
Alejandro Toledo fue el primer presidente elegido desde el retorno a la democracia en 2001. No fue un líder opositor al autoritarismo fujimorista. Recordemos como felicitaba su trabajo “Ya es hora que usted descanse, (...) sus obras buenas serán continuadas (…) gracias, Presidente”, señalaba en uno de sus spots de campaña. Sin embargo, en parte -quiérase o no- fue un símbolo democrático en su momento. Evitando el dualismo entre lo bueno/malo, en este artículo discutiré brevemente sobre los grises del exjefe de Estado y que lo llevará a ser el tercer mandatario del Perú en prisión en la actualidad.
El gobierno fujimorista es calificado como autoritarismo competitivo. Buscaba dar la impresión de una democracia; sin embargo, el poder estaba concentrado en la presidencia; la corrupción, institucionalizada; los medios de comunicación comprados y los opositores eran hostigados. El líder y fundador de Perú Posible representó un liderazgo que amenazó la continuidad de Alberto Fujimori en las elecciones del 2000. En las cuales, tras diversos indicios de fraude, una serie de movilizaciones ciudadanas -calificadas como “los Cuatro Suyos”- comenzaron a poner en jaque el gobierno. Toledo, como opositor político, les puso rostro a las movilizaciones. El nuevo milenio también trajo consigo la exposición de los ‘Vladivideos’, que son las grabaciones del asesor del Fujimori, Vladimiro Montesinos, comprando voluntades de políticos y periodistas. Tras la presión política y ciudadana, Fujimori renuncia por fax desde Japón, y, con ello, inicia la transición a la democracia.
El gobierno del economista formado en la Universidad de San Francisco y en la Universidad Stanford significó el inicio de una serie de reformas. Entre la que se destaca la descentralización. También hubo un fortalecimiento de las instituciones estatales y la apertura hacia un acuerdo nacional. En su quinquenio se presentó el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Existieron algunos avances. Por otra parte, el exmandatario contaba con un capital político importante, representado en su identidad. Provenía de un pueblo pobre y alejado del Perú, en donde trabajó como lustrabotas y vendedor de comidas, y llegó hasta la Universidad Harvard. En este sentido, el expresidente no solo tenía una carga representativa (muchos peruanas y peruanas viven en la pobreza y el recurseo es obligatorio para la supervivencia), sino también fue un símbolo aspiracional.

No obstante, Alejandro Toledo está lejos de ser un (anti)héroe de la democracia. Su gobierno también estuvo marcado de escándalos. Por un lado, por ser un político con una catadura moral cuestionable. El exjefe de Estado negó en reiteradas ocasiones su paternidad. Por otro lado, por la corrupción existente en su gobierno, se le acusó de utilizar los bienes estatales para fiestas privadas (recomiendo buscar información sobre el avión presidencial parrandero) y de recibir coimas por grandes obras de infraestructura. Si bien su gobierno fue el primero en democracia, también dio inicio al desencanto ciudadano ante este régimen político. El economista y político acabó su mandato en el 2006, siendo uno de los presidentes con menor apoyo ciudadano.
En el Perú, el fin de un mandato presidencial significa también la caída de la relevancia política. Con una ciudadanía siempre en búsqueda de la novedad, el exmandatario fue perdiendo notoriedad luego de su gobierno. Si bien se postuló dos veces más a la presidencia (2011 y 2016), no volvió a ser un candidato con reales posibilidades de ganar. Luego de la operación Lava Jato, el líder del partido del símbolo de la chakana fue acusado de haber recibido más de 31 millones de dólares de parte de la empresa brasilera Odebrecht, tras haberla favorecido en la licitación para la construcción de los tramos 2 y 3 la carretera Interoceánica. Es este caso por el que expresidente irá a prisión preventiva. Finalmente, Alejandro Toledo no fue un (anti)héroe democrático, pues terminó siendo un villano más de nuestra política.

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