Infobae en el paraje donde nació el Chaqueño Palavecino y murió un niño wichi por desnutrición

Rancho El Ñato es parte del municipio de Santa Victoria del Este, el más pobre de Salta, la provincia donde siete chicos murieron desnutridos en enero. En ese lugar de la frontera con Paraguay y Bolivia, donde el hambre es una dolorosa realidad, las distintas comunidades aborígenes también bregan por lo que hoy es el bien más preciado: el agua. Un viaje al horror

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Un chico con desnutrición en el hospital de Santa Victoria Este. Allí murió un bebé de Rancho El Ñato. (Adrián Escandar)
Un chico con desnutrición en el hospital de Santa Victoria Este. Allí murió un bebé de Rancho El Ñato. (Adrián Escandar)

(Enviado especial a Salta)

Antonia Ceballos amamanta a su hija de cinco meses sentada sobre la tierra hirviente de Rancho El Ñato, un paraje de los confines de la Argentina más conocido por ser la cuna del Chaqueño Palavecino. La sostiene con un aguayo, y a su lado otro bebé, que apenas camina, parece esperar turno. Ya le dio el pecho a doce hijos, aunque dos se le fueron en medio de las enfermedades de la pobreza. El último, Aldo, de un año y nueve meses, engrosó la lista de siete víctimas de la desnutrición en lo que va del 2020: murió el 11 de enero en el hospital de Santa Victoria Este. Hoy es apenas un montículo de tierra en el cementerio local: su tumba no tiene ni una cruz.

Antonia Ceballos, sentada, y un sosiego para una niña de su familia. (Adrián Escandar)
Antonia Ceballos, sentada, y un sosiego para una niña de su familia. (Adrián Escandar)

Alrededor de Antonia, otras mujeres de su familia se predisponen para la charla, y varios niños juegan. Algunos están desnudos, pero todos, sobre la piel, llevan otra piel hecha de polvo y sudor. Ella está afuera de la choza de ramas y lonas de nylon negras. También hay perros y gallinas que transitan la escena. En ese rincón tan olvidado, donde 63 familias wichis conviven con 38 criollas, las penas sobran. Una vecina, Luis Ceballos, se acerca a contar el drama de Jeremías, que tiene 7 años y sufre una discapacidad: no habla. Sólo ríe en su inconsciencia. Pide ayuda. Todos, de algún modo, piden ayuda acá.

En Pozo del Tigre hay cinco chicos con bajo peso, al borde de la desnutrición. (Adrián Escandar)
En Pozo del Tigre hay cinco chicos con bajo peso, al borde de la desnutrición. (Adrián Escandar)

La mujer que perdió dos hijos vino a visitar al mayor. La choza se encuentra a la vera del camino que lleva a Santa Victoria, el poblado más grande de un municipio que cuenta unos diez mil habitantes. No habla castellano (o no quiere), y la lengua wichi le sale como un hilito. Su hijo mayor, Javier, de 25 años, oficia de traductor: “Dice que no se lo atendieron bien a mi hermanito. Ella lo llevaba al hospital, pero nunca le han dicho lo que tenía”. Antonia se hunde en el silencio. Está indocumentada, igual que lo estaba Aldo.

Una nube de abejas en el barril de agua de Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)
Una nube de abejas en el barril de agua de Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)

El cacique Camilo Ceballos(48) refrenda esa opinión: “Este tema es una mierda. Es dificil comentar algo, pero hubo falta de atención. No es por echar culpas, pero cuando hay un chico o un grande enfermos, no le dan importancia. Recién cuando está muy mal le dan importancia, cuando el chico ya no da más. A Aldo se lo llevaron y al otro día falleció”.

Los recipientes para el agua de Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)
Los recipientes para el agua de Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)

No hay buena convivencia entre los wichis y el hospital. Médicos y enfermeros denunciaron que la ex gerenta, Marcela Quispe, fue agredida. Lo mismo, dicen, sucedió con un médico al que le habrían partido la nariz. Los cuatro profesionales que hay son bolivianos, y algunos deben alquilar su casa por unos cinco mil pesos mensuales. Ellos y los enfermeros tienen temor. Piden anonimato, pero dicen: “Es el segundo bebé que se le muere a esa familia. Este chiquito tenía un mellizo, y a los pocos meses de nacidos, la mamá tuvo una niña. Tres para amamantar. Cuando llegó al hospital llevaba dos semanas de diarrea y vómitos. Por lo que sabemos, no conseguían transporte para trasladarlo. Llegó en pésimas condiciones”.

