Luis Fernando Benedit (Buenos Aires, 1937-2011) fue un artista dispuesto al cambio, pero en todos los giros temáticos, estéticos y materiales de su carrera mantuvo un interés por sus años formativos en el campo. En eso indaga Benedit a contrapelo (El Ateneo), una bellísima obra de Alejandro Manara, que nos revela aspectos desconocidos, por momentos íntimos si se quiere, en un recorrido que comienza en la niñez y llega hasta sus últimos años a través de historias y obras.
El libro propone un recorrido desde los primeros dibujos de la infancia del artista, salidas del archivo familiar, para alcanzar diferentes etapas de su trabajo, con lo bucólico y los viajes como hilo conductor, que revelan una búsqueda de la identidad, un regreso a los orígenes que lo acompañó y fue tomando nuevas formas. Así, este Benedit que se revela es el de su mirada interna, el de sus dilemas llevados a la pintura y la escultura.
“Es un artista que se ocupó de muchísimas cosas. Al principio, en los ‘60, estuvo con un tipo de Art Brut, después hizo toda esa serie informalista, con pintura de esmalte; tuvo el período del ‘68, el de arte y ciencia. Después se metió con Darwin y creo que él en un momento dice que es un pintor figurativo conceptual. Por otro lado, tiene esa admiración y fascinación con Max Beckmann, así que no se lo puede catalogar en un estilo solamente o en una época, porque realmente es un artista que cambia todo el tiempo. Y que quizás a diferencia de otros artistas que cuando encuentran el nicho producen en pos de ese nicho para que les dé réditos, él cuando lo encuentra, vira hacia otro lado”, cuenta a Infobae Cultura, Alejandro Manara, graduado en literatura latinoamericana en el King’s College de Londres y doctorado en Literatura comparada en Duke University, pero que -sobre todo- conoció al artista de primera mano, al haber sido su yerno.
Y agrega: “Es un artista muy inquieto, que rechaza la fama y muy desprendido también del dinero. Él hubiese podido con ciertas series facturar a los pavote, pero elegía otra cosa. Elegía seguir buscando”.
El gaucho moderno
Benedit vivió sus primeros años en Córdoba, pero fue en Tacuaras, Entre Ríos, donde comienza a imitar la naturaleza y sus naturales, el paisaje, las casas y los gauchos, influenciado quizá por la lectura de la autobiografía Allá lejos y tiempo atrás, de Guillermo Enrique Hudson, obra escrita en los últimos años de naturalista argentino que había emigrado a Inglaterra hacía décadas, que para Benedit representó “una escena inciática”, “la posibilidad de descubrir el campo y los elementos de la naturaleza que lo cercaban”, escribe Manara.
“El ambiente al que uno está expuesto desde chico te marca. Borges nos dice que lo que uno piensa o desarrolla en la infancia y la adolescencia es algo que se repite incansablemente a través de la vida. La foto de Francisco Ayerza de fines del siglo XIX, y sus propios dibujos de carros con esas ruedas enormes, muestran también la mirada hacia la obra de Emeric Essex Vidal”, dice. En ese sentido, el libro que tiene un gran desarrollo en imágenes, muestra los diferentes patrones de dibujos de la infancia de Benedit y a la vez acompaña su desarrollo como artista, revelando este eterno regreso a su infancia, como sucede en el caso del Rancho de don Fabiano, que aparece representado por primera vez cuando tenía 10 años y luego regresa en una pieza en lápiz y acuarela del ‘78, y en Ranchos de huesos, realizada con osamentas de caballo, en una obra del ‘98.
Y en ese sentido, comenta, ingresa su interés por la obra de Florencio Molina Campos, a quien reinterpretará en una serie de obras donde “la aparente ausencia de conflicto permite transmitir un registro de las diferentes actividades camperas que luego desglosará e incorporará a la gramática que venía desarrollando desde principios de los años años sesenta”.
“Hay artistas que trabajan sobre el campo, pero pocos lo han hecho hecho con tanta seriedad y tanto conocimiento como Benedit. Además, está claro que para él es una cuestión necesariamente imbricada en el entendimiento de cómo se conforma nuestra identidad”, plantea Manara.
“Él consideraba que Molina Campos había sido, como dice el cliché, la Pinacoteca de los pobres, un poco como sucedió con el Martín Fierro. En un mundo donde abundaba el analfabetismo, había uno que sabía leer y lo recitaba para el resto. Bueno, los almanaques de Molina Campos eran recortados y se colgaba una hoja como si fuese un cuadro”, dice, y agrega: “Pasaba, además, que este artista retrataba la vida de la gente del campo, de los paisanos, con mucho humor. Y eso era algo que también a Benedit le encantaba poner en su obra”.
La apropiación de los viajeros
Resulta también interesante ver como Benedit se relacionó con los artistas viajeros como Jean-León Pallière y, el ya nombrado Essex Vidal, y las conexiones que realizó con las investigaciones e ilustraciones de Charles Darwin: “Hay una constante que se produce en dos momentos de su vida, bastante diferentes. Uno tiene que ver con esta cuestión de homenaje, si se quiere, a los primeros pintores viajeros y después se repite también yendo a lo antropológico con todo lo que fue el trabajo sobre las excursiones de Darwin, totalmente fascinante”. Y agrega: “Él tenía como una especie de espíritu de aventura, que lo vivía a través de ese arte, y de otras de esas historias que lo iban conmoviendo de alguna manera”.
“Sus objetivos de trabajo que, invariablemente, inspirados en el caso de Pallière (...) desembocarán en una obra que articula identidad, imaginario e historia para responder a las inquietudes que lo interpelan”, escribe. Y suma, en otro capítulo del libro: “Benedit reflexiona sobre el conocimiento que extrae de Darwin y lo subsume en términos simbólicos para concrecar su proyecto. Claramente Darwin es incorporado como parte de su meditación sobre el devenir de su terruño”.
