Edgardo Scott: los escritores como “creadores de contenido” y la despolitización de la literatura

El autor argentino que reside en Francia vino a Buenos Aires para la Feria de Editores y conversó con Infobae Cultura. Acaba de publicar el polémico “Escritor profesional” y de reeditar su novela “El exceso”

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A los escritores, plantea Edgardo Scott, “hoy se los puede equiparar en muchos casos a los creadores de contenido” (Foto: Adrián Escandar)
A los escritores, plantea Edgardo Scott, “hoy se los puede equiparar en muchos casos a los creadores de contenido” (Foto: Adrián Escandar)

Con los lentes todavía puestos, atento, sereno, clean, sentado contra una pared espejada en un café de la calle Arenales, con un pocillo en frente y una porción de pastafrola a medio comer, Edgardo Scott dice: “Todos estamos viendo que cambia la época, que cambia la mano, que hay otros códigos, que nos quedamos un poco alelados ante cierta sobrevaloración que puede tener una primera novela y que nosotros leemos y decimos: ‘esto con suerte es mediocre’. Entonces, con este libro, el objetivo era tratar de poner eso que a veces nos irrita, nos interpela, de manera crítica y también divertida”. Habla, puntualmente, de Escritor profesional, ensayo que acaba de publicar su sello habitué, Ediciones Godot, y que si aún no generó ruido, bronca, debate, lo hará mañana, o pasado, o tal vez quede en el fuero íntimo de esos lectores que prefieren callar. Porque este libro se define con la palabra que tanto exageró la época, y que acá calza justa: es un libro polémico.

La polémica es —ni más ni menos— controversia, discusión. La pregunta es cuántas de esas controversias y discusiones que atravesamos a diario realmente lo son. Acá, para discutir la literatura, sobre todo la literatura argentina, Scott escribió un libro. Y está en sintonía con otros tantos que se publicaron en los últimos años, en este mismo país y con similar vehemencia: “El escritor profesional no quiere ser leído, sino mencionado -y hoy, etiquetado-”, escribe Scott, y más adelante: “Los escritores ya no quieren ser leídos, sino vistos”. El planteo es que hoy, con la ¿milenaria? realidad de que no se puede vivir de los libros, los autores se vuelven figuras marketinizadas. Se convierten en íconos digitales, en influencers de las letras, en celebrities de nichos autocelebratorios. Y de literatura nadie habla. Es todo imagen, buenas intenciones, likes. Pero “cuando esos escritores que quieren ser vistos son leídos, muchas veces empieza la debacle, el derrumbe, se advierte la estafa”.

Scott vive en Francia desde hace ya varios años con su pareja, la escritora argentina Ariana Harwicz. Es, además, psicoanalista, crítico cultural, traductor. Escribió cuentos, novelas, ensayos. Nació en Lanús, en el 78, y admite que hay una mirada generacional en su forma de observar el campo literario. “No hay mala leche. Era decir también: ‘estamos todos en este acuario, mirá lo que generamos en veinte años, éramos jóvenes Wild Crazy Dream y mirá cómo estamos ahora, ¿qué hacemos?’”, dice en diálogo con Infobae Cultura. Y subraya algo que está en el prólogo: que este libro es “un gesto de amistad”. Ahí adentro, detrás de la provocación inicial que poco a poco muta en una argumentación cada vez más sólida y pensamiento colectivo, aparecen preguntas que se mantienen abiertas. “Caricaturizo, por supuesto, pero se entiende”, parece disculparse, e insiste: a los escritores “hoy se los puede equiparar en muchos casos a los creadores de contenido”.

“Escritor profesional”, ensayo que acaba de publicar Ediciones Godot (Foto: Adrián Escandar)
“Escritor profesional”, ensayo que acaba de publicar Ediciones Godot (Foto: Adrián Escandar)

—Imagino que el sueño de ser un escritor profesional siempre estuvo. Me refiero a vivir de los libros, pero también a lo que eso conlleva. Y quizás con el tiempo se empezó a derrumbar al calor de la realidad. ¿Cómo transitaste ese proceso, si es que fue así?

