Fui, vi y escribí: Sangre de mujer, ropa de varón

Dos novelas recientes cuentan historias de mujeres que eligieron vivir como hombres. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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La vasca Catalina de Erauso huyó del convento en el que estaba a los 15 años y comenzó a vivir como varón. Combatió como soldado durante la Conquista.
La vasca Catalina de Erauso huyó del convento en el que estaba a los 15 años y comenzó a vivir como varón. Combatió como soldado durante la Conquista.

La Santa Rita y el jazmín paraguayo explotan de magenta, violetas y lilas. Los tilos, peladitos hasta hace unos días, son un festival de verde que avisa que falta nada para que llegue a mi terraza el mejor perfume del mundo.

”Tilos en noviembre” es una frase que me sienta bien. Anuncia perfume y también cosecha urbana, una actividad que ayuda a poner la mente en blanco. En este noviembre eléctrico, “tilo” será una palabra que seguramente estará en boca de muchos y es lógico: tranquilidad es lo que más necesitamos.

Hola, ahí. Acá, de regreso.

Cuando no podíamos

Siempre me gustaron las historias de mujeres que desafiaron las convenciones y las reglas impuestas de su tiempo. Me provoca admiración pensar lo fuerte que tiene ser el deseo en alguien como para decidirse a sortear prohibiciones incluso a riesgo de la propia vida, algo que aún ocurre en algunos rincones del mundo en los que las mujeres no están habilitadas ni para elegir cómo vestirse y en donde transgredir los códigos de vestimenta acuñados por hombres en nombre de una religión puede significarles la muerte.

Pero vuelvo a la idea del “deseo” arrollador y aclaro que no estoy hablando de pasión sexual o amor romántico sino en un sentido más amplio como puede ser el deseo de estudiar, por ejemplo, o de ejercer un oficio o profesión para los que las mujeres no estaban (o no están) habilitadas. O incluso de algo más básico como el deseo de vivir tranquila y ganarse el pan para alimentar a los hijos sin tener que enfrentar a diario la mirada despiadada de los otros ni padecer acoso sexual.

Petchiammal vivió en la India como hombre y sin decir que era mujer por casi 40 años.
Petchiammal vivió en la India como hombre y sin decir que era mujer por casi 40 años.

Vivir como mujer puede ser en muchas sociedades una trampa.

El año pasado me devoré todo lo que se publicó sobre la historia de Petchiammal, una mujer india que pasó 36 años vestida de varón y viviendo como un hombre para poder trabajar y mantener a su bebita. La muchacha había quedado viuda a las dos semanas de casarse, su marido había tenido un infarto. Ella tenía 20 años y estaba embarazada. Desde que tomó la decisión de travestirse para sobrevivir en su aldea, una sociedad profundamente patriarcal, su nombre pasó a ser Muthu.

Para poder llevar adelante el plan tuvo que mudarse, así que abandonó su pueblo, Kattunayakanpatti, y arrancó de cero. “Solo mis familiares más cercanos sabían que era una mujer”, le contó a The New Indian Express, un diario local, cuando ya tenía 57 años y había pasado más tiempo viviendo como hombre.

La decisión llegó así. “Estaba caminando hacia la fábrica una tarde cuando un camionero se detuvo. Me estaba intimidando para que subiera al vehículo, pero me negué. Pronunció una palabra desagradable después de darse cuenta de que yo no iba a ceder y se fue. Pero el incidente me conmovió. Le pedí a un chico del vecindario que me dejara en la fábrica, temiendo que el conductor me estuviera esperando”, dijo Petchiammal.

Mientras asistía al turno de noche ese mismo día, seguía perturbada por el episodio. Compró una camisa y un lungi (una prenda tradicional que se usa atada a la cintura y parece una falda larga) y partió hacia Tiruchendur a la mañana siguiente. Se tonsuró la cabeza y entró al templo como mujer por última vez. Luego, se puso la ropa nueva. “Ese fue el final de Petchiammal. Tomé el nombre de Muthu y comencé a trabajar en un restaurante en Tuticorin”, le contó a The Times of India.

A partir de entonces comenzó a fingir un nombre, una vida y un sexo. Y lo hizo durante 36 años. Aprendió a fumar como los hombres, se tatuó los brazos. Hace veinte años, Petchiammal volvió a su pueblo con su aspecto masculino y pudo presentarse y ser contratada para empleos mejor pagados que los reservados para las mujeres, algo que no había podido hacer en su momento. Siempre se las rebuscó para no quitarse nunca la camisa y quedarse con el pecho —los pechos— al aire.

