
La cena romántica que vivieron Pablo y Lola en First Dates fue todo menos convencional. Él, un octogenario con actitud irreverente y fan del cachondeo, ha regresado por segunda vez al programa tras una experiencia previa fallida. “Yo no sé qué les doy a las mujeres, aparte de asco”, ha confesado a Carlos Sobera. Según ha explicado, su vida sentimental no ha mejorado desde aquella primera cita. Sin embargo, no ha perdido el sentido del humor ni la confianza en sí mismo: “Me encanto a mí mismo”.
No obstante, ha asegurado que no se da besos porque, como bromeó, no se llega. En su charla con Sobera, no ha ocultado tampoco su gusto por el humor subido de tono. En este sentido, a la hora de definir a las mujeres que le atraen, no dudó: “Desnudas”.
Su cita, Lola, una mujer de 77 años, pero con energía y desparpajo, ha llegado al restaurante con ganas de disfrutar. “Me gusta pasármelo bien”, ha comentado al presentarse, definiéndose como alguien abierta al cachondeo y la risa. Con estas premisas, la conexión fue inmediata. Tanto que se pusieron a bailar cuando sonó la música a la entrada de la soltera, a pesar de que ella admitió que no se le daba muy bien. Pero a Pablo no le importó: “Lo importante era disfrutar”.
“Ni un mordisco ni un beso ni un abrazo”

Durante el primer intercambio de palabras en la barra del restaurante, Pablo no ha tardado en notar los tatuajes de Lola. “¿Se pueden comer?”, le ha preguntado, y sin esperar respuesta, le dio un mordisquito ante la mirada atónita de Matías. A Lola, por su parte, le ha parecido encantador el gesto ya que llevaba mucho tiempo sin “un mordisco ni un beso ni un abrazo”, según ha comentado con nostalgia.
Más adelante, la conversación durante la cena ha tocado temas personales. Lola, separada, le ha revelado a su acompañante que tiene siete hijos. Pablo, sorprendido, le ha explicado que vivía solo y se atendía sin ayuda. Sin embargo, este no fue el único punto en el que no coincidieron, porque mientras él buscaba una relación de convivencia, ella dejó claro que no se veía viviendo con nadie.
Pese a estas diferencias, la cita transcurrió con humor y química. Pablo le ha confesado que le gustaba mucho y que quería seguir viéndola, aunque reconocía que la distancia podía ser un problema. “Tú en tu casa y yo en la mía”, acabó concluyendo ella, sin pena. Aunque reconoció que ya no buscaba sexo, sí valoraba el cariño y la compañía. Lola coincidió: “El calor de un abrazo no se puede medir, pero se siente”.
El momento más íntimo llegó en el reservado, cuando ambos accedieron a besarse. Después de años sin hacerlo, Lola no se lo pensó dos veces. Se levantó, se acercó y activó “el modo intimidad total” de la sala. El beso fue apasionado, aunque interrumpido por una observación divertida: “Te estás comiendo todo mi pintalabios”.
Ambos coincidieron en que quieren seguir conociéndose, dejando la puerta abierta a nuevas citas y, quizá, a cumplir el deseo de Pablo de compartir techo. Aunque todavía viven en lugares distintos, los solteros octogenarios han demostrado que la edad no es obstáculo para reír, sentir mariposas… o morder tatuajes.
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