Cuando nuestros antepasados aprendieron a domesticar el fuego, se produjo una verdadera revolución que propició profundos cambios a nivel psicológico y social. En las largas noches de invierno, aquellos primeros homínidos se sentaban alrededor de las hogueras, convirtiéndose estas en el centro del hogar. En torno al fuego se contaban historias, se recordaba a los seres queridos o se transmitía conocimiento a las nuevas generaciones.
Desde entonces, las personas no hemos dejado de reunirnos. Para Aristóteles, el ser humano era un animal social por naturaleza, en tanto que solo puede sobrevivir y desarrollarse plenamente dentro de una comunidad. La Navidad es, sin duda, uno de los máximos exponentes de lo que significa pertenecer a un grupo: el intercambio de regalos, los villancicos típicos, las quedadas para ver las luces y, por encima de todo, las comidas familiares.
Las comidas de Navidad son entendidas en nuestro imaginario colectivo como verdaderos reforzadores de los lazos. “Está demostrado que en las reuniones familiares donde nos sentimos cómodos hay un menor riesgo de depresión, de soledad e incluso una mejora en la salud mental. Hay bienestar emocional en esos rituales navideños, en después de cenar jugar a las cartas, jugar al bingo, cantar karaoke, contar historias...”, cuenta en una entrevista con Infobae Carmen Grau del Valle, psicóloga de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria Biomédica de la Comunidad Valenciana (FISABIO) en el Hospital Universitario Doctor Peset.
Sin embargo, lo que para unos es una etapa de desconexión, para muchos es una de las épocas más complicadas del año. Las personas con obesidad, sobrepeso o que están siguiendo una dieta de control de peso sienten una presión añadida durante la Navidad, pues estas mismas comidas familiares propician en muchas ocasiones las sensaciones de vergüenza o culpa.
“Las personas que viven con sobrepeso u obesidad durante mucho tiempo se han enfrentado a ese estigma social. Son percibidas como perezosas, sin disciplina o sin fuerza de voluntad, porque que seguimos simplificando la enfermedad, responsabilizando únicamente al paciente”, expone la psicóloga.
Para estas personas, resulta muy complicado disfrutar de estas fiestas tan señaladas y cargadas de productos típicos: desde turrones y mazapanes a roscones de Reyes y bombones. “Una paciente me dijo: ‘Cada vez que tengo que ir a una reunión de trabajo o una comida de Navidad, lo primero que pienso es en mi propio cuerpo’”, narra Grau.
El estigma que recae sobre las personas con sobrepeso u obesidad condiciona no solo su capacidad para disfrutar de las celebraciones, sino también su propia autoestima. Comentarios como “has engordado” o “siempre estás a dieta” provocan una “fatiga mental y un agotamiento psicológico en una situación que podría ser totalmente de disfrute”.
Una dieta saludable sin renunciar a disfrutar de la Navidad
Mantener unos hábitos alimenticios saludables no está reñido con disfrutar de las celebraciones navideñas, pues las comidas sociales también son salud. En cambio, encontrar el equilibrio no siempre es fácil. Grau suele ofrecer a sus pacientes algunas claves, como evitar las dietas restrictivas o extremas, “tanto durante las Navidades como antes y después”.
El segundo consejo que ofrece la psicóloga es entender que son esos mismos pensamientos rígidos los que pueden actuar como detonantes. “Decir ‘no voy a comer nada dulce esta Navidad’ es justo lo opuesto al equilibrio, a la flexibilidad’”. El objetivo final, cuenta, es estar en el momento a través de una alimentación consciente y reduciendo ese excesivo control de la comida. La vigilancia extrema por la comida acaba derivando en una relación tóxica con aquella y convirtiéndola en una fuente de culpa o castigo. Esto, a su vez, desemboca en fluctuaciones de peso poco saludables y en una frustración constante.
El hambre, el deseo y la culpa
Más allá de la dificultad para bajar de peso, el estigma y los comentarios hirientes, las personas con obesidad o sobrepeso tienen que lidiar con otro obstáculo muy difícil a veces de superar: la culpa. Este sentimiento queda interiorizado y es el que no permite disfrutar de estas comidas.
Desde su consulta, Carmen Grau lleva a cabo algunas actividades con sus pacientes enfocadas en la regulación emocional y la alimentación consciente desde una visión cognitivo-conductual. “Suelo trabajar con ellos esa alimentación consciente para que haya un estado de conciencia en el momento presente y una mejora en el manejo de esos hábitos alimentarios en el momento de la comida”, narra.
Esto no implica únicamente la elección de los alimentos, sino también las sensaciones que se tienen en el momento, sin críticas ni juicio. “Les enseñamos a diferenciar señales de hambre y saciedad para ver con qué emociones tienen más impulso de comer y reducirlas un poco. ¿Son aquellas emociones de tristeza, de ansiedad o de alegría?”, explica. Las emociones negativas, como tristeza o soledad, suelen ser las que más conducen al impulso de comer.
De esta manera, Grau trabaja con sus pacientes ayudándoles a reconocer los sentimientos de culpa o vergüenza y enseñándoles estrategias para que reconozcan esas señales de hambre o de deseo, dándose permiso para sentirlas. “También tenemos que tener autocompasión. Disfrutar de comer algo que nos apetece, sin crítica ni juicio”, concluye.