—Yo creo que no, pero hay algo cierto. Diego Cano, leyendo el libro, me decía: ‘¿contra qué fantasma lucha Scott?’ Y yo le dije: ‘capaz contra mí mismo, en el sentido de tomar, de asumir, de sostener cierta ética, que no vaya para ese lado’. En ese sentido sí he tenido un montón de situaciones a lo largo de estos quince años... Mi primer libro es de 2008, en la Universidad de La Plata. A 2023, son quince años que, aunque sea, publico. Y yo empecé con Alejandría en el 2005, ponele un par de añitos antes ya estaba dando vueltas. Son casi veinte años, como lo digo en el libro, que conozco el campo, que entré al campo, que llegué al campo. No se trata del que quiere empezar a escribir. Yo en la literatura empecé, como tanta gente, leyendo Marco Polo a los ocho años. Y escribiendo, escribí poemas a los catorce y canciones y algún cuento a los diecisiete. El tema es cuando vos empezás a verte con otros escritores, con editores, con periodistas: cuando entrás en el campo. Y eso lo hice, más o menos, cuando tendría veinticinco años. Lo que sí puedo decir es que a lo largo de todo este tiempo vi cómo las mejores mentes de mi generación se iban profesionalizando. Me parece que es una generación que llegó un poco con esa idea.

Acordate la nota esa, un poco canalla, que sacó [Patricio] Pron en Etiqueta Negra. Estoy hablando del año 2009. Fue cuando Maxi Tomas sacó La joven guardia, una antología donde estaban muchos de mi generación: Mariana Enriquez, Samantha Schweblin, Oliverio Coelho, Pedro Mairal, los que eran de la década del setenta. Sale esa antología, le va bastante bien, agitan un poco. La había prologado [Abelardo] Castillo, me acuerdo, que también hubo un quilombo porque había hecho el prólogo sin leer el libro. La cuestión es que esta antología, como fue editada por un sello grande, después la replican en España. Entonces creo que van a España Terranova, Samanta, Pron, Maxi Tomas, Diego Grillo Trubba: nombres de aquella época. Pron está ahí, vivía ahí, está todos esos días, y después hace una crónica para Etiqueta Negra donde los hace mierda: de algún modo lo que dice es que todos estaban preguntando: ‘che, ¿conseguiste un agente?, ¿cuánto te cobra un agente? Y si le das más cosas te consigue más cosas...’ Te lo cuento como símbolo de que eso, en mi generación, ya estuvo presente desde la raíz. Fue una generación que en algún punto tuvo poco de under contracultural, que sería lo que siempre el under genera. En cambio, para nuestra generación, y ni hablar después, el under se transformó en una especie de divisiones inferiores, de semillero, del pibe que va a River pero en realidad va pensando en irse al Arsenal desde que tiene diecisiete. Me parece que hubo una voluntad de profesionalización casi desde el inicio y que, me atrevo a decir, muy pocos esquivaron. Y está bien, por supuesto.

No hago un juicio moral sino una lectura, nada más de esto. Sí tomo una posición, a mí eso no me va, no me gusta y no lo recomiendo. De hecho hay gente que lo hizo y son buenos escritores. No todos, no muchos, si podemos pensar después cómo la profesionalización incidió en el nervio más interesante de cada obra. Lo que te puedo decir es que, por un lado, algunas veces tuve esa tentación y alguna posibilidad de ir para ahí pero por distintos motivos nunca elegí ir para ahí, a veces radicalizándome, a veces con matices. Y por otro lado, diría yo vengo de la música: el sueño de ser estrella de rock sí lo tuve. Te diría que con la literatura no me pasó porque yo eso lo tenía más de la música. Cuando yo tocaba a mis quince, a mis dieciséis, sí pensaba: ‘va a venir el productor, nos va a ver y vamos a ir a Sony’. Ahí sí me puedo hacer cargo de que eso yo lo pensaba. pero a esa edad. Evidentemente algo de eso percibí, y también en el medio de la universidad, que también te forma la cabeza, te abre, te educa. Esa idea de la profesionalización en términos exitosos o de masividad, si alguna vez lo tuve lo habré tenido cuando era chiquito con la música. Pero con la literatura te diría que no, que me pasó al revés. Entré con Alejandría haciendo una cuestión mucho más política, más transversal. El chiste en Alejandría era ese: venía un autor como Andrés Rivera y venía un chico que todavía no había publicado y podían estar todos en la misma noche y en un mismo tiempo de lectura. Ahí venían todos: venía Guillermo Martínez, venía Martin Kohan, venía Pablo Ramos, venía Ani Shúa y venía a Leónidas Lamborghini. Ahí fue como una idea mucho más anarquista, si querés. Vos sabés que yo soy anarquista.