La casa natal del Chaqueño Palavecino en Rancho de Ñato. (Adrián Escandar)
La casa natal del Chaqueño Palavecino en Rancho de Ñato. (Adrián Escandar)

En dos de las salas hay madres con bebés al borde de la desnutrición. Nihuel Oseías Ailan suma un año y cinco meses. Tiene los ojos hundidos y los pómulos le sobresalen. Está tirado en una cama conectado a una botella de suero. No hay aire acondicionado ni ventilador para él. Sus papás, Rocío Vaca y Alexis Ailan lo acompañan. “Le bajó el peso por la diarrea y los vómitos”, dice la chica de 27 años. Su peso actual es de 9.200 kilogramos, cuando debería estar por los 12. En octubre del año pasado pesaba 10. Un relato que se repite. Y duele.

Lena Pérez con su hijita Ana María en el hospital de Santa Victoria del Este. La chiquita tiene bajo peso. (Adrián Escandar)
Lena Pérez con su hijita Ana María en el hospital de Santa Victoria del Este. La chiquita tiene bajo peso. (Adrián Escandar)

En otra se encuentra Ana María Elena, de un año. Pesa 9,200 kilogramos, uno y medio menos que el 24 de septiembre, cuando la controlaron. Su mamá, Lena Pérez, tiene 21. Le da el pecho acurrucada junto a la nena. En la misma habitación hay dos adultos. Debajo de la cama, descansa un perro. Ana María y Lena son de Pozo del Tigre, donde “hay cinco desnutridos más”, según cuenta. Es un caserío en el kilómetro 131 de la ruta 54, a 20 minutos en auto de Santa Victoria. Allí viven, en total y según un censo hecho el 11 de diciembre de 2019, 29 personas en un escenario dantesco: hay ropa tirada, juguetes por todas partes, y perros que se adueñan de las precarias camas en las que van a dormir las cinco familias que componen el grupo.

El interior de uno de los tanques de Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)
El interior de uno de los tanques de Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)

Todas ellas deben pelear a brazo partido contra una nube de abejas para llegar al agua. Tienen dos enormes tanques de 1000 litros (uno con pérdidas en la canilla) y cuatro barriles de 200 litros cada uno, que alguna vez contuvieron gasoil. El viernes pasó un camión del Ejército para cargarlos. Esa fuerza también reparte unos sachets de agua donde la sed aprieta y no hay recipientes. “El agua de este tanque es bien rica”, dice el cacique Andrés Pérez, de 56 años y casado con Marta Ñato, de 54. Señala al de la izquierda y desprecia al otro, “porque parece salada”.

Sachet de agua que reparte el Ejército. (Adrián Escandar)
Sachet de agua que reparte el Ejército. (Adrián Escandar)

“Antes, la gente no tomaba agua de pozo. Tomaba agua de río. Pero ahora el río viene sucio. O tomaba agua de lluvia. Pero no hay tanta. Antes cada mes llovía, pero ahora no”, explica, y agrega como al pasar en un dificultoso castellano que ellos representan 12 votos, pero los políticos ya no pasan como antes de las elecciones..

Pozo del Tigre, una escena cotidiana. (Adrián Escandar)
Pozo del Tigre, una escena cotidiana. (Adrián Escandar)

De su yica (el morral que llevan casi todos) saca una lista firmada por el agente sanitario Silas Pérez con los nietos que tiene en un débil equilibrio entre vida y muerte. Todos ellos con bajo peso, la antesala de la desnutrición. “El problema es el agua”, asegura Pérez. “Acá muchas veces no tenemos, no traen. Y empiezan a llorar mucho los chicos. Y cuando traen y está muy caliente, los chicos vomitan. Y como vio, hay mucha avispa”.

