
“Hacía ciertas cosas en donde ya sabía que si dejaba algo por ahí ese día ya tocaba, sin que importara si tuviera ganas, estuviera de acuerdo. Y entonces ahí empecé a sentir como un deber, más no un querer”.
Así lo expresó Claudia, nombre ficticio para proteger su identidad, a Infobae México cuando describió las dinámicas bajo las cuales el sexo con una pareja sostiene una coreografía de reglas y rituales ajenos al impulso propio.
Durante ese tiempo, ella intentaba hacerlo sentir bien, por lo que accedía a cada iniciativa propuesta de su pareja, incluso algunos fetiches que no le resultaban del todo gratos.
“Le traté de complacer en todos los sentidos, lo que se le ocurriera al señor este”, relató y subrayó el peso de tener que priorizar las necesidades ajenas sobre las propias.
“Si no había todo un ritual, no se llevaba a cabo el acto sexual”, repitió, evidenciando cómo el guion impuesto anuló sus ganas, su comodidad y su capacidad de decir que no.
Pero... ¿por qué pasa esto?
La experiencia de Claudia ilustra un fenómeno reportado por muchas mujeres: el sexo aparece como tarea, no como placer, dentro de relaciones donde las expectativas, los relatos y la cultura determinan cuánto y de qué forma están autorizadas a desear.

En conversación con Infobae México, Fabiola Trejo, doctora en Psicología Social por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una de las voces más influyentes según la lista BBC 100 Women 2023, explica que estas sensaciones no provienen del vacío.
“Entre las dificultades más importantes que atravesamos hoy está que para las mujeres el sexo es un trabajo y para los hombres es algo que se da con naturalidad”, aseguró.
Detalla que los discursos de género asignan la sexualidad masculina al deseo activo, mientras el papel femenino queda atado al cuidado, la disposición y la respuesta.
Cuando el placer se complica
La rutina diaria recorre la mente y el cuerpo de muchas mujeres antes del encuentro sexual.

“Es la carga mental que inicia desde el tener que preparar nuestro cuerpo, vestirnos de cierta manera, depilarnos, vernos de cierta forma para ser deseadas”, dijoTrejo.
El mandato va más allá del aspecto físico. La preocupación por el bienestar del otro, el deseo de que la pareja se sienta satisfecha, la sensación de que el placer propio demanda un esfuerzo desproporcionado, conforman una suma que termina imponiendo reglas.
La cultura ofrece el mensaje de que para los hombres el sexo es natural e imprescindible, mientras para las mujeres resulta difícil, complejo, casi ajeno.
“El placer para nosotras pareciera que es algo más difícil y para ellos es algo completamente natural”, afirmó la especialista.

Esta diferenciación no es accidental. Durante siglos, los relatos culturales han segmentado las funciones: la mujer vinculada al afecto y la reproducción, el hombre al deseo y la iniciativa.
Así, los detalles cotidianos se engarzan en una secuencia de expectativas: cuidar la imagen, planificar los momentos sexuales, velar por el ambiente, registrar las necesidades ajenas.
En la experiencia testimonial, como la de Claudia, ese ritual se transforma en una especie de guion compartido que debe cumplirse sin importar si hay ganas, cansancio, incomodidad o falta de acuerdo.
Los efectos de la narrativa sexual: entre la disonancia y la resignación
“‘Nadie las entiende porque es tan complicado’, ‘necesitan mucho tiempo’, ‘necesitan muchas cosas’, ‘necesitan estimulación supercompleja’. ¡No! Los hombres son fáciles, los hombres nada más dijiste hola y ya se les paró y ya quieren coger… Eso es completamente mentira”, advirtió Trejo.
Al repasar estos relatos, la especialista señala cómo la narrativa cultural contribuye a naturalizar y perpetuar una brecha del placer: el acceso al gozo sexual está mediado por un discurso donde las mujeres deben esforzarse, ceder, e incluso resignarse frente a la prioridad del deseo masculino.

La literatura académica, las investigaciones de Trejo y los relatos personales muestran que el mandato de complacer, de cumplir con expectativas ajenas y sociales opera en muchos ámbitos.
Según la especialista, desde la cama, en la conversación o en la autoimagen, la cultura le grita constantemente a las muejres que “el orgasmo es de quien lo trabaja”.
Mientras, los desafíos sexuales de los hombres resultan invisibles, silenciados bajo la ficción de su facilidad y deseo constante.
Las consecuencias de estas perspectivas tan arraigadas exceden la experiencia individual: afectan la salud, la autoestima y la libertad sexual.
Más allá del deber: comprender la raíz para transformar la vivencia
La voz de Claudia, como la de muchas otras mujeres, permite dimensionar el alcance de los mandatos sexuales internalizados.
Terminan por convertir la intimidad en un territorio donde la espontaneidad cede terreno y la subjetividad se ve desplazada por una coreografía de expectativas sociales.

Como resumió Fabiola Trejo, “se han construido estos roles de género en la sexualidad para fortalecer una doble moral sexual patriarcal”. Esta realidad, lejos de ser meramente teórica, se plasma en los relatos de vida y en el trabajo de los especialistas.
Comprender estos procesos resulta fundamental para visibilizar las desigualdades, abrir conversaciones y trazar rutas hacia una sexualidad que se aleje de la obligación y permita ampliar la agencia de las mujeres sobre su propio placer.
El testimonio de Claudia no solo revela la dificultad, sino que invita a otras a reconocerse en sus propias historias.
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