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"Ahora tenemos el best seller, lo que parece literatura y la literatura" (Foto: Adrián Escandar)
"Ahora tenemos el best seller, lo que parece literatura y la literatura" (Foto: Adrián Escandar)

—En el prólogo que hacés a la reedición de El exceso (acaba de salir por Emecé), se lee que “hoy lo político se confunde con lo ideológico”. Sin embargo, en Escritor profesional decís que hoy el talento del escritor profesional es un talento más político que artístico. ¿Qué es lo que se juega ahí, en esa tensión, incluso en ese malentendido, entre política e ideología?

—La política, si estamos más o menos de acuerdo, es la lógica que asume el poder en cierto tiempo, cómo se distribuye el poder. Lo que digo es: el escritor profesional es piola para saber cómo moverse en ese circuito de poder. En eso es vivo, tiene los mejores reflejos para acomodarse en la selfie. Una anécdota: estoy en el exterior y discuto en una mesa con un embajador por una cuestión de Malvinas y, como suele pasar a veces cuando las discusiones son honestas, nos vamos caminando, vamos hablando de eso. El tipo es sincero, yo también; cuando una discusión enfrenta posiciones y hay buena leche va todo bien; hay algo hasta fraterno, te diría. Entonces llegamos a un restaurante y yo me siento con el embajador porque, como digo, venía charlando con él. Los dos veníamos un poco encriptados en la discusión. Y viene un personaje y se sienta al lado mío, pero no se sienta al lado mío, sino al lado del embajador. Esta clase de cosas yo las vi infinidad de veces en mesas, festivales, lo que vos quieras. No importa la cuestión moral: si está bien o está mal. Rápidamente te digo que está mal porque muchas veces ahí dejás a un amigo en banda. Pero más allá de eso me parece que hay ahí un ansia de poder y una operación permanente del lugar que se ocupa, del que se puede ocupar o de lo que se puede conseguir. A veces incluso hasta una manera entre tonta o ingenua, porque tampoco es tan así, pero hay algo de insistencia, de siempre estar ahí, siempre mostrarse. Luis Chitarroni me dijo una vez que editó a un autor por cansancio, para sacárselo encima. Era tan pesado que dijo: ‘bueno, lo edito así no lo veo más’.

—¿Y en cuanto a la ideología?

—Cuando pensamos la política en términos de comunidad, tratamos de pensar qué lugar tiene lo otro, cómo nos afecta el lugar del otro. Por ejemplo, hace poco postearon: ‘Un escritor se queda con el 10%, menos que un café’. El otro día lo charlaba con [Enzo] Maqueira y [Gonzalo] Unamuno, que me invitaron a la radio... Es cierto. Vamos a arrancar pensando el precio de la composición del libro que, para los que no lo saben, sí, ok, es del 10% para el autor, como era el autor del disco en la tapa. Pero después hay que decir que un 40 se lleva la librería, que un 25 a veces se lleva la distribuidora y que al editor capaz le queda un 15 o un 20. Ese es el precio de la composición de un libro, de todos los que participan en el producto, y que si entonces queremos que el autor se lleve un 15 o un 20, algunos de los otros va a ganar menos o se lo vamos a tener que sumar al precio de tapa, por lo tanto lo va a tener que pagar más caro el que compre un libro. Otra vez: yo no me meto a decir qué está bien o está mal. Lo que digo es: mirá que lo que vos tocás acá repercute acá y acá. En ese sentido, como me parece que estamos muy despolitizados, todo el mundo tiende a pensar solamente en su plato. Paradójicamente, la ideología. Por ejemplo, estamos al palo con la ecología. Yo me acuerdo que alguien decía: ‘cerremos todas las industrias que están al costado del Riachuelo’. Genial, y con los dos millones de personas que laburan ahí, ¿qué hacemos? Está ese tipo de concepción donde predomina mucho la ideología de cada uno, la militancia sesgada de cada uno, pero la política es poder vernos a todos, tratar de encontrar algún tipo de distribución para todos: vos hacés lo tuyo porque yo hago lo mío y yo hago lo mío porque vos hacés lo tuyo. Me parece que estamos en un campo y en una sociedad muy despolitizada.

