
Tras las comidas todos sienten la emoción de poder degustar un buen postre. Quién no se ha aguantado las ganas de rechazar un platillo solo por esperar una buena recompensa. Ya sea un helado, un pastelillo, algún platillo dulce que pueda servir no solo para quitarse el mal sabor de boca, sino que pueda mejorar el día.
Pues bien, los postres han sido esenciales para las lenguas de los seres humanos a través de los siglos. Y estos no han cambiado tanto con el tiempo como uno podría pensar. Al menos en México los postres han sido una parte esencial de una buena porción de sus ciudadanos.
Los dulces tuvieron presencia durante la época novohispana pues tras la llegada del azúcar, con las cañas que Hernán Cortés trajo de Cuba, se utilizaron en los conventos para elaborar postres y dulces de todo tipo para los virreyes como mazapanes, alcorzas de acitrón, suplicaciones; también los huevos megidos, las yemitas de dulce y los hilados, entre muchos otros postres como los camotes, o las cocadas; aquellos con miel de maguey, queso de tuna y aun algunas gorditas con manteca.

Por supuesto, el chocolate fue una de las bebidas más recurrentes en el día a día de los mexicanos. Consumido en la mayoría de los casos durante la mañana pero también se bebía después de las demás comidas. Dependiendo de la persona, era utilizada la leche o el agua.
A esta se suma el atole, que no era tan preferido por los españoles debido a que lo consideraban como una bebida insípida, por lo que le añadían azúcar, mientras que los naturales le añadían miel.

La influencia francesa en la sociedad mexicana llegó a nuestro país por los españoles desde el siglo XVI, específicamente con la llegada de los Borbones al poder y sus reformas. El estilo de vida francés y la forma en la que estos hacían política fue impregnando las ideas de las élites españolas. Tanto Salvador Novo como varios escritores y estudiosos de la época registraron la fuerte influencia francesa.
Los helados de frutas, las sopas frías y otros dulces vinieron de Europa para ser consumidos también en México. Pero estos fueron más constantes varios siglos después con el surgimiento del Segundo Imperio Mexicano con la invasión francesa a México. Para 1864, la llegada de los emperadores al nuevo reino marcaron la moda en las cortes y élites, las cuales se proclamaron a favor de los gustos franceses.

Los vinos que tomaba el emperador Maximiliano, la champagne rosa favorita de la emperatriz Carlota, sus platillos y demás formas fueron abrazadas por los mexicanos más ricos para congraciarse con la nobleza. Comenzaron también a llegar los establecimientos de migrantes europeos.
Sin embargo estos adquirieron mayor relevancia y popularidad con el régimen de Porfirio Díaz en el siglo XX. Los restaurantes franceses y estadounidenses específicamente marcaron la pauta para la comida. Lo nacional fue tachado por muchos como insalubre. Aún con esto, se seguía con el consumo de platillos nacionales. Guillermo Prieto en sus memorias nos da cuenta de los postres que se consumían:
En los banquetes presidenciales de Díaz también se acostumbraba a servir de postres gelatinas, pasteles, helados y fruta acompañada de champagne. Después de la Revolución Mexicana, con la llegada de una nueva clase política y nuevos ideales de lo que debía ser nacional, se quitó un poco el estigma que cargaron los alimentos nacionales.
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