El acuerdo con el FMI hace que el divorcio entre Alberto y Cristina ya no tenga retorno

Otra vez, el pueblo argentino sufre la ceguera de sus gobernantes y sus juegos por el poder

Compartir
Compartir articulo
Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner

Ensayo sobre la ceguera es una novela publicada en 1995 por José Saramago, definida por su autor como la obra que plasmaba, criticaba y desenmascaraba a una sociedad podrida y desencajada. El profundo egoísmo que marca a los distintos personajes en la lucha por la supervivencia se convierte en una parábola de la política actual, trascendiendo así el significado de ceguera más allá de la propia enfermedad física. Con un gobierno partido en dos, si Cristina convalida, con su séquito en el Senado, el acuerdo con el FMI, le concede al presidente “gobernabilidad” y el aire necesario para intentar sus sueños de reelección, dejando a su hijo pedaleando solo en el aire. Y ella misma debilitada. Si lo hunde, se van al fondo del mar juntos. Ciegos de poder, no pueden ver más allá de sus propios intereses. ¿Otra vez? … Inmensa pena para el pueblo argentino que sufre la ceguera de sus gobernantes y sus juegos por el poder.

Las mezquindades personales, con Máximo a la cabeza, que vimos en vivo y en directo en la discusión por el acuerdo con el FMI, más la repetida lluvia de piedras sobre el Congreso, y el infaltable tuit de Cristina mostrando, en una producción poco creíble de proporciones cinematográficas, su inmenso despacho destruido por las piedras, mientras se escucha un lastimoso soliloquio en el que da cuentas de que ella sigue siendo el centro de todas y todos, son hechos que sacan a relucir el pus de nuestra sociedad que hoy, en palabras de Saramago, está podrida y desencajada. Supuramos nuestros males por la política que solo está interesada en gobernar para ganar la próxima elección, olvidándose de hacerlo para las próximas generaciones. ¡Inmensa pena! … dan los millones de argentinos que viven en la pobreza, mientras nuestra dirigencia cobra dietas y jubilaciones millonarias en una vergonzosa actitud.

Alberto fue puesto a dedo, como parte de una estrategia exitosa de la “lapidada” dueña del poder y de los votos. Puso a quien pensó qué podía controlar y dominar. Pero Alberto es como el escorpión de la fábula de Esopo, obedece a su propia naturaleza y va a ser todo lo que tenga a su alcance para cumplir sus propios objetivos, que no son hoy los mismos que los de Cristina. Peleados entre sí, solo aparecen en público cuando las necesidades políticas del momento les resultan mutuamente convenientes. El vodevil que significó la discusión del acuerdo con el FMI es un claro ejemplo de la grieta interna del Frente de Todos, donde Cristina ni siquiera emitió una sola opinión en un acto de irresponsabilidad sin parangón, dada su condición de líder de ese espacio político y vicepresidenta. Calla para no vomitar en público sus pensamientos. Calla para preservar su cuota de poder. Como sabemos, el que calla otorga.

infobae

Separados, cada uno juega su juego. Uno juego, por cierto, muy peligroso para los argentinos, porque todos los días nos aleja un paso más del futuro mejor que nos prometieron, pero nunca llega. Tanto Cristina como sus seguidores más cercanos, incluido su primogénito, están abocados, de cara al 2023, a preservar, a como dé lugar -incluso horadando al gobierno que integran-, su espacio de poder, ese que les garantice la cantidad de votos necesarios para seguir contando con los fueros imprescindibles para mantenerlos a salvo de un Poder Judicial al que hoy ven como su peor “enemigo”.

Entender esos mecanismos, nos permitirá comprender por qué la Argentina modelo 2022 es un país peor que antes. No volvieron para ser mejores, fueron y son peores. Cristina siempre es Cristina, es simple de leer y entender, ya que todos sus actos, silencios, o apariciones esporádicas, siguen un patrón de conducta muy claro en el tiempo. No sucede lo mismo con el actual presidente, por la sencilla razón de que es un camaleón, que cambia de color según la ocasión. No tiene sentido, porque ya lo conocemos bien. Sabemos cómo funciona y se transforma dependiendo del interlocutor que tenga enfrente. Alberto Fernández carece de credibilidad alguna, sus palabras son hojas tiradas a la suerte del viento, y eso es lo peor que le puede suceder para su futuro. Cristina, con inmensa pena, ya lo entendió.