Su hijita, Shanmugasundari, supo recién a los siete años que quien creía que era su padre era en realidad su madre. Años más tarde le dio un nieto, hoy adolescente, que también la llama Muthu. “Fue esta identidad lo que garantizó una vida segura para mi hija”, insiste ella, que ya a esta altura es él.

En una de las notas leí que cuando era joven, la mayor dificultad, lo más complicado del disfraz, era ocultar ante su entorno las molestias menstruales. Petchiammal/Muthu lo manejó con cautela y con astucia: “Me tomaba un par de píldoras para los dolores y seguía trabajando duro para que nadie sospechara. Afortunadamente, mi menopausia llegó temprano, cuando tenía cuarenta años”.

Afortunadamente, dijo.

"Las niñas del naranjel", de Gabriela Cabezón Cámara, narra en clave de ficción la vida de Catalina de Erauso, mujer que vivió como varón en tiempos de la conquista.
"Las niñas del naranjel", de Gabriela Cabezón Cámara, narra en clave de ficción la vida de Catalina de Erauso, mujer que vivió como varón en tiempos de la conquista.

La Monja Alférez

Me acordé de la historia de Petchiammal porque días atrás leí la nueva novela de Gabriela Cabezón Cámara, Las niñas del naranjel (Random House). Digo nueva y digo también esperada, porque esta vez la autora de La virgen cabeza y Las aventuras de la China Iron se tomó varios años para terminar de escribirla. Se trata de una ficción basada en una historia real, la de la vasca Catalina de Erauso (1592-1650), una mujer conocida como la Monja Alférez. Novicia, sí, pero también, militar, exploradora y escritora, una figura legendaria que vivió, trabajó y combatió como varón, con diversos nombres, en el siglo XVII.

En la novela de Gaby el protagonista es Antonio, quien luego de una vida plagada de peripecias, viajes y riesgos se salva de la horca y huye a la selva con dos niñitas indígenas y desnutridas, un perro, dos monos y dos caballos. Ese es el arranque.

La historia tiene un presente y un pasado; hay una narración en tercera persona y hay también una en primera. Es la voz del protagonista, que se lee a través de una carta que le escribe a su tía, una religiosa que se ocupó de su crianza cuando aún era una nena. En esa carta permanentemente interrumpida, Antonio le cuenta en detalle sus aventuras y lo que ha sido de él desde que abandonó el convento donde vivían y decidió convertirse en hombre.

Fuera de la novela, la leyenda cuenta que cuando la Catalina real huyó del convento, a los 15, solo llevaba con ella unas monedas, unas piezas de tela y las herramientas necesarias para hacerse un traje de varón, que confeccionó en tres días y tres noches en un castañar cercano al convento. Como varón vivirá, combatirá, maltratará y también se enamorará.

”Yo aún era yo misma mientras yo mismo se hacía, salía de mí puntada a puntada: hice de la enagua camisa, del hábito calza y chaqueta”.

“Fui mozuela al revés durante un tramo de mi camino, hasta que conocí hombres suficientes como para hacer uno, yo mismo, tía”.

”Un gran amor que tuve tenía una acuarela de Fermín Eguía en su habitación, que abajo decía ´Catalina de Erauso, la monja Alférez´ y fue ahí que me interesó la figura porque es un personaje histórico espantoso y, a la vez, completamente extraordinario”, me explicó Gabriela hace poquito, en una entrevista que le hice para la radio.

El Antonio que fue —y sigue siendo— Catalina, el mismo que hace cosas horribles con los indígenas integrando el ejército español en América, acaba de salvar su vida y se encuentra de pronto a cargo de dos criaturas. Y esa vida que salvó ya es otra.

Así lo explicaba Gabriela. “Yo no quería hacer una biografía. Hay muchas cosas que hace rato me conmueven mucho, por ejemplo la aparición de un niño en la vida de una persona. Ahí hay una belleza de la vida enorme que quería explorar un poco más”.

Un pasado que es presente

A partir de la historia de una persona tan excepcional —hay una autobiografía de Catalina que muchos impugnan por apócrifa—, Cabezón Cámara crea una particular mirada sobre la Conquista que, lejos de ser puro pasado, explota de presente por su abordaje lírico de temas como la explotación y temáticas ambientalistas, indígenas, feministas y LGBT+.

En la vida real, según reconstruyen los biógrafos, ya de regreso en España y descubierta su verdad sexual, en 1627 Catalina de Erauso visitó al Papa Urbano VIII y obtuvo una dispensa para seguir vistiendo como hombre.