“El exceso” es una novela de 2012 que acaba de reeditar Emecé (Foto: Adrián Escandar)
“El exceso” es una novela de 2012 que acaba de reeditar Emecé (Foto: Adrián Escandar)

—Le dedicas un capítulo a la visibilidad, que está íntimamente ligada a la masividad, algo que recién mencionaste. Y pareciera ser que hoy en día, como está planteado el escenario, es algo que lo condiciona todo, lo determina todo. Es un problema la masividad, ¿no?

—Hoy sí. Y es una diferencia con la cultura de los ochenta, por ejemplo. Digo la cultura porque no solo pasa con la literatura, porque con la música me parece que pasa lo mismo; de las artes visuales conozco menos. Siempre digo: hay una canción de Rod Stewart que parece un poema de John Donne, para lo que son ahora las líricas. Ni que hablar de Silvio Rodríguez, Virus, lo que vos quieras. Me parece que hay un achatamiento de lo que se ofrece a las masas. Me parece que lo masivo se ha achatado notablemente. No significa que no haya gente que escriba muy bien y haga una literatura muy interesante o una música muy interesante. En general quedan reducidas al nicho y están absolutamente afuera de la masividad. Por eso yo siempre insisto con Gustavo Ferreyra. Si es uno de los más grandes autores que tenemos y no lo conoce nadie, o lo conocemos muy pocos, y está lejísimo de la masividad... Y al revés: a veces literaturas muy menores venden miles y miles de ejemplares, entonces evidentemente hay algo que ahí está pasando. Y eso es una de las tesis del libro, de la lectura de esta época: algo de lo que está pasando es que antes teníamos el best seller y la literatura. Ahora tenemos el best seller, lo que parece literatura y la literatura. Ahí, otra vez, el escritor profesional: hay una construcción de imagen, una alianza entre la imagen y la obra, una cierta visibilidad, una cierta temática de agenda, una cierta redundancia.

—Hay un pequeño momento del libro donde te ocupas de hablarle a otros actores: al editor, al librero, al periodista. Les decís cómo combatir al escritor profesional, incluso cuestionando sus prácticas. Imagino que no cayó muy bien en algunos lugares, que encontraste recelo.

—Hay mucha cola de paja. Mucha gente que se siente tocada. Como si vos te hubieras sentido tocado con lo que escribo sobre el periodismo cultural. Como si me dijeras: ‘¿qué me contás las costillas?’ Supongo que los incomoda un poco, porque es más fácil hablar de ideología, de veganismo, de macrismo, que hablar de política. Olvídate de todo eso, ¿qué hacemos?, ¿cómo nos organizamos?, ¿estás bien con lo que estás haciendo?, ¿te gusta lo que hacés?, ¿te falta? Yo eso de afuera, viviendo afuera, lo vengo notando. Por eso supongo que se capitaliza tanto esa cosa nostálgica: Fito Páez, Argentina 1985, esa industria nostalgiera de los ochenta. Yo lo veo al revés: evidentemente ahora estamos en el horno si tenemos que idealizar el momento de Alfonsín, El amor después del amor. A mí siempre me interesa ese presente.

—Al libro lo relacioné mucho con Fantasma de la vanguardia de Tabarovksy...

—Y con Literatura de izquierda.