Al Presidente le juega en contra su profesión. Los abogados estamos entrenados para defender posiciones diversas, incluso opuestas entre sí. Para argumentar en favor de una determinada cuestión, con independencia de otras circunstancias. Por caso un abogado puede defender al mismo tiempo, en dos causas distintas, a la víctima de un delito y al acusado de ese mismo delito. Son polos opuestos, pero cada expediente tiene una realidad propia, que es lo que le permite al profesional del derecho “abogar” por los intereses que le fueron confiados. Distinto es cuando un personaje como Alberto Fernández se saca el traje de abogado y se viste de presidente.

Desde el mismo instante en que jura ejercer fielmente su mandato deja de ser abogado para convertirse en el presidente de todos los argentinos. Han pasado 817 días desde su juramento. Hace poco dijo, casi a los gritos, como acostumbra: “Nadie va a doblegar nuestros deseos de seguir creciendo. Lo puedo hacer porque discutí durante dos años con ese mismo FMI que yo desprecio tanto como todos”. No es propio de un mandatario hablar públicamente del desprecio que tiene con un organismo internacional con el cual estamos en plenas negociaciones para no caer en el “noveno” default de nuestra historia nacional y popular. Cuando Alberto habla en esos términos no hace más que despreciarse a sí mismo. Se auto rebaja a la categoría de charlatán, aspecto que Cristina sabe no va a cambiar y que la lleva de la mano a una muy posible derrota electoral en 2023, lo que justifica la estrategia separatista que está desplegando actualmente a la vista de todos y todas, renuncia y abstención de Máximo incluidas.

La diarrea dialéctica de nuestro mandatario, la que se intentó contener con la portavoz oficial, otro fiasco, no hace más que horadar su propia investidura. Se falta el respeto a sí mismo. Sabe que sin Cristina se cae y que con Cristina no tiene futuro. Un dilema muy difícil, que quizás solo pueda destrabarse con un tropezón judicial de la dueña de los votos, algo que en los pasillos de tribunales ya se empieza a oler.

Alberto Fernández, en la oquedad de su mandato, se ha convertido en el peor presidente democrático de la historia argentina. Su figura no inspira el respeto que debería por el cargo que ocupa, hasta un infante le cuestiona, en un acto público, por qué se convirtió en violador de la cuarentena que él mismo nos impuso a todos los argentinos. Es un presidente sin poder al que todos se le animan (como Fernanda Vallejos que lo trató de mequetrefe y ocupa, o Sergio Berni que hace pocos días dijo en una entrevista que no es el presidente que “soñó”).

El Presidente es poseedor de una enorme mezcla de egoísmo, pragmatismo y locura, tan grande que marca la lucha por su supervivencia a fuego, llevándolo a enfrentarse duramente con Cristina, en una relación que ya no tiene retorno posible. Se detestan en privado. Se toleran en público. Desde lo gestual todo lo sucedido en la última aparición del dúo Pimpinela de la política nacional habla por sí solo. Los silencios de Cristina en punto al entendimiento con el FMI, también.

Del Frente de Todos solo queda hoy la “fachada”, más un espasmo lastimoso de su jefa para intentar una nueva jugada que la deje lo más lejos posible de Comodoro Py, su principal preocupación. Es muy poco probable que, a estas alturas, los socios de la coalición destrozada por la ceguera de su propia impericia lleguen unidos al 2023. El frente interno del Gobierno se terminó convirtiendo en un campo de batalla a causa del entendimiento con el FMI y como consecuencia de que el infante presidencial ya ha dado sobradas muestras de ser incapaz para liderar un espacio político con aspiraciones serias. Cuando las “papas queman” tiende a borrarse y en política eso se paga muy caro.

Convirtieron su coalición en el Frente de Todos contra Todos, mientras el pueblo argentino sigue penando por salir adelante y mira por TV las peleas palaciegas que a estas alturas no son más que un culebrón de baja producción. En palabras del propio José Saramago, “dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”. ¿Alberto y Cristina sabrán discernir en lo que se han convertido, o su ceguera es tan profunda que no les permite verse en absoluto?

SEGUIR LEYENDO: