La unidad y el conflicto según el papa Francisco

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Jorge Bergoglio nos dice que la unidad prevalece. Entre prevalecer y ser superior hay una sutil diferencia. Prevalecer significa sobresalir, que implica una superioridad, pero al mismo tiempo y en otra de sus acepciones que podría ser entendida metafóricamente dice: 'Las plantas y semillas en la tierra: ir creciendo y aumentado poco a poco'.

Dentro del encuentro está instalado el tema del conflicto, ya que este no es otra cosa que el des-encuentro, que es también un encuentro fallido con nuestro semejante, sea este nuestro amigo, amante, enemigo o extranjero que se cruza en el camino. Claro que la entidad del conflicto depende de la mirada de los que son parte de él y de eso dependerá la mayor o menor posibilidad de su superación.

El otro-sujeto (persona) y el conflicto

Cuando hay amor, es decir, una relación interpersonal afectiva, se trate de una relación de pareja o simplemente de amigos, la mirada es de consideración personal y afecto. El diálogo permite en la mayor parte de los casos superar el conflicto, con lo que prevalece la unidad y así, de hecho, ocurre todos los días.

Pero puede ocurrir que la relación interpersonal se dé no sobre la base del amor, sino del mero respeto y la consideración entre personas que recién se conocen y cuyos intereses aparecen en conflicto. Piénsese en el caso de un choque de dos automovilistas. En muchos incidentes de ese tipo los conductores se presentan, intercambian datos y hay un rápido acuerdo que no pasa a mayores.

El otro-objeto y el conflicto

Cuando el otro es reducido a objeto, como ocurre en muchos casos, la cuestión será ardua, porque, como veremos, las notas que caracterizan la mirada de quien objetiva al otro, es decir, lo considera y a veces también lo trata como objeto, no alientan el diálogo sino la guerra.

Los conflictos sociales se pueden plantear entre funcionarios de gobierno y representantes de los sectores de la sociedad, funcionarios de dos Estados, el jefe de personal y los trabajadores de un establecimiento, o simplemente entre vecinos.

Las notas más relevantes de esta mirada objetivante son, en primer término, la abarcabilidad; el otro es un alguien, como quien es reducido a las respuestas de un cuestionario y nada más. En segundo lugar, habiéndolo evaluado, el otro es una realidad definitiva, un ser acabado. Con los datos que poseo, ha sido, es y será así, y no lo creo capaz de un cambio, de una renovación, quedará congelado y su imagen será la de su peor o mejor momento, y para siempre.

En tercer lugar, el otro objeto me es patente, está ahí, pero no está presente en mí, sino patente como el reverso de un cuadro, que puedo dar vuelta pero no quiero encontrarme con él, porque lo reduje a la condición de objeto. En cuarto lugar, el otro objeto es una realidad numerable (literalmente me ordenaron, en Campo de Mayo, durante mi secuestro: "Olvídese de su nombre, usted, a partir de ahora, es el 106"). Y el otro-objeto no solo es numerable, es también cuantificable, susceptible de comparación cuantitativa, y su imagen y realidad surgirá de lo que me digan las encuestas o las planillas. Por último, el otro-objeto me es indiferente, si se muere, su muerte no me afecta, muere solamente para él.

Ahora bien, el otro-objeto puede serme un obstáculo. Ante el obstáculo se tiende a la remoción de la que el asesinato físico es la versión más cruenta. Durante la última dictadura, cuando sus miembros se encontraban ante un otro-obstáculo, tras interrogarlo, lo liberaban si entendían que era un perejil, lo ponían a disposición del PEN o lo desaparecían para siempre. Durante la democracia, donde no caben ni la ejecución ni la esclavitud, estos recursos fueron ruidosamente abolidos, aunque subsistieron otros mecanismos de asesinato personal por medio de la prensa, los jueces o la oficina recaudadora de impuestos.

Los caminos del asesinato físico o personal siempre provocan traumatismos sociales y dejan cicatrices en la historia. Esos asesinatos suceden cotidianamente en tiempos de la democracia y de ello se podría componer, como dice un filósofo español, una criminología de la vida diaria del mismo modo que Sigmund Freud escribió su Psicopatología de la vida cotidiana.

