Se conocieron en un chat de metafísica y se amaron sin culpa frente al Uritorco: los engañados que fueron infieles

Una pregunta inocente en un grupo de chat los unió. La amistad cibernética se materializó y, en el más esotérico de los escenarios, nació el amor entre Fabián y Mirta. A pesar de que cada uno ya tenía su matrimonio conformado, sostienen un vínculo que va cambiando de forma con las circunstancias de la vida

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Su mujer lo había engañado y los chats de Internet se convirtieron en el antídoto contra el bajón (Getty)
Su mujer lo había engañado y los chats de Internet se convirtieron en el antídoto contra el bajón (Getty)

“Yo sólo sé lo que yo siento: Mirta fue la única mujer de la que me enamoré realmente… es la mujer de mi vida, la que más amé y amo todavía”, define con la extraña frase que comienza en tiempo presente, para seguir en pasado y terminar en presente, “Soy un agradecido porque conocí lo que realmente es el amor”.

Fabián desde el 2006 se tomaba una semana sabática solo; se hacía dos escapadas al año -una en mayo y otra en octubre-, siempre al mismo destino: Capilla del Monte. “Me iba a descansar, a hacer cursos místicos, hice tres niveles de reiki, iba a estar tranquilo”, describe hasta que se detiene para reflexionar, “Ahora me doy cuenta que me iba para escapar de la realidad que estaba viviendo; me escapaba de mi esposa y la relación que iba cada vez peor”. El hombre vive hace 59 años en Santa Fe, Capital, desde el 22 de enero de 1965, día en que nació. Se casó a los 29 y, luego de 15 años de matrimonio, llegó la crisis, “En el 2009 se pudre todo porque ella se enamora de una persona de La Rioja”, cuenta él, que advierte que su antídoto contra el bajón era conversar en chats de Internet, “Yo era un asiduo concurrente, una tarde estando en uno de esos canales, una mujer pregunta, ‘¿Hay alguien que sepa algo de metafísica?’ Desde chico me interesó toda esa temática, así que enseguida le respondí”.

Del otro lado estaba Mirta de Villa Bosch, Provincia de Buenos Aires, 5 años más joven que Fabián, con quien enseguida se engancharon y comenzaron una amistad. Súbitamente la tristeza de los dramas conyugales del santafesino fue quedando en segundo plano: de repente la protagonista de sus días pasó a ser Mirta, su compañera virtual. Aunque siempre estaba latente la intención de pasar a la presencialidad, recuerda él, “Durante el 2010, por motivos de trabajo viajé dos veces a Buenos Aires, pero en ambas oportunidades nos desencontramos y no pudimos conocernos personalmente”, y sigue entusiasmado, “Todo ese año, nos conectábamos y charlábamos a diario. Ella me contó que, al igual que yo, estaba casada hacía 23 años porque quería formar una familia; tenía 2 hijos, uno en la secundaria por terminar y otro en la primaria; que su matrimonio no funcionaba bien, desde hacía un tiempo; y que ella llevaba todo el peso de la casa”, enumera en una frase, cientos de horas entre chats y mails de las conversaciones que los fueron acercando; “Y me di cuenta que no era valorada”.

En el 2011, dieron un pasito más cuando pasaron al Skype, “Adquirí una cámara y todos los días a la mañana nos saludábamos y charlábamos”. Eran charlas más cercanas a una terapia que a una cita; no había romanticismo ni tensión sexual en sus dichos, sino el alivio de poder descansar en la escucha del otro. Una vez más, llegaba la época del año en la cual Fabián comenzaba a planificar su escapada espiritual, “En abril le comento a Mirta que iba a viajar a Capilla una semana, para hacer un curso de terapia con gemas”. Ella, que lo máximo que se había separado de su familia había sido desde su casa a San Martín, donde atendía el comercio familiar, sin pensar dijo, “Ay, qué lindo, ¿puedo ir?”. Sin muchas ganas, él accedió, “‘Me conoce por cámara’, pensé, ‘no va a ir’. Te soy sincero, a mí mucha gracia no me hacía porque me gustaba estar tranquilo, yo hacía mis cosas, manejaba mis tiempos. Aparte no quería complicarme la vida, ya tenía varios amigos allá y, si bien mi matrimonio estaba terminado, no quería problemas. Dije, ‘Con el tiempo, lo va a pensar y no se va a animar a ir con una persona que no conoce’”, cuenta con aquél desgano que seguramente utilizó en ese momento. Confiado en sus premoniciones, le dijo que sí, que no había problemas, que le avisaba a su profesora y que le podía reservar una habitación en el hotel donde él normalmente paraba.

Pero se equivocó. La fecha llegó y todo estaba listo para que en aquel pequeño pueblo de 10 mil habitantes, en el norte de Córdoba, visitado por miles de personas de todo el mundo en busca de encuentros cercanos con ovnis, Fabián y Mirta tuvieran su propia experiencia trascendental: pasarían de la virtualidad a la presencialidad. “Llegué yo primero, me alojé en el hotel y fui a buscarla a la terminal de micros”, revive, “En el encuentro los dos pusimos distancia más allá de los saludos. Ese primer día recorrimos Capilla y volvimos cada uno a su habitación a bañarse y dormir”, cuenta recalcando cada vez que puede la prudencia que mantuvieron ambos en un inicio, “ese día todo normal”, dice como leyendo el decálogo del marido perfecto.

Al otro día comenzaron el curso: una jornada entera rodeados de otros participantes también introduciéndose en el conocimiento de las propiedades de los cristales. Acaso entre una vibración energética y otra algo más que una amistad se estaba gestando. Y mientras la profesora ofrecía la posibilidad de restaurar la vitalidad, armonizarse y recuperar el equilibrio perdido, Fabián y Mirta se desequilibraron por completo. O no. “Cuando volvimos de cenar, me contó que era la primera vez que viajaba sola y que la noche anterior había llorado mucho. Se sentía desamparada. Entonces, sin ninguna doble intención -dice él volviendo al decálogo-, le propuse acompañarla un rato a la pieza para ver TV y charlar”. Cosa que hicieron.

Luego, cada uno durmió en su respectiva habitación y se encontraron a la mañana siguiente para desayunar, todavía como amigos. Era miércoles 25 de mayo y tenían el día libre, “Le propuse viajar a San Marcos Sierra. Recorrimos un poco y después de almorzar fuimos a un lugar que yo solía echarme, a orillas del río San Marcos, para dormir una siesta”, menciona haciendo reverencia al sagrado ritual provinciano. Según el decálogo, todo seguía “en regla” aunque pronto llegaron los indicios, “Caminamos hacia ese lugar y me pidió que le tome la mano porque tenía un problema en el tobillo, y tenía miedo de volver a lastimarse”. Mientras la oxitocina iba invadiendo sus cuerpos, se desplazaron al descanso y, “Llegamos a la que ahora la llamo la piedra del amor”, revela Fabián spoileando lo inevitable.

En el camino Fabián y Mirta se tomaron de la mano (Getty)
En el camino Fabián y Mirta se tomaron de la mano (Getty)

Mirta se quedó maravillada con el lugar pero también con esta nueva sensación de libertad, “Tiramos las mochilas, nos acostamos uno al lado del otro y, en determinado momento, se da vuelta y me abraza…”, devela atónito, “y ahí comenzamos a besarnos, sin decirnos nada. Así pasamos horas sin decir ni una palabra. Retomamos la vuelta a Capilla y, en el colectivo, íbamos abrazados y besándonos, sin hablar”, relata él lo que parece una escena salida de un viaje de egresados, en el cual el diálogo sobra y las hormonas desbordan. “Llegamos al hotel y cada uno fue a su cuarto para bañarse y salir a cenar”. Puede que la ducha haya enfriado las cosas porque durante la velada no se volvió a tocar el tema romántico en ninguno de los sentidos.

Al volver, cada uno fue a su cuarto y, cuando Fabián se ponía el pijama, una voz en el teléfono llamó, “¿Querés venir?”. Así que a los cinco minutos, sin paredes de por medio, estaban los dos hablando de lo que pasó, para pronto volver al modo egresaditos, “Enseguida comenzamos a besarnos y terminamos consumando la relación”, es la manera que elige Fabián de explicar que hicieron el amor. “Hasta ese momento nunca le había sido infiel a mi mujer, y Mirta tampoco al marido”, y hace un paréntesis para aclarar, “Mi mujer sí; mi mujer había estado con el de La Rioja”, y deja entrever que a su amante también le habían sido infiel, “con la secretaria”, y concluye, “Fue la tormenta perfecta porque yo estaba con todo el problema de mi mujer; ella con que el marido la menospreciaba. Fue una combinación perfecta”.

La semana se cumplió y, con ella, la realidad: el momento de despedirse. Una vez cada uno en sus hogares, reculó la virtualidad, fortalecida por la presencialidad, que se intensificó aún más. En un breve espacio de tiempo, las fechas patrias volvieron a ayudar al encuentro, “Para el 9 de julio mi esposa viajaba a un casamiento en La Rioja”. Ahora las “escapadas” de su mujer, lejos de provocarle celos, le generaban el plan perfecto, “‘¡Listo!’, dije, aproveché y le pedí el depto a un tío mío que tenía en Buenos Aires, y viajé para encontrarme con ella”, cuenta Fabián pronunciando la forma del pronombre personal femenino, como si evocara a la diosa del Olimpo.

Del viaje de egresados, la escena pasó a formar parte del videoclip Lo mejor del amor, de Rodrigo, “Ella dijo que tenía que hacer un curso y estuvimos todo ese sábado encerrados en el departamento de Recoleta, mimándonos y haciendo el amor. Empezamos en los sillones y terminamos en el baño”, y agrega libidinoso, “es más, rompí la tabla”. El 9 de julio de 2011, Fabián y Mirta celebraron su independencia con creces. Sólo salieron del edificio de Guido y Montevideo para picar algo y volvieron a lo suyo, aunque también hubo espacio para la charla, “En ese momento le confesé por qué andaba mal con mi mujer. No se lo quería decir antes para que no piense que estaba con ella por venganza o que la estaba usando porque no era así”. Así, mientras Facundo Cabral era asesinado a los 74 años por sicarios en Guatemala, Fabián y Mirta se volvían a despedir sin saber cuál sería su destino.

Todos los días se veían por cámara y el amor crecía. Se encontraban en fechas patrias, aliadas para poder escaparse (Getty Images)
Todos los días se veían por cámara y el amor crecía. Se encontraban en fechas patrias, aliadas para poder escaparse (Getty Images)

La temporada invierno-primavera se mantuvo estable, “Todos los días nos veíamos por la cámara y el amor fluía increíblemente”. Los meses se hicieron largos hasta que llegó la original propuesta, “En noviembre fue el famoso 11-11-11 que salió en todos los portales, y se armó un evento de una semana en Capilla del Monte. Y dije, ‘¡pumba!’”, narra contento, dando a entender que su novia secreta aceptó la próxima aventura. Pero esta vez ya era diferente, “Reservé el que para mí es el mejor hotel. De hecho, era un gusto que alguna vez me quería dar, y qué mejor que con ella”, recita enamorado que alquiló la mejor cabaña con la mejor vista al Uritorco, “Tenía unos ventanales que corrías la cortina y desde la cama veías el cerro, ¡espectacular!”, promociona la mejor semana de su vida. “Disfrutamos mucho de ese nuevo encuentro, pero cada tarde ella se comunicaba con la casa y yo veía su ‘cara de cola’. Le preguntaba qué le pasaba, me decía que su marido era un desastre con los chicos, no los iba a buscar, se atrasaba”. Pasaron siete días de idilio y otra vez más llegó el momento cruel: “La despedida fue en la estación de colectivos, los dos llorando como chicos, abrazados sin ganas de soltarnos, nadie se quería ir…”, en ese instante el aire se perfora con el llanto de Fabián, que se quiebra al punto de no poder seguir hablando, cuando por fin vuelve, “Perdón, me emociono…”, traga saliva y continúa como puede, “Y ya ella desde el micro, me dice que me había dejado una carta en el libro que yo estaba leyendo”. Recién ahí se comprende la razón de su congoja, “Era una despedida, yo no me di cuenta que era una despedida, en ese momento no la entendí o, mejor dicho, no quise entender lo que con el tiempo comprendí”. Cuando llegó a la cabaña, encontró el Post-it amarillo que sobrevive hace trece años en la billetera del santafesino:

“13-11. Para cuando me leas, me habré ido, pero sólo físicamente, ya que mi corazón se queda aquí con vos. Te quiero mucho. Éxitos y mucha luz para un ser muy especial que adoro y que le deseo lo mejor. Un abrazo fuerte. Yo.”

Mirta se despidió de Fabián con un post-it
Mirta se despidió de Fabián con un post-it

Ya de regreso cada uno en su ciudad, con el paso de las semanas, él lo fue notando, “No quiso verme más por cámara; me dijo que estaba confundida, que necesitaba tiempo, pero no quería cortar”, relata con un hilo de voz. Transcurrieron los meses, los mensajes cada vez eran más esporádicos y, aunque el amor es ciego, llega un punto que a cualquiera se le cae el antifaz, “Yo sin saber pero sospechando el motivo, para colmo el esposo era experto en informática, así que desde que había comenzado la relación ella iba a un telecentro a ver mis correos, con otro mail que se había inventado”. Y aunque cueste, a veces hay que recoger las piezas para rearmar el corazón en otro lugar, “Pasaron los meses con idas y vueltas y, después de 7 años, solté la relación… dejé de tener esperanzas. Ya sólo nos comunicamos con intermitencia”.

En mayo del 2021 la libertad legal de Fabián quedó a disposición, “Mi esposa falleció de una arritmia repentina, seguíamos viviendo juntos por cuestiones económicas, pero ya hacía años que no éramos pareja”. Y volvió a creer en su amor del 2011 pero ella, aunque le guardara mucho cariño, sostuvo su postura, “Le conté a Mirta y comenzó a acompañarme en la lejanía, ayudándome a salir adelante”. A los meses el viudo se reencontró con una amiga de la adolescencia, “y así, como con Mirta, comenzamos a salir para hacernos compañía, y terminamos como pareja”. Pero no es Mirta.

De ahí en adelante ya nada fue igual para Fabián, “A mí me importaba tres pitos todo”, explota por fin su amor acumulado de trece años, “Si me tenía que ir a Buenos Aires y dejar todo, me iba”, dice resoplando los labios como un pato, “me había enamorado”. Recuerda su sentir por aquel entonces, “De regreso a Santa Fe sentí que habíamos iniciado un amor tan hermoso y celestial. Le dije que sabía su situación, que la mía ya no tenía remedio, que podíamos encontrarnos de vez en cuando hasta que sus hijos fueran grandes y ella pudiera hacer su vida”, se embala. “Hablábamos todos los días. Yo apoyaba la mano sobre la pantalla y sentía la energía, y ella también”, dice confiado. Fueron seis meses, “hasta el 13 de noviembre”, recuerda con la sonrisa teñida de angustia, como un chico que vuelve a ver a su mamá a la salida del colegio después de su primer día de clases, “el último día que nos vimos”.

Los amigos se siguen mensajeando todos los días, sosteniendo el amor platónico entre Santa Fe y Villa Bosch, “Las cosas quedaron claras, cada uno sabe el amor que tenemos hacia el otro, lo sentimos, es increíble cómo estamos conectados espiritualmente, pero ambos sabemos que en esta vida, no podemos estar juntos, ya nos dijimos que en la próxima nos reencontraremos y retomaremos ese amor que, pensamos, viene también de vidas pasadas”.

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