Camino a Rancho de Ñato. Cuatro gotas lo embarran. Una lluvia fuerte lo cierra hasta por dos semanas. (Adrián Escandar)
Camino a Rancho de Ñato. Cuatro gotas lo embarran. Una lluvia fuerte lo cierra hasta por dos semanas. (Adrián Escandar)

Hoy, Pérez y su familia no comieron nada. “Solamente una tortilla y mate”, dice con tristeza. “Ya no hay algarroba ni mistol”, explica lo que era -cuando había- parte indispensable de la dieta wichi. Se terminaron como el tártago, una planta silvestre que le da nombre a la mayor ciudad del departamento San Martín, Tartagal, del que se saca el aceite de ricino y los wichis usaban como medicina. Para peor, hace unos días hubo una tormenta muy fuerte que les voló las lonas de nylon que usan para guarecerse. Son seis las chozas dispersas por el lugar. “Estamos arreglando las casas, por eso no vamos a pescar”.

Rancho de Ñato, una imagen dolorosa. (Adrián Escandar)
Rancho de Ñato, una imagen dolorosa. (Adrián Escandar)

Dice que cuando vivían en Santa Victoria tenían una huerta. Ya no. “Nos fuimos por las crecidas del río”, se lamenta. La única entrada de dinero de la numerosa familia es la asignación por hijo, pero “cuando llega la plata hay que pagar las cuentas, y se acaba”. Ante tanta pobreza, se puede adivinar el destino de la Tarjeta Alimentar, cuando la economía informal es la única ley. Quizás el plástico termine al lado de algún juguete, tirada en el piso.

Después de batallar con las abejas, una nena bebe en Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)
Después de batallar con las abejas, una nena bebe en Pozo del Tigre. (Adrián Escandar)

Al revés que en muchas de las comunidades wichis, en Rancho El Ñato el agua no es un problema. “Tenemos un grifito ahí”, se suma Raúl, su sobrino. La Fundación que creó el Chaqueño Palavecino (al que muchos aquí llaman solo Oscar) bregó -y consiguió- para que la comunidad de un pozo y una bomba. Una serie de mangueras completa la operación. También la luz, que llega a través de un tendido de 17 kilómetros -asegura el cacique- se consiguió por intermedio del Chaqueño. Y la escuela número 4160, muy moderna, que está cerca del bañado que siempre amenaza con crecer sobre el caserío.

Pobreza extrema en Santa Victoria Este, Salta. (Adrián Escandar)
Pobreza extrema en Santa Victoria Este, Salta. (Adrián Escandar)

Lo que escasea, dicen, es la comida. La escuela les da de almorzar a los chicos, pero durante el verano no trabaja. “Acá no hay leche, no hay nada. Y si llueve, peor, es imposible pasar por el camino”, dice Javier. “Antonia Tiene que esperar que vuelva su marido, que se fue hace dos días a la cosecha, para tener algo de plata y comprar azuquita y harina. Hoy lo único que puede comer es una tortilla”, indica el sobrino. El cacique completa: “La gente vive de la pensión que cobra y nada más, pero esa plata se acaba rápido. Y cada mes llega un bolsón de comida, pero sólo para los que tienen hijos menores de seis años.”

Pozo del Tigre, en Salta. (Adrián Escandar)
Pozo del Tigre, en Salta. (Adrián Escandar)

De tanto en tanto, los más jóvenes vuelven a las tradiciones y salen a cazar. “A veces pillamos un conejo”, dice Javier. El drama de los wichis es que se quedaron a la intemperie, sin el monte que los cobijó desde que llegaron a esta zona. En la Argentina, desde el 2008 para acá, se deforestaron 2,8 millones de hectáreas, señala un informe de Greenpeace. Además del efecto devastador que tiene sobre el equilibrio climático, alejó de su habitat a la etnia. En pocos años, una población de aproximadamente 60 mil personas -algunos la ubican en 100 mil- que vivía dispersa en el monte siguiendo las aguadas, se quedó sin el sustento de la caza y la recolección de frutos y debió desplazarse hacia los lugares más áridos del este salteño. Hoy languidecen, apiñados en comunidades donde el hastío, el hambre, la sed -y ahora también el alcohol y la droga- hacen estragos.

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