Cómo es vivir en una sociedad gobernada por mujeres

En "El reino de las mujeres", que acaba de ser reeditado por Planeta, el médico y escritor Ricardo Coler, ex director de la recordada revista "La mujer de mi vida", cuenta los secretos de la comunidad de los Mosuo, un fascinante matriarcado chino. Infobae publica un extracto del libro

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Por Ricardo Coler

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En la sociedad matriarcal las mujeres están al mando. El ejercicio indiscutido de ese poder imprime a las costumbres algunas características particulares. Este es el relato de lo que viví en China junto a los Mosuo y de lo que ocurre con los roles masculinos y femeninos, con la familia, el trabajo, el amor, la sexualidad, la política y la violencia en una comunidad de veinticinco mil habitantes. El último de los matriarcados.

En la sociedad Mosuo se ve a las claras qué pasa cuando las mujeres mandan. Así de simple. Entender sus costumbres puso en jaque lo que hasta ese momento había sido para mí lo lógico, lo deseable y el orden natural de las cosas.

¿Pensar que el hombre subyuga? No en esta aldea. ¿Que es propio de la condición de mujer querer casarse? Menos. ¿Que el padre debe ser respetado? ¿Cuál padre? Esta vez regreso preparado para convivir con ellos, entrevistar a cuantos pueda y volver sobre lo que me conmovió la primera vez y no alcancé a indagar en detalle.

Los Mosuo forman una comunidad de unos veinticinco mil habitantes donde ellas están claramente al mando. Algo así como el paraíso del movimiento feminista. Un ejemplo de cómo puede ser la realidad sin la supuesta supremacía del hombre y sin la opresión que esa supremacía puede ejercer.

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Ellas tienen todas y cada una de las prerrogativas mientras que ellos carecen de la más mínima. Es una variante de juego, un guión diferente para el drama—comedia—tragedia de los sexos. Quiero ver cuáles son esas variantes. Quiero ver cómo se mueven, cómo se relacionan, qué es lo que pasa cuando la sociedad no está manejada por hombres y son hombres los principales beneficiarios. Aquí es impensable que una mujer esté condicionada por la educación machista. Aquí es imposible que un caballero abandone a una mujer dejándola sin recursos. En Loshui el sexo nunca es débil.

En el resto del planeta los hombres ocupan, por amplia mayoría, los lugares de decisión y los puestos de poder. No es así entre los Mosuo. En Loshui, la propiedad está siempre en manos de la mujer y, llegado el momento, sólo pueden heredar las hijas. Ellas son dueñas de hacer y deshacer a su antojo.

En la aldea no hay dama que carezca de oportunidades, que no sea digna de consideración o que se encuentre sometida al arbitrio de la sociedad. Aquí es imposible dirigirse a un hombre para hacerle un planteo y reclamarle reconocimiento o trato igualitario. El macho de la comunidad es un macho sin autoridad, subalterno y dominado. En cuestiones de poder, dentro del ámbito familiar, los varones ocupan siempre un lugar inferior. Por eso, si a alguna mujer se le ocurriera querer protestar, buscar revindicarse frente a los ojos de un hombre, se vería en el aprieto de una situación sin sentido.

Esto implica que aquí no hay quien necesite liberarse por su condición de mujer. Son y fueron libres desde siempre. Lo que ocurre en la sociedad matriarcal es producto de una cultura donde la condición femenina se impone sin restricciones masculinas.

Pero una sociedad con el poder en manos de las mujeres no es exactamente el reverso de una sociedad con el poder en manos de los hombres.

Salgo y vuelvo a cruzar el patio en dirección al ala opuesta, donde se levantan las viviendas de las mujeres adultas de la familia y donde transcurre la vida amorosa de las Mosuo. Son sitios exclusivos para aquellas que alcanzaron la pubertad. Luego de la ceremonia de iniciación, cada mujer de la aldea tiene acceso a un cuarto propio. Esta es una diferencia marcada con los hombres. A ellos se les asignan habitaciones de uso común en las casas de sus madres.

Las mujeres, en cambio, cuentan con un sitio reservado, un lugar donde pueden estar a solas, velar sus detalles y volverse íntimas. Entrará exclusivamente quienes ellas quieran y cuando ellas quieran.

En la puerta del cuarto hay un gancho de madera. Es donde cuelga la gorra el compañero que ella elige para que la visite esa noche. La gorra en la puerta es una señal, le avisa a cualquier otro que venga a probar suerte que la mujer está ocupada y no desea que la molesten.