En este recorrido de Benedit -primer latinoamericano que exhibió su trabajo en el espacio Projects del MoMa- el libro deja un poco de lado la faceta más conocida, relacionada al arte y la ciencia, que lo llevó a representar en 1970 a la Argentina en la Bienal de Venecia con su obra Biotrón y que desarrolló como integrante del grupo CAYC, por la que participó en la Bienal de San Pablo del ‘77, obteniendo sus miembros el Gran Premio Itamaraty.
“Ahora, que todo lo que es arte y ciencia está muy de moda, lo conceptual en todas sus formas, le iría muy bien. Pero lamentablemente para él su predicamento internacional giró alrededor de los años ‘60 y ‘70 y después cuando se instaló en Argentina, la dictadura y todo eso como que dejó de existir”, explica Manara. Dentro del campo de sus posiciones políticas, sostiene que “su mirada no tiene un discurso político claro, pero está mechado subrepticiamente, metido en mucho de su trabajo” y que eso puede apreciarse, por ejemplo, en “las últimas obras, donde trabaja tanto con los huesos para hacer muebles y objetos”, “que está muy vinculado con la dictadura”.
También se recorre su relación con el dibujo y los proyectos de juguetes que se producen cuando comienza a dejar de lado sus investigaciones biológicas e hidropónicas, en la que los soportes son tan imporantes como el contenido y que “a partir de esta nueva forma de producir, el lenguaje de lo cibernético y los objetos en epoxi son un anticipo de lo que luego será una constante en su obra: las microinstalaciones”.
En el nombre del padre
La publicación desarrolla la relación de admiración hacia el artista Max Beckmann, pintor alemán radicado en EE.UU. tras el ascenso del nazimo. Manara sostiene que entre ambos hay varios puntos en común, el principal es el éxito tardío: el europeo a los 66 y el argentino, a los 73. Por otro lado, sostiene que existe una especie de extensión de paternidad inconsciente por parte Benedit, que puede expresarse en algunos detalles de los muchos dibujos y pinturas que homenajea.
“De la misma forma que se fascina con determinadas obras de Molina Campos, de Jean-León Pallière, captura y se apropia de Beckmann y realiza una variedad de reconfiguraciones de uno de los autorretratos más emblemáticos, el de Beckmann fumando y vistiendo un saco smoking negro”, escribe.
“Creo que hay una relación con la muerte de su padre, que se produce cuando Benedit era muy joven. Su padre era un adicto al tabaco, en los últimos años vivían arrastrando un tubo de oxígeno, y la verdad que me parece que tiene una admiración filial con Beckmann. Esos retratos del autorretrato, que tiene muchísimos, tanto en pinturas como acuarelas y dibujos, está siempre con el pucho en la mano. Eso es algo que el padre tenía y obviamente una de las razones de su muerte”, comenta Manara.
“Yo creo que tenía un vínculo como de padre e hijo. Además, Beckmann era un tipo también muy interesante en el sentido de que también no le importaba nada la fama en el éxito. Entonces, son dos artistas que realmente lo que les interesaba era su trabajo”, dice.
A la vez, la obra cuenta con una sección en la que, a través de entrevistas o textos, aparecen amigos y colegas, que retratan el costado más humano del artista, como Meco Castilla, Jacques Bedel o Ed Shaw, entre otros, como también se resalta su relación con la galerista Ruth Benzacar, su pasión por la comida, y sus casas.
Entre las muchas historas que se relatan en el libro, se puede apreciar, por ejemplo, el rol de Benedit como profesor en el Taller de Barracas de la Fundación Antorchas. “Américo Castilla empujó mucho a Benedit a hacer un trabajo de apoyo de tutorías con artistas, como Pablo Suárez y Víctor Grippo. Hay muchísimos artistas, era un tipo generosísimo con su talento, con su apoyo. El se volcó absolutamente a ayudar y colaborar en lo posible con los jóvenes que le gustaba su obra, y decía ‘a este pibe hay que darle una mano’”, cuenta Manara sobre esta experiencia en la que también se involucró con Claudia Fontes, Nicola Costantino, Leandro Erlich y Mónica Girón, entre otros.
Otro momento muy curioso es el encuentro con Hergé, el creador de Tintín. “A Tatato le gustaba mucho todo lo que es historieta. Era un tipo de múltiples intereses. Y muy respetuoso. Entonces pidió una entrevista en un viaje por Europa. Se presenta muy modestamente, ‘soy un artista argentino, gracias por recibirme’ y Hergé le contesa; ‘¡Cómo no lo voy a recibir a usted, señor Benedit, si acá tengo un cuadro suyo!’”.
Manara confiesa que el libro no es su último paso en este proceso de investigación que lleva muchos años, más allá de la relación familiar que los unió. En busca de dar a conocer la obra de Benedit está trabajando para “lograr hacer una muestra en México, Perú, Brasil, y eventualmente en Europa, que es algo muy difícil porque la competencia es abrumadora”.
“Era muy difícil de que él te hablara de confidencias personales, le gustaba todo el tiempo contar anécdotas y le gustaba que le contaran”, explica sobre los descubrimientos en el proceso de Benedit a contrapelo, proceso que le “quintoplicó la admiración por la variedad de sus intereses”. “Era un tipo que se interesaba por todo, desde el diseño de un logo de una caja de fósforos hasta el trabajo de un tipo que hacía mangos con tientos de potro. Fue un artista curioso y que a la vez vivía todo con una ingenuidad de niño”.
*Todas las imágenes pertenecen al libro Benedit a contrapelo (El Ateneo).
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