
Los docentes españoles no atraviesan su mejor momento. Viven estresados, ahogados por la burocracia y no reciben la formación necesaria para enfrentarse a las actuales aulas. Es el esbozo general que traza el Estudio Internacional de la Enseñanza y del Aprendizaje TALIS 2024 de la OCDE.
La radiografía del estado de la docencia muestra el desgaste de unos profesores que cada vez tienen más frentes. Por un lado, la LOMLOE ha traído consigo más carga burocrática. Además, el crecimiento migratorio implica más alumnos que necesitan un apoyo especial por su desconocimiento del idioma y las dificultades para adaptarse al ritmo de la clase. Y la tecnología distrae, genera nuevos escenarios problemáticos y desinforma a los estudiantes que restan valor a los docentes, que cada vez tienen menos autoridad.
El informe, presentado en el Ministerio de Educación, no es el único que da cuenta de esta realidad. Lo hacen decenas de estudios, pero también profesores que hablan desde su experiencia, como Jose Antonio Macías Andrade, que acaba de entrar en el mundo de la docencia. El profesor sevillano, que empezó su carrera como profesor de inglés el pasado mes de septiembre, conversa con Infobae España sobre el ambiente que se ha encontrado.
Montones de exámenes y materiales adaptados para llegar a todos
El informe TALIS detalla que las tareas administrativas son una fuente de estrés para el 64% de los docentes de Secundaria, pero la corrección y calificación de trabajos también presiona a estos profesores, especialmente en esta etapa educativa. La mitad de los profesores encuestados considera que esta carga es excesiva. La preparación de clases y las horas lectivas también generan malestar, aunque en menor medida. Macías forma parte de ese grupo, pero lo considera inevitable,
“Hay muchísimos exámenes y mucha preparación detrás de las clases, y la corrección requiere muchísimo tiempo”, asegura. Con respecto a la preparación de las clases, dice, también “requieren mucho tiempo, porque entre que preparas tú tus propias actividades, buscas otras que estén ya generadas, ahora ponte de acuerdo con los compañeros para que el nivel sea más o menos igual, ahora prepara materiales para el nivel normal, ahora ten algo preparado para que el que sea un poco más listo o vaya un poco más avanzado en la materia, no se te aburra; ahora, materiales de refuerzo para los que van un poco peor; ahora, los exámenes adaptados para los que tienen la materia suspensa del año pasado con sus programas de refuerzo de aprendizaje correspondiente...” Y no hay tiempo, no el suficiente.
El profesor de inglés considera que si tuviera solo dos grupos del mismo curso —no cuatro de distintos niveles, como actualmente— sus clases serían más productivas: “Puedo asegurar que esos niños aprenderían el triple de lo que aprenden ahora”. Da clases a un primero de la ESO, dos segundos de la ESO y un cuarto de la ESO y “es supercomplicado el hecho de poder preparar tantos materiales porque no te da tiempo”. Esa ha sido su mayor fuente de estrés: la falta de tiempo por la excesiva carga de trabajo.
“Yo empecé este año echando muchísimas horas fuera del instituto, y es que me he visto durante dos meses que no he tenido vida. Casi no salía, casi no pasaba tiempo con mi pareja, porque todo era estar preparando clases, estar organizando cosas, corrigiendo exámenes... Y había un momento en el que me estaba obsesionando, que dije: ‘Tengo que parar’, porque es que soñaba todos los días con que seguía trabajando. Era prácticamente 24 trabajando mentalmente. Así que no podía, no podía. Con tantas exigencias que le ponen ahora a los profesores, no te da tiempo de llegar a todo lo que te exigen”, cuenta a Infobae España.

Ni paciencia ni disciplina ni respeto
Según el informe TALIS, uno de cada cuatro docentes percibe un ambiente ruidoso y desordenado en las aulas. Macías, que tiene 25 años, considera que cuando él estaba en el instituto —una etapa relativamente reciente— había alumnos que podían ser “revoltosos”, pero afirma que ahora asiste a un escenario muy diferente. “Es horrible, hay muchos niños que, como están enganchados a los móviles, no tienen paciencia, no prestan atención a los profesores, no tienen ningún tipo de sentido de la autoridad ni del respeto”, señala. Y las familias no ponen de su parte: “Para empeorarlo, están los padres, que los defienden, los apoyan y te rebaten a ti —que eres la figura de autoridad dentro de la clase— que ‘por qué le has dicho eso al niño’, que ‘por qué no le hacen algo al niño para que tenga los exámenes más fáciles’”.
Al estudiante, reflexiona Macías, le falta presentar atención y trabajar en casa. “Si su hijo no presta atención, no se sienta en la clase y nunca trae las actividades, ¿qué esperas tú que haga en el examen y en las distintas pruebas?”, pregunta. Tras el consecuente suspenso, llegan las quejas de los padres, pero no hacia su hijo, sino hacia el profesor. “La culpa siempre es de los profesores y va a peor. No tengo mucha experiencia, pero yo reconozco que cuando estaba en el colegio la situación era muy distinta. Y a mi madre, si le llegaba un mensaje de que había estado charlando de más o de que había intentado copiar, iba al instituto, pedía tutoría y después me ponía las orejas coloradas porque ella se moría de la vergüenza por mi actitud. A día de hoy, a los niños les da igual que les mandes un mensaje a los padres, que los cites para tutorías o que les pongas un parte”, asegura.
Una educación más inclusiva pero más complicada
En España, el 38% del profesorado de secundaria trabaja en centros donde uno de cada diez alumnos es inmigrante o tiene antecedentes migratorios. Aunque la percepción de ‘autoeficacia docente’ para trabajar en entornos multiculturales es alta, la autoeficacia para la inclusión del alumnado con necesidades educativas especiales es más baja, especialmente en secundaria.
Macías explica que, en su caso, los alumnos con antecedentes migrantes no requieren ningún tipo de ayuda extra, y también opina que ha habido una clara mejora en el tratamiento de los alumnos con necesidades especiales. Lo considera una “suerte” para los estudiantes de Adaptación Curricular Significativa, es decir, los que tienen un nivel de desfase curricular de más de un curso. Sin embargo, no tienen facilidades para gestionar sus necesidades: “En la misma clase estás dando el nivel normal, el nivel adaptado para los alumnos que van arrastrando la materia y necesitan un poco más de ayuda y también tienes que tener enganchados a los que van más avanzados con materiales extra, porque no tienen un ritmo ni siquiera parecido al de la clase, junto con esos alumnos que tienen la adaptación curricular”. Esto se traduce en cuatro niveles en una misma aula y un solo profesor para hacerles frente sin que ninguno pierda la atención en menos de una hora al día. Y también en más burocracia. “Esas necesidades hay que cubrirlas y parece que a efectos del sistema educativo, antes que la práctica, está la teoría, y la teoría es rellenar 800.000 millones de papeles”.
En este sentido, el profesor considera que las leyes educativas están haciendo un hincapié inclusivo que no se ve reflejado en la formación que dan a los docentes al respecto. Ante la llegada de un alumno con discapacidad física o cognitiva, denuncia: “No te explican cómo gestionarlo o cómo aprender. Es ensayo y error, y al final quien lo paga no es únicamente el docente con su frustración y su estrés, sino evidentemente el alumno que tiene delante a un profesor al que no le han enseñado cómo tratarlo”. En este sentido, admite que uno de sus miedos como profesional es tener un alumno con necesidades especiales y no saber cómo actuar.
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