Otra actitud posible frente al otro-obstáculo es la evitación. Ignorar la existencia del otro se da en muy diversos modos: no verlo, ignorarlo, evitarlo. Método que tiene miles de años de historia: en el Evangelio según San Lucas 10.25-37 hay un testimonio elocuente de la evitación. En el caso de colectivos populares, es más difícil ignorarlos, ya que irrumpen en el escenario público sin permiso.

En cualquiera de los dos casos el conflicto no se supera, deja de ser tal por supresión del otro o por elusión. Generalmente, causa de otro conflicto. Ahora bien, fuera de las variables del aniquilamiento y la evitación, el único camino razonable parece ser el del diálogo.

El camino del diálogo en el conflicto con el otro-objeto

En la XIII Jornada de Pastoral Social en Buenos Aires, el 16 de octubre de 2010, el arzobispo Bergoglio desarrolló el principio que comentamos en los siguientes términos: "Si uno se queda en lo conflictivo de la coyuntura, pierde el sentido de la unidad. El conflicto hay que asumirlo, hay que vivirlo, pero hay diversas maneras de asumir el conflicto. Alguien que obvia el conflicto no puede ser ciudadano, porque no lo asume, no le da vida, se lava las manos. La segunda es meterse en el conflicto y quedar aprisionado. Entonces, la contribución al bien común se daría solo desde el conflicto, encerrado en él, sin horizonte, sin camino hacia la unidad. Ahí nace el anarquismo o esa actitud de proyectar en lo institucional las propias confusiones. La tercera es meterse en el conflicto, sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de una cadena, en un proceso".

"Meterse en el conflicto" significa, a nuestro juicio, verlo sin ideas que contaminen la realidad, ver la realidad tal cual es, hacerse cargo. "Sufrir" el conflicto es examinarlo con inteligencia, dialogar, y en ese camino dialógico formar la cadena, el proceso que hará posible la síntesis y la prevalencia de la unidad.

A esta altura cabe preguntarse: ¿Es posible el diálogo cuando el otro me considera un obstáculo o pretende destruirme como ciudadano o grupo social? ¿O cuando quiere evitarme o reducirme a mero instrumento?

Francisco parece decirnos que siempre es posible, aunque se presente como muy difícil. Según sus enseñanzas, lo primero en cualquier conflicto sería comenzar por analizar la mirada que cada uno hace del otro, dejando para después los términos del pleito. Luego, el diálogo debe hacerse sobre la realidad del conflicto y tiene que tener ciertas condiciones de validez: a) Nunca puede ser un diálogo de sordos, no debe buscar ni el acuerdo a cualquier precio (irenismo), ni la mera componenda o la absorción de uno en el otro (sincretismo). b) Ha de ser auténtico, donde cada uno escuche lo que el otro dice, incorporando a su conocimiento lo oído, lo que no significa que lo haga suyo. c) Se deben producir síntesis. d) Se debe buscar la resolución del conflicto en un plano superior que conserve en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.

Para que haya paz social y prevalezca la unidad del pueblo

La amistad no será posible si un sector o grupo de la sociedad quiere imponerse y tener privilegios sobre los otros (la parte se confunde con el todo). Dice Francisco que no es posible la paz que se establece sobre "una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden".

El camino del desarrollo integral de todos, en sus mejores experiencias históricas, no estuvo exento de conflictos. Sin embargo, en esa dirección la resolución de estos hizo prevalecer la unidad hasta que el surgimiento de otra polaridad o parte se impuso sobre el todo y generó un nuevo conflicto. Ese parece ser el drama o la recidiva de nuestros pueblos latinoamericanos.

Agrega Francisco: "Una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia", al aumentar la injusticia social y el abismo entre ricos y pobres.

En el plano escatológico, como lo anuncia el Evangelio, cuando la brecha llega al nivel del abismo, es irremediablemente tarde para que el rico Epulón mire a los ojos a Lázaro, el mendigo (Lc. 16.19-31).