
Como si fuera una vela derritiéndose, la carne y los huesos de Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, se consumían bajo el fuego de tortura al que lo sometía Julián de Alderete, uno de los hombres a cargo del conquistador Hernán Cortés.
Aquella frase de “¿Acaso yo estoy en un lecho de rosas?” es solo parte de un mito, pero la tortura fue real. Durante horas el último líder de los mexicas aguantó estoico el “fuego manso”, una técnica de tormento que -de acuerdo con Enrique Ortiz García, divulgador de Historia- consiste en untar manteca sobre la piel para luego exponerla al fuego, produciendo profundas y dolorosas quemaduras.
El sufrimiento se prolongó así durante horas, ya que los músculos, y los huesos se consumían mientras la grasa corporal escurría, justo como ocurre con la cera de una vela.
Julián de Alderete, tesorero de Cortés, dirigió el suplicio a Cuauhtémoc, con el objetivo de que el dirigente mexica revelara dónde estaba ubicado el oro (el gran tesoro que los españoles creían oculto en algún lugar de Tenochtitlan).

Existe la idea de que mientras estaba siendo sometido a estas quemaduras, uno de los parientes de Cuauhtémoc se quejó y el tlatoani le respondió “¿Acaso yo estoy en un lecho de rosas?”, sin embargo, de acuerdo con Enrique Ortiz García, esto no fue cierto.
Dicha frase pertenece en realidad a un siglo muy alejado de la época en que ocurrió este hecho, es decir el XIX. Esa expresión se le atribuyó por primera vez a Cuauhtémoc en un libro del historiador Eligio Ancona de 1870.
Lo que es cierto es que una vez culminada la tortura, la salud de Cuauhtémoc quedó comprometida, pues se le dificultaba caminar y tenía que ser transportado en andas, una plataforma sostenida por dos barras horizontales que era llevada por otras personas.

Estaban por terminar entonces los días de Cuauhtémoc, cuyo nombre significa águila que desciende o sol que se oculta. Era la antesala del final para el hombre nacido alrededor de 1500 y que con solo 21 años llegó a ser el gobernante de los mexicas, ya cuando la invasión de los conquistadores españoles asolaba Tenochtitlan; el tlatoani que asistió al Calmécac, escuela de instrucción de los nobles, y posteriormente completó su educación en el Tepochcalli.
Y es que el 28 de febrero de 1525, después de aquella infame tortura, Cuauhtémoc fue asesinado durante la expedición a Las Hibueras organizada por Hernán Cortés.
Según la información de Enrique Ortiz, en aquel año Cuauhtémoc estaba haciendo una conspiración de rebelión indígena en contra del conquistador español, la cual comenzaría con el asesinato de Cortés y culminaría con el destierro de los colonizadores.
Cuauhtémoc había quedado al frente de los mexicas luego de la muerte de Moctezuma, pero una vez que Cortés se enteró de los planes, sin algún proceso judicial decidió ejecutar a Cuauhtémoc. Para el conquistador, el dirigente aún representaba una figura importante y de autoridad entre el pueblo de México-Tenochtitlan.
Cuauhtémoc fue ahorcado en un árbol de pochote el 28 de febrero de 1525.
A casi 500 años de su muerte, su legado es el de una persona que dio su vida por defender la autonomía mexica y representa la resistencia del mundo indígena.

De hecho, el nombre del tlatoani fue usado por Ortiz para incursionar en Twitter. Y es que el autor de Las Águilas de Tenochtitlán, personificó en 2012 al tlatoani en una cuenta de la red social que llevaba su nombre, él menciona que en esos años también aparecieron cuentas de personajes históricos mexicanos como Porfirio Díaz.
Después de un tiempo se agotó el tema de tuitear desde el punto de vista de Cuauhtémoc por lo que convirtió su cuenta de Twitter en un espacio de divulgación de la historia de México, actualmente tiene dos cuentas: @Cuauhtemoc_1521 y @Tlahtoani_1521, en ambas publica datos sobre personajes mexicanos.
Por ahora, a punto de cumplirse los cinco siglos de la muerte de Cuahtémoc, aún no está claro dónde quedaron sus restos.
El 26 de septiembre de 1949 la arqueóloga mexicana Eulalia Guzmán declaró públicamente haber descubierto en el municipio de Ixcateopan, Guerrero los restos del tlatoani mexica Cuauhtémoc.

Sin embargo, de acuerdo con la información de Enrique Ortiz, los estudios osteológicos que se le aplicaron a dichos restos no arrojaron resultados que indicaran que dichos huesos pertenecieran realmente al tlatoani mexica.
La carrera de Eulalia como arqueóloga, profesora y educadora se vio de alguna manera cuestionada e invalidada después de ese controvertido hallazgo, pero los pobladores de dicho municipio realizan bailes autóctonos como conmemoración a dicho hallazgo.
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