Al vínculo amoroso lo llaman "axia" o matrimonio andante. El matrimonio andante se parece muy poco a lo que en occidente se entiende por matrimonio. Cada uno vive en su casa. Por la noche el hombre visita en su cuarto a la mujer con la que haya arreglado una cita. "Xia" significa amantes, y en este caso la letra "a" es un prefijo que indica intimidad.

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Cada vez que salgo a caminar antes de dormir, me cruzo con grupos de amigos que después de la cena y hasta la medianoche se reúnen a la orilla del lago. Esa es la hora en la que parten en busca de sus amantes. Para ser atendidos golpean despacio la puerta, tiran piedritas sobre el techo o se cuelgan de las ventanas. La mujer siempre es la que recibe, el hombre debe ir por ella, a la casa de ella. Lo contrario es tabú.

Mantener este tipo de relación no implica ningún vínculo. La visita dura lo que la noche dura y no significa volver a verse. Si los encuentros no se acordaron previamente, sólo el hombre sabe en busca de quién irá. A la que aguarda en el cuarto le queda el interrogante de saber cual de ellos será el que golpee su puerta.

Tanto los miembros de otras aldeas como los viajeros pueden tener axia con las mujeres Mosuo. En especial en esos casos, ellas se cuidan de franquearle la entrada a los que son de trato poco amable o gustan de expresarse con términos procaces.

Si los visitantes vienen de lejos, la mujer se siente orgullosa de cómo se extendieron las noticias de su belleza.

Las damas disponen además de otro privilegio. Cuando lo prefieren, cierran la puerta.

Cuando una Mosuo revela el contenido de sus conversaciones con los hombres da a entender que no espera para nada un diálogo como el que puede mantener con sus amigas. Se abstienen de intentar ser comprendidas, algo que muchas mujeres de occidente demandan a sus parejas, considerando su caso como particular, y sin tomar en cuenta que forman parte de un reclamo milenario y milenariamente insatisfecho. Las Mosuo profesan una sabiduría de lo que no hay, de lo que no puede encontrarse.

Una sabiduría que las preserva de ilusiones que al incumplirse terminan por decepcionarlas y las convierten en pasajeras crónicas del tren de la queja. Es como si no esperaran hallar, en un hombre, otra cosa que lo que encuentran. Pero que eviten el cauce de un río caudaloso no las priva de la oportunidad de refrescarse en el agua que corre.

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Tener menos expectativas depositadas en sus parejas no las conduce a pensar que todos los hombres son iguales. Por ejemplo, Non Chi considera que hay diferentes formas de ser escuchada. Ella se da cuenta cuando su interlocutor está aguardando, impaciente, a que termine. Cuando la escucha pensando en otra cosa, y cuando demuestra un interés que es auténtico y hasta puede conmoverse con su relato. Eso es lo que quiere para esta noche y sabe a quién de la aldea acercarse, a cuál de los hombres debe tomar de la mano y pasarle una señal cuando estén danzando. Por eso se prepara para ir.

"Amor y pareja son situaciones incompatibles. Para mí, el amor es el único lazo que puede unirme a un hombre. Mi cultura lo permite, sin verme obligada a tener en cuenta otras cosas. Lo que quiero es estar enamorada. No entiendo cómo mis amigas sacrifican eso pensando como piensan. Se casan para tener una familia. Yo creo, por el contrario, que la mejor manera de tener una familia es, justamente, no casarse".

La familia matriarcal es incompatible con el matrimonio, es sumamente sólida y sus miembros no conforman parejas entre sí pues todos son consanguíneos. Esto les da la libertad de enamorarse sin correr el peligro de que, si les va mal, pierdan amor y familia al mismo tiempo.

Como lo único que puede unirlas a un hombre es el amor y, como la estructura social las contiene, el vínculo con el otro es muy específico. Por eso cuando el amor se acaba ya no hay razón para permanecer juntos. Es todo lo contrario a la obligación, a reglamentar el afecto, una trampa necesaria que en lugar de preservar, ahorca. Ni siquiera el miedo a quedarse solo es, en Loshui, un tema a tener en cuenta.

Las tareas del jefe de una aldea Mosuo no son muchas, pero son importantes. Una es mediar entre vecinos. Ser agresivos, tanto fuera como dentro de la familia, es algo que los deshonra. Ese es un rasgo marcado de la sociedad matriarcal. La violencia en todas sus variantes les genera rechazo.

Cualquier reacción desmedida, especialmente el uso de la fuerza, les resulta poco atractiva. Lo que en nuestro mundo puede traducirse como valentía, virilidad o un condimento en los deportes, a ellos les resulta intolerable. El término exacto es que los avergüenza. Es por eso que recurren al jefe de la aldea para que imponga su autoridad a tiempo, antes de que las disputas se compliquen.

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