—Sí. Seguramente haya algo del modo en que está escrito y planteado todo. Pero este libro, Escritor profesional, es un planteo mucho más práctico, menos teórico, digamos: las prácticas cotidianas que hacen a un escritor profesional. ¿Lo pensaste así?

—Sí. A Literatura de izquierda lo leí cuando era más chico. Me gustaría que Escritor profesional tuviera un poco ese grado de interpelación para la gente más joven que viene con esta idea de profesionalización o que está empezando o que está viendo dónde editar o que está moviendo la novelita... bueno, fijate algunas cosas que te cuento, para dónde va la cosa. Teniendo a la vista y leído esos libros, también el libro de Hernán (Vanoli: El amor por la literatura en tiempos de algoritmos), lo que quería es que fuera un poco más práctico y un poco más divertido. Estas dos ideas las tenía bien a la vista: prefiero que sea más asertivo y jetón que académico, solemne, tedioso, o que te enrede en la prosa y no quede muy clara la idea.

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“El escritor profesional no quiere ser leído, sino mencionado. Y hoy, etiquetado”, escribe Scott. Y más adelante: “Los escritores ya no quieren ser leídos, sino vistos” (Foto: Adrián Escandar)
“El escritor profesional no quiere ser leído, sino mencionado. Y hoy, etiquetado”, escribe Scott. Y más adelante: “Los escritores ya no quieren ser leídos, sino vistos” (Foto: Adrián Escandar)

Scott suele intervenir en los debates en torno a la literatura. Lo hace desde las redes, incluso desde este mismo medio. Salió al cruce, por ejemplo, con una polémica sobre los géneros en un concurso del Fondo Nacional de las Artes o cuando varios autores se opusieron a la circulación digital y pirata de sus libros. Otro ejemplo: cuando, en el Dia del Trabajador, señaló que el arte ocupa otro lugar, ni mejor, ni peor, pero otro. Piensa la individualidad del artista pero siempre en el tejido del conjunto. “Es como cuando el que compone trae la canción a la banda. Sí, pero mirá que si no tenés al baterista, al bajista, al guitarrista esa cancioncita no es nada. La diferencia es que la toque alguien y la toque bien. Ahí está verdaderamente la canción. Está esa idea muy narcisista del escritor en primer plano. Me parece que siempre fue al revés: el escritor intentando suprimirse, ser casi un espíritu, una pluma, que puede representar la sociedad, darle lugar a todos esos otros espíritus”.

“La literatura debería ser lo contrario a un VIP”, sentencia ahora Scott y ahí se ve el objetivo final de este proyecto de 118 páginas que se lee de forma voraz: pensar a la literatura como un lugar generoso, compartido. Pero, ¿es posible? Con el galope de las páginas, el tono provocador inicial que puede molestar a los más susceptibles va dejando lugar hacia una construcción más dialoguista e imagina un futuro que podría ser, si algunos elementos se modifican, si algunas piezas se trastocan, si el enfoque se afina, un lugar mejor para todos los que creen en la literatura. Claro que eso conlleva un sacrificio, un desafío, una osadía: “Un escritor no debería escribir solamente para vender más libros o conseguir más seguidores y visibilidad, mejores anticipos, la traducción al chino, o la posibilidad de que su novela se vuelva una serie, en definitiva: un escritor no debería plegarse a su época, a la frivolidad de su época, porque ese es finalmente el imperativo de lo políticamente correcto”.

¿Y para qué, por qué debería, entonces? La cita en Escritor profesional, que este fin de semana arribó a la Feria de Editores (el motivo por el cual Scott está en el país), continúa así: “Un escritor debería seguir escribiendo también para dar testimonio en momentos difíciles, para imaginar y dar forma a las palabras que escriben ese momento, porque en verdad -la historia no se cansa de mostrarlo-, si miramos bien, si leemos bien, siempre podemos encontrar esos momentos a nuestro alrededor”. El problema, dice Scott, es callar; mejor dicho, pensar demasiado lo que se va a decir. Por eso cita a Jacques Derrida y su afán de “decirlo todo” por derecho, por “hiperresponsabilidad”. Y agrega: “Decirlo todo debe ser eso, escribir lo que hay que escribir, pero sobre todo no ceder, no acobardarse, no avergonzarse. Temer, pero hacerlo igual. Escribir y ser políticamente correcto es callar. Escribir y ser políticamente correcto es no-escribir, o más bien, como decía Fogwill, es ser escrito”.