Catalina de Erauso, la Monja Alférez, consiguió dispensa papal para seguir vistiendo como hombre.
Catalina de Erauso, la Monja Alférez, consiguió dispensa papal para seguir vistiendo como hombre.

Acostumbrados a su experimentación con los géneros literarios y humanos, y a su capacidad para la relectura de los clásicos, esta vez los lectores de Cabezón Cámara nos maravillamos con la operación monumental que emprende sobre la picaresca y también sobre la lengua del Siglo de Oro, a la que a puro talento logra homenajear y transgredir a la vez.

Lo hace por medio de su orfebrería lingüística, que cruza las formas del español de las crónicas de Indias con el guaraní, que aparece en los diálogos que Antonio tiene con las nenas que lo acompañan en la fuga y en los que las chicas hacen las preguntas básicas de la vida, que son, también, las más transcendentales.

Entonces.

Una mujer vestida de hombre va a combate y comete atrocidades. Una mujer vestida de hombre se enamora de otras mujeres. Una mujer vestida de hombre mata a otros hombres. Una mujer vestida de hombre mata a su propio hermano, que no lo conoce.

Una mujer vestida de hombre menstrúa y en la imaginación desmesurada de Gabriela es Cotita de la Encarnación quien la ayuda con estos “menesteres” de la sangre. “Cotita el africano, su primera amiga americana”, escribirá.

Cotita de la Encarnación es, como Catalina de Erauso, un personaje legendario y auténtico mito en la historia de la comunidad LGBT de México.

En "Soy una tonta por quererte", de Camila Sosa Villada, hay un cuento que tiene a Cotita de la Encarnación por protagonista.
En "Soy una tonta por quererte", de Camila Sosa Villada, hay un cuento que tiene a Cotita de la Encarnación por protagonista.

Nacido como Juan De la Vega Galeano, el mulato que vivía como mujer tenía 40 años cuando entre 1657 y 1658 fue juzgado por sodomía —llamado también “pecado nefando”— junto con otros trece hombres. El castigo fue la pena de muerte, pero antes, la humillación: los catorce acusados fueron obligados a ir hacia su destino final caminando por la Calle del Reloj en la ciudad de México, bajo escupitajos y golpes de la muchedumbre. Luego fueron metidos en un bracero, los molieron a palos y, una vez desmayados por el dolor, les prendieron fuego.

Dice la leyenda que ardieron toda la noche.

Un dato adicional: el personaje de Cotita es protagonista de un gran cuento de Camila Sosa Villada que está en su libro Soy una tonta por quererte.

Cantar no era cosa de mujeres

Muy pocos días después de terminar Las niñas del naranjel leí La escuela de canto (Sexto Piso), de la inglesa Nell Leyshon. Gran sorpresa lectora: la protagonista es una nena que se disfraza de varón para poder ir a estudiar canto. Y que, como Catalina de Erauso, se fuga de su casa para perseguir su deseo.

La historia transcurre en 1573, pleno reinado de Isabel I. Ellyn es una nena pero trabaja de manera brutal en la granja de sus padres, donde viven a pura miseria, con el padre postrado por un accidente e inutilizado para cualquier labor que no sea quejarse de su destino. Su madre, agotada, resentida con la vida, acaba de tener una bebita, Agnes, a quien Ellyn adora. Su hermano Tomás no parece tener muchas luces pero a cambio tiene siempre ganas de golpear a su hermana menor. Y lo hace.

En "La escuela de canto", la inglesa Nell Leyshon narra la historia de Ellyn, una hija de granjeros rústicos que en tiempos de Isabel I se disfraza de varón para acceder a la escuela de canto de su pueblo.
En "La escuela de canto", la inglesa Nell Leyshon narra la historia de Ellyn, una hija de granjeros rústicos que en tiempos de Isabel I se disfraza de varón para acceder a la escuela de canto de su pueblo.

La vida de Ellyn es infeliz. Hasta que un día, por casualidad, luego de ir al mercado a vender un animal para llevar una moneda a casa, entra a una iglesia vacía y escucha un coro y un canto que le cambiarán la vida. Las mujeres no tienen la puerta abierta en ese espacio, se entera enseguida, solo los varones de buena voz pueden acceder y conseguirlo es cambiar definitivamente de vida. En ese lugar no se pasa hambre ni frío y también se aprende a leer y a escribir. En ese lugar te cuidan.

Ellyn no va a quedarse con las ganas y así emprende la fuga una madrugada. Solo le duele abandonar a Agnes. Se lleva, para iniciar su nueva vida, ropa de su hermano Tomás. Su cuerpo pre púber todavía le permite llevar adelante el engaño, ¿pero por cuánto tiempo?

