“Las tendencias van a tomar más velocidad y volverse más pronunciadas y dominantes. La historia no va a cambiar su curso, sino que se va a acelerar”. Richard Haas, presidente del Council of Foreign Relations, evalúa así el impacto global de la pandemia, y esta historia que adquiere un ritmo vertiginoso, se refleja en cambio de hábitos y deseos de los consumidores, y en la revolución que determina en las industrias y el comercio.
Estas tendencias que se aceleran configuran un escenario inédito en la historia reciente. La cuarentena dispuesta por el covid-19 produjo un avance extraordinario en la incorporación del teletrabajo y el comercio electrónico: la manera en la que trabajamos, consumimos, nos recreamos, vivimos y producimos se va a modificar continuamente. En este contexto, luce razonable pensar que también cambiará la forma en la que nos trasladamos y esta nueva movilidad estará atravesada por la aceleración tecnológica y la híper conectividad.
Los cambios en esta industria no son de grado, sino de magnitud y orden. Se avecina un ecosistema de movilidad distinto que pone la centralidad en las personas. A grandes rasgos, puede decirse que el nuevo consumidor será: digital (online y on demand para movilidad conectada), empoderado (más exigencia en sus decisiones), sustentable (promoviendo el bienestar social e individual) y con nuevas preferencias (en especial con pasaje al uso por sobre la posesión). Para atraerlo, no puede plantearse una lógica de oferta-demanda y regulación, sino del rol que, de manera simultánea, cumple cada uno de los agentes del universo de la movilidad atendiendo todas las variables.
Se avecina un ecosistema de movilidad distinto que pone la centralidad en las personas; el nuevo consumidor será digital, empoderado, sustentable y con nuevas preferencias
Es un gran desafío para el sector público y para el privado. El primero deberá rediseñar sus políticas públicas, marcos regulatorios y el modo en el que se relaciona con la sociedad en ciudades que protagonizan cambios inéditos. El segundo repensará su actual oferta de bienes y servicios de cara a las preferencias y necesidades de un consumidor emergente, en un entorno que se sigue acomodando. Una convicción une a los dos actores: a partir de ahora será determinante avanzar en la experiencia del consumidor como factor clave.
Un ejemplo claro es la irrupción de la micro movilidad privada en un contexto de fuerte resistencia de las personas a utilizar medios de transporte compartidos por temor al contagio. Dado que Argentina es un país eminentemente urbano (50% de la población vive en aglomerados de más de 500 mil habitantes) esto es trascendental porque permitiría reorientar la inversión pública, disminuir la erogación de subsidios, contribuir a los compromisos asumidos en el Acuerdo de París (a partir de una movilidad sustentable), mejorar la disponibilidad y financiamiento, reducir el riesgo de accidentes viales y el gasto en salud.
Así, el nuevo escenario altera la lógica: ahora las personas no van a las cosas (bienes y servicios), sino que las cosas prioritariamente van a las personas. Con la gente consumiendo desde sus casas y no en sus lugares de trabajo, cambia completamente la provisión de bienes y servicios y esa innovación no pasa sólo por el transportista y el operador logístico, sino por toda la cadena de producción y comercialización.
Esta dinámica da origen a un ecosistema que se asienta sobre cuatro pilares: 1) el consumidor en el centro; 2) nuevas tecnologías, digitalización y datos en un marco de mayor innovación; (3) mayor oferta de bienes y servicios de movilidad cruzando diversos canales y; (4) una nueva lógica de interacción y colaboración de un número creciente de jugadores involucrados.
La nueva movilidad será: conectada, integrada, distinta cuando el consumidor sea “libre” de elegir cómo y cuándo moverse, condicionada a las acciones del sector público, incómoda para las empresas que no se puedan adaptar y con preponderancia de circulación de bienes sobre la de personas.
En el terreno de lo incierto permanecen varias incógnitas difíciles de develarse en la actualidad. ¿Cómo se reorganizarán los actores tradicionales, principalmente los productores de vehículos (autos, motos, bicicletas, ómnibus, etc.)? ¿Cuándo se pierde el miedo a la movilidad compartida? ¿Cómo se genera, se almacena y se usa la información que los usuarios producen al moverse a diario? ¿Cuál será la agenda de la nueva movilidad de Argentina y qué capacidades existirán para motorizarla? ¿Cómo será la comercialización del futuro, dado que es un segmento muy desafiado?
Las oportunidades emergen en contextos disruptivos, no lineales e inestables. Existen alertas que ya está mostrando la industria: la historia y las capacidades de la cadena de valor no son condición suficiente para la captura de las oportunidades, ni el cumplimiento de los planes de políticas públicas actuales alcanzan para lograr un perfil deseado de movilidad. Pero si son condición necesaria, que brindan una base de despegue a partir de la cual crecer. En nuestro país, ya hay activos positivos, como dos fábricas de vehículos eléctricos y varias de micro movilidad sustentable, así como desarrollos tecnológicos y digitales.
Las oportunidades emergen en contextos disruptivos, no lineales e inestables
Dentro del nuevo ecosistema los actores tradicionales se reinventan y los emergentes aportan una nueva impronta. Es así como se popularizan nuevos proveedores de bienes y servicios de movilidad con oferta vía apps on demand; o bien las concesionarias buscan ser un centro de experiencia del consumidor incorporando nuevas tecnologías (con virtualidad, RV-RA, entre otras) y ampliando su oferta de servicios más allá de lo convencional; también se vuelven comunes nuevas soluciones de movilidad sustentable para la logística de última milla; e incluso las terminales automotrices venden sus vehículos a través de plataformas online, desafiando los canales tradicionales de comercialización.
Argentina no puede quedar al margen de la “nueva movilidad”, pero debe delinear con precisión el rumbo, encolumnar a los actores del ecosistema (históricos y emergentes) tras objetivos comunes como, por ejemplo, adaptar a la cadena de valor automotriz, avanzar hacia la electromovilidad e impulsar la transformación digital en todos los eslabones. Mirando la región, hay países referentes que están dando pasos más certeros como Brasil, México y Colombia.
Para motorizar el cambio, se requiere el apoyo de políticas y regulaciones que confirmen la dirección en el mediano y largo plazo. Sin dudas, esta nueva etapa tiene un rumbo definido y los protagonistas de los sectores público, privado, la sociedad civil y la economía del conocimiento deberán trabajar de manera conjunta y coordinada.
El autor es director de la consultora Abeceb