“La literatura debería ser lo contrario a un VIP”, sentencia ahora Scott  (Foto: Adrián Escandar)
“La literatura debería ser lo contrario a un VIP”, sentencia ahora Scott (Foto: Adrián Escandar)

—El punto más debatible y más polémico que tratás en el libro, que está en todo momento aunque hay dos capítulos en que te ocupas puntualmente, es la relación problemática entre literatura y trabajo. Y decís: “El trabajador es una cosa. El artista, el poeta es otra”. Si la literatura es un negocio y muchos autores plantean que no ganan lo que deberían ganar, ¿quiénes se benefician: las grandes editoriales, las papeleras? Porque la cuestión de fondo está, como decías recién, más allá del escritor: en el mercado del libro, ¿no?

—Por eso mismo: el tema no es artístico, es industrial. Los mayores problemas que tiene la literatura son problemas de la industria. Los problemas que terminan repercutiendo en la ficción que leés, la mayoría vienen de la industria, no vienen de la creación, de la inspiración o de la técnica, sino que vienen de dilemas éticos ligados a que estás en esa industria y a los cambios que están ocurriendo en esa industria cultural. Por un lado, nunca estaría en contra de la ampliación de derechos: que se agremien me encanta, el tarifario genial, que cobren todos genial, que el reparto sea más justo, que cada cual que considera que lo que hace es un trabajo lo cobre y lo cobre lo que le parece que lo tiene que cobrar y que eso tenga algún tipo de protección social... Todo eso a mí me parece genial porque es lo que sucede en una sociedad democrática. Ahora, lo que no hay que ignorar es que la industria literaria no se inventó este año, recorre todo el siglo XX y llegamos a este punto. Hay editoriales argentinas con distintos capitales y posibilidades, hay editoriales transnacionales con distintas políticas.

Desconocer cómo es ese juego y desconocer que lo que te está pasando a vos, escritor, que a duras penas un editor independiente con muy poco poder de venta te está editando y que vos ahí quieras ganar suficiente dinero, que tampoco lo está ganando ese editor... Bueno, ahí entra una escala bien capitalista. Pero mirá que con ese mismo 10% que a vos no te sirve para nada Sacheri o tal otro autor está haciendo otra negociación en otro lado. ¿En proporción a qué? En proporción a la venta que genera su producto. Si tu libro va a vender 150 ejemplares va a ser muy difícil que vos te puedas llevar una fortuna porque no se le está llevando nadie: ni el librero que vendió tus 150 libros, ni el editor que editó tus 150 libros ni vos que vendiste tus 150 libros. Preguntarle a Dolores Reyes, o preguntale al que vende 40 mil ejemplares si los números son los mismos. Y seguramente que no. ¿Desde ese lugar después negocia un nuevo anticipo? Y sí, obvio. Todo eso se llama capitalismo. Ahora, ¿queremos cambiar el capitalismo? ¡Cuenten conmigo! ¡Ni hablar! Y si quieren ponemos los revólveres arriba de la mesa. Pero estamos en el capitalismo. ¿O no se acordaban? No seamos ingenuos y no seamos ignorantes. ¿Querés ganar un 15%? Le va a sacar un 5% a otros actores. Sentate en una mesa de discusión, como de paritarias, y vemos cómo lo repartimos. Vas a ver que al final ese 5% lo va a terminar pagando el consumidor, el lector.

—Y en esa misma línea, porque la discusión también es esta: ¿cómo influyen esas relaciones capitalistas, y la forma en que está planteada la industria del libro, en la escritura?

