que debía perder peso sin sacrificar músculos.

Sus antiguos rivales afirmaron que no hubiera tenido esa masa muscular sin la ayuda química y que tomaba más cosas en dosis mayores. Pero, aclararon, que no era el único, que todos lo hacían. Era una práctica habitual de la época por la que muchos pagaron altos costos de salud.

Schwarzenegger nunca se mostró orgulloso del uso de los esteroides; aseguró que lo hacía bajo supervisión médica y que el fisicoculturismo de su tiempo era más seguro. Que en las últimas décadas el uso de sustancias cada vez más potentes se descontroló y los deportistas ponen en riesgo su vida.

Y aclara que él no es el más indicado para hablar dado su uso previo, pero que debería ser escuchado el mensaje para evitar trasplantes de riñones y muertes prematuras.

Tanto estas cuestiones sobre doping (aunque legalmente no lo fuera), como el pasado nazi de su padre y las demás zonas grises (o directamente oscuras de su vida) salieron a la luz en 2003 en medio de la campaña electoral que lo consagró como gobernador de California.

Desde su desembarco en Estados Unidos y luego de esa primera derrota, los éxitos se sucedieron de una manera abrumadora. En poco tiempo se convirtió en imbatible. Ganó seis Mr. Olympia consecutivos, un récord para el momento. En 1975, tras obtener el sexto, se retiró. Su sueño era triunfar en el mundo del espectáculo. Al mismo tiempo fue haciendo conocer la disciplina, ampliando sus intereses y negocios.

Netflix estrenará un documental sobre Schwarzenegger este miércoles 7 de junio, en el que profundizará en su etapa como fisicoculturista
Netflix estrenará un documental sobre Schwarzenegger este miércoles 7 de junio, en el que profundizará en su etapa como fisicoculturista

Si bien era la figura más conocida en su ambiente, casi una leyenda, el gran salto en la consideración pública lo dio dos años después del retiro. En 1977 se estrenó Pumping Iron, un documental dirigido por George Butler que mostraba el mundo del fisicoculturismo por dentro. Seguía a varios competidores, pero había una figura excluyente, Arnold. Se centra en el Mr. Olympia de 1975, en el que Arnold buscaba la sexta corona consecutiva, disputado en Pretoria, Sudáfrica.

El director aprovechó y narró al mismo tiempo la historia del campeón defensor, Schwarzenegger y del contendiente, Lou Ferrigno. Eran los antagonistas perfectos. El austríaco era extrovertido, confiado, casi agresivo, estentóreo. El otro, retraído, callado, algo inseguro.

El final del documental es el triunfo de Arnold, su anuncio desde el escenario del retiro y él encabezando el coro de competidores que le canta el feliz cumpleaños a un abatido Ferrigno. Pero ese no es el clímax. El momento cumbre se da la mañana previa al torneo. Cuando parecía que la relación entre ellos era armónica, Schwarzenegger se pone agresivo con el contendiente, le hace bullying, lo desafía. Todo delante de los padres de Ferrigno y otros competidores. Horada su confianza con impiedad. Y demuestra que no sólo se trata de repeticiones de series, de suplementos, dietas y entrenamiento. Que lo mental y la actitud también es determinante.

Pumping Iron se convirtió en un suceso de taquilla inesperado. Aún hoy es uno de los grandes documentales deportivos de la historia. Provocó también la expansión del fisicoculturismo y la instalación de Schwarzenegger como un nombre masivo. El documental no sólo lo muestra en el punto más alto de su actividad. Muestra, como muy pocas veces ha sucedido, el surgimiento de una estrella.

La declaración que más llamó la atención de Pumping Iron es la que asimila lo que él hace con un orgasmo. “Hay algo que nosotros llamamos Pump, es el momento en que la sangre irriga el músculo, la sentís correr por tu cuerpo y hace que el músculo crezca y parezca que va a reventar la piel. Es una sensación como la de tener un orgasmo. Es igual. Pero mucho mejor. Porque la puedo tener todo el tiempo y no necesito a nadie más. La puedo tener a la mañana, a la tarde, a la noche. Muchas veces por día”.

Si en la competición derrotó a Lou Ferrigno y eso quedó perpetuado en el documental, dos años después pareció que Ferrigno había conseguido la victoria definitiva. Se estaba preparando la versión televisiva de un súper héroe de Marvel, Hulk. Para eso, en época en los efectos especiales eran muy precarios (y directamente inexistentes en la tv) para cuando el doctor Banner se transformaba en Hulk necesitaban alguien de físico imponente. Y fueron a buscar entre los protagonistas de Pumping Iron, en el mundo de los hombres que dedicaban su vida a cincelar sus músculos. Schwarzenegger estaba muy entusiasmado, se desvivía por obtener el papel. Sufrió una desilusión enorme cuando el elegido fue Lou Ferrigno. Parecía la victoria final, definitiva. Pero faltaba muchísimo por escribir.

Schwarzenegger actuó en alguna película de la saga Hercules, mientras esperaba la gran oportunidad. También en 1976 ganó un Globo de Oro a actor debutante por Stay Hungry de Bob Rafelson. Pero él no quería papeles menores, ni una carrera mediocre. Otra vez quería ser el mejor en lo suyo, el más exitoso.

El contrato para Conan, El Bárbaro lo firmó a mediados de los setenta. Cobraría 250.000 dólares aunque la película no se filmara. La producción fue trabajosa y estuvo al borde del precipicio en varias ocasiones. Primero fue un guión de Oliver Stone, que debió ser desechado porque filmarlo hubiera costado 40 millones de dólares (algo así como 300 millones de la actualidad). Con la llegada John Millius, el proyecto tomó otro cariz. El productor aclaró que el actor principal no se cambiaba: era Schwarzenegger.

Arnold se entrenó muchísimo para la película. Tanto que se dio cuenta que de nuevo estaba en gran forma. El fisicoculturismo llevó a Schwarzenegger a protagonizar Conan, el Bárbaro. E, inesperadamente y con algo de justicia poética, Conan puso de regreso a Arnold en el deporte. Una última vez, el último baile. Como si hubiera utilizado palabras de unos de sus personajes (posteriores): “I’ll be back”.

Arnold, en el rol de Conan, para el que se entrenó tanto que le permitió volver al deporte (Photo by Dino De Laurentiis/Universal Pictures/Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)
Arnold, en el rol de Conan, para el que se entrenó tanto que le permitió volver al deporte (Photo by Dino De Laurentiis/Universal Pictures/Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)

Se entrenó dos meses con mucha intensidad y se presentó a competir en el Mr. Olympia de 1980. Cuando llegó al lugar todos pensaron que sólo sería uno de los comentaristas televisivos del evento. Pero no, competiría. Ganó por séptima vez para sorpresa de todos. A la distancia, muchos afirman que no fue justo, que no se merecía el primer lugar y que los jurados eran socios de él en diversos emprendimientos.

En 1982 se estrenó Conan, el Bárbaro. Fue un éxito colosal e inesperado. Un sword and sorcery que llenó cines en todo el mundo y que consagró a un austríaco (muy) musculoso que hablaba inglés de manera robótica. En poco tiempo se convertiría en el actor más taquillero de su tiempo protagonizando blockbusters y clásicos como Terminator, Total Recall o El Último Gran Héroe.

Tanto fue el éxito en esta nueva actividad que muchos olvidaron que había sido el que definió y popularizó al fisicoculturismo moderno.

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