Alguna vez le preguntaron a un novelista, que hacía mucho que no publicaba, por qué no escribía. Su respuesta fue algo así como: “¿y a usted quién le dijo que no estoy escribiendo, por ejemplo, en este mismo momento?”
Supongo que algo de eso pasó con esta nota, porque no siento que la esté redactando ahora sino anoche, en Rosario, cuando vi asomarse por sobre el Paraná una enorme luna naranja, justo detrás de las islas que algunos delincuentes queman por unos pesos sin importarles si matan un humedal entero. Fue ahí, en ese momento de luz, que escribí: “¿cuántas cosas bellas más le caben a estas cinco mil personas que ahora están en misa, cantando que vieron tu corazón brillante sobre el mic en una mano?” Agitan sus celulares en un Anfiteatro a la vera del río, sonríen, creen y con eso les basta. Algunos, ya mayores, se abrazan con sus hijos, lagrimean al cielo, les pasa por delante el amor treinta años después del amor. Mientras, en el escenario, un sesentón de ambo verde y anteojos al tono, con los pelos sensualmente desprolijos y diez dedos largo y flacos volando sobre un amigo al que una vez le dedicó una rumba, jura que todo empezó una noche en la que Fabi dejó de actuar para darle amor.
Fito Páez en concierto. Antes de ir me dije: “tengo cincuenta y tres años, lo vi muchas veces. En el Luna Park cuando era tecladista de Charly y lo iluminaban poco, en estadios de futbol, en teatros cool, en avenidas repletas de fans…” Pero claro, en pleno Mundial, veo este recital en la ciudad de Leo y Fideo, y entonces comprendo que no puedo esquivar la analogía: Fito, de local, juega a otra cosa. Siempre brillante, no importa si en Baires o París, a este hombre se le nota demasiado que nació acá. Cuando dice Barrio Sur es porque sabe. Si grita puta, se le siente el dolor. Dice que cuando se fue no se alejó y suena tan rosarino como Messi escupiéndole a un holandés bocón el ya inmortal andapayábobo.
Nací en Buenos Aires. Soy tan porteño que en Rosario me dicen que pongo eses hasta donde no van. Cada tanto me piden que diga sho vi la shuvia en Osheros y se agarran la panza de la risa. Yo les hago la gracia, se la devuelvo cuando me citan en calle Lajeras, y así paso los días, en una rueda mágica de Rutas Nueves y vidas partidas. Ok, no seré local pero casi, porque acá tengo vida, trabajo, amigos, amor, club de tenis, librería, bar preferido... Hasta se me murió gente querida acá, hasta los enterré acá y sospecho, en silencio y para adentro, que todo eso es casi una especie de certificado de domicilio.
Sepan disculpar, no soy crítico de música, no tiene demasiado sentido que me ponga a contarles cómo sonó la banda o lo actual que puede ser un disco treinta años después de pensado. Yo de eso no sé nada. Cuando empecé a escribir fue porque se me inundaron los ojos de hermosura, porque lo escuché muchas veces cantarle a Buenos Aires, a Portugal o a París, pero anoche le vi la cara cuando dijo que en Rosario es diferente, les vi las caras de orgullo a sus compatriotas de pago. En fin, no sé cuántas cosas más lindas le podían pasar anoche a la gente que estaba en el Anfiteatro. No sé si hay calor más hermoso que el de sentirse en casa.
Hoy me levanté y leí el posteo de Fito. “Rosario, tengo la dicha de vida de decir que soy parte de vos”. Pensé de nuevo en Messi, porque bien podría haberse olvidado de todo pero no, fue exactamente al revés. Él tampoco se alejó. Por algo debe ser.
Voy a terminar dando las gracias, porque no siempre te abraza la hermosura de una manera tan simple, no siempre uno dice chau hasta mañana con el alma tan contenta, no siempre uno se va cantando por la calle, en coro con otras cinco mil almas, que le demos alegría a nuestro corazón porque así se irá la pena y el dolor. Y que si no bebamos, emborrachemos la ciudad, y seamos locales otra vez.
Les quiero mucho.
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