—Muchas veces, para alguien que tiene inquietudes artísticas, profesionalizarlas, entrar en esa industria donde tiene que trabajar de cosas que un poco convergen en la posibilidad de poder publicar su novelita, escribir notas en tal lado, traducir no sé qué, hacer prensa para no sé quién... Como decía Fogwill: ¿no será mejor que te pongas un corretaje de pañales y escribís a la noche? ¿No será mejor que trabajes de vendedor de autos y después escribas, o que estudies Ingeniería...? No me parece que estar metido ahí necesariamente genere mejores obras artísticas. Puede ser que sirva para la visibilidad, para estar en el campo, para empujar un poquito a la publicación de tu libro. Eso no garantiza en absoluto que tu libro esté bueno. Casi te diría, en general, que lo contrario, porque no es parte de una conexión estética que vos tengas a partir de tu necesidad expresiva. De hecho a veces es al revés.

Imaginate que Los Soria, la novela más larga de la literatura argentina, Laiseca la escribió mientras trabajaban en ENTEL. Imaginate las ganas que tendría el tipo de escribir esa novela siendo operario de ENTEL, sentándose a escribir antes de entrar a la fábrica o después. Ha habido grandísimas obras en la literatura argentina que jamás se apoyaron en la profesión, sino que al revés. Llegaba a Saer con sesenta años habiendo recorrido todo un camino y sí, vos lo veías, salía en más entrevistas, vendía más libros, lo editaban más, lo traducían más, le pagaban mejor una conferencia, lo que sea, pero fue después de haberse comido cincuenta años haciendo su obra de manera amateur. Hoy creo que eso se revirtió, es al revés: los chicos ya llegan buscando el agente y con la primera novela quieren ver si la adaptan al cine y ver si a partir de ahí pueden gerenciar eso el resto de su vida. Ahí es donde digo que está cambiando la cosa.

Una frase marcada en el libro "Escritor profesional" (Foto: Adrián Escandar)
Una frase marcada en el libro "Escritor profesional" (Foto: Adrián Escandar)

—Lo último, un detalle no menor es la importancia que le das a la poesía, que aparece todo el tiempo: un género que por un lado parece decaer, pero por otro cada vez está más presente en lugares como Instagram. ¿Cómo ves esa doble cara, si podríamos decirlo así, y por qué creés fundamental que un escritor lea poesía?

—Yo a la poesía la tomo más como la formación del escritor. Antes un escritor y un poeta eran casi lo mismo. Ese poeta después podía escribir versos solamente, o podía escribir verso, teatro, novela, crítica literaria. La poesía estaba casi en el origen de ese escritor porque hay una cuestión técnica. Así como el músico tiene que estudiar música, así como el cineasta algo generalmente de fotografía y de pintura sabe, los escritores teníamos el saber de las palabras. La escuela de formación sobre las palabras era la poesía: la plasticidad que vos tenés leyendo poesía, viendo solamente el poema, no la adquirís viendo series, porque viendo series estás viendo. En todo caso te entrenarás para hacer después un buen guionista, te entrenarás incluso para ser director de cine, pero para ser escritor vos lo que necesitabas era solamente las palabritas ahí, sonando, reverberando y generando asociaciones. En esa formación, primero amputaron al teatro.

Hace rato que un escritor de prosa no cree en absoluto que tenga que leer teatro ni saber de teatro, como género literario lo digo. Esto fue pasando y está casi ya cerrado con la poesía. Un narrador, alguien que escribe novelas, alguien que eventualmente escribe cuentos, que creo que será el próximo paso, va a quedar solo la novela, no siente que tenga que leer ni escribir poesía. Puede ignorar absolutamente, no solo los poetas de su generación, también la tradición poética de su país o incluso te diría a Walt Whitman. ¿Qué pasa con un escritor que no tiene ya ninguna formación lírica, que no sabe la diferencia de métricas, de rimado, etcétera? Son todos recursos técnicos que un escritor los tenía. Vos me dirás: ‘bueno, los puede tener por intuición’. Pero yo no creo que, con todo respeto, en la prosa periodística abunde, que la buena escritura esté en los medios, que los periodistas lean poesía. A los poetas les pasa lo mismo: arman su gueto porque pueden menospreciar o porque simplemente les parece otro palo. A mí eso me parece absolutamente escandaloso.

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