Leí por primera vez a Nell Leyshon hace unos años y sucumbí al encanto de su novela Del color de la leche, en la que Mary, una granjera coja de 15 años sale del hogar de sus padres para trabajar en la casa del vicario, hacia donde se muda para cuidar a su esposa enferma. Es 1830. Mary sufre por separarse de sus hermanas, pero más aún porque deja a su abuelo, el único interlocutor amoroso en un contexto rudo.

Mary es vital, pícara, inteligente. Es analfabeta. Y en la vicaría hay libros y mucho más. Una Biblia. Y mucho más. La novela es un canto a la lectura y a las puertas de la libertad que la lectura puede abrir así como La escuela de canto —curiosamente publicada primero en español y alemán y aún no en inglés— narra el modo en que la música y la educación en general pueden salvar a alguien de un destino miserable.

La nueva novela de Leyshon está escrita en presente y en primera persona, en un estilo que busca reproducir el habla rústica de una nena criada en un ambiente de ignorancia. La protagonista narra y también le habla a Agnes, la beba que quedó en la granja, la que, tal vez, podría ser salvada por la experiencia de la hermana mayor.

yo sé que algún día tú Agnes vas a leer esto porque algún día tú también vas a saber leer

y pasan los días en la escuela y pienso en tí y no pienses nunca que he olvidado te y mientras los demás duermen yo pienso en tí

supongo que estás poniendo tus manos en los costados de la cuna de madera y levantando un pie y empezando a gatear por el mundo

y yo estoy perdiendo me eso

pero tienes que saber que yo tengo que hacer esto porque lo estoy haciendo por tí además de por mí porque tú eres una chica igual que yo

Las repeticiones, la falta de comas y signos de puntuación y también de mayúsculas al comienzo de los párrafos acentúan la ausencia de jerarquía y reglas en la lengua. Sorprende al comienzo pero muy pronto el lector consigue adaptarse a la propuesta narrativa. Es un gran trabajo de la autora y también de Mariano Peyrou, su traductor.

corro todo el camino cruzo el terreno nuestro y la manada y llego al final hasta la casa y giro al llegar al camino y corro todo el camino hasta lotro lado de la iglesial

a puerta está abierta y yo meto me y escondo me en la parte de atrás

y entonces empieza

cuando termina el canto no puedo mover me porque oigo el sonido que todavía sale de los muros de piedra

quedo me ahí sentada y espero hasta que desaparece

Ellyn crece. Y menstrúa. Y debe ocultarse y fingir. Ya convertida en John Pitcher, Ellyn va a conocer la buena vida y también va a conocer a la reina Isabel, pelirroja como ella.

Barbra Streisand dirigió y protagonizó "Yentl", película basada en el relato de Bashevis Singer que cuenta la historia de una chica que se viste de varón para estudiar en la Ieshivá.
Barbra Streisand dirigió y protagonizó "Yentl", película basada en el relato de Bashevis Singer que cuenta la historia de una chica que se viste de varón para estudiar en la Ieshivá.

No quiero contarte más. Solo recomendarte su lectura y decirte que en todas las novelas, obras de teatro o películas que vi y leí en las que hay personajes femeninos que se disfrazan y fingen ser hombres (pienso en Shakespeare y en el Siglo de Oro español, donde hay muchos ejemplos o en Yentl, dirigida y actuada por Barbra Streisand) muchas veces me pregunté cómo hacían esas mujeres para que no las delatara la menstruación. Pero la menstruación no existía en esas obras.

Una novedad es que en las dos novelas que acabo de leer sí existe; el tema ocupa algunas líneas de la trama y no se convierte en asunto central de nada, pero a diferencia de lo que ocurrió durante siglos, ya no se esconde ni es tabú la sangre de las mujeres.

Hemos recorrido un largo camino, chicas.

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Llegamos al final de este correo.

Argentina sigue subida a la montaña rusa pero estos días al menos permiten leer los escenarios posibles con algo más de claridad y, por qué no, también de cierto alivio en términos de los riesgos que atraviesa la democracia.

Las que siguen serán semanas tensas de negociaciones, con la emoción ciudadana en sube y baja, en el estilo al que estamos penosamente acostumbrados.

Pero en unos días florecen los tilos.

Las imágenes que recorren este envío son las tapas de los libros mencionados e imágenes de Catalina de Erauso y de Petchiammal, la mujer que eligió vivir como hombre para poder criar a su hija en la India.

Te dejo mi correo, por si te dan ganas de hacerme algún comentario: es hpomeraniec@infobae.com.

Hasta la próxima.

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