
El vicepresidente Richard Nixon temió por su vida. Una turba, indignada porque Estados Unidos había concedido asilo a un brutal dictador venezolano recién depuesto, había emboscado a su comitiva en la capital, Caracas, al grito de “¡Muerte a Nixon!”.
La gente atacó los vehículos atrapados en el tráfico con puños, piedras, tuberías y tantos escupitajos que el conductor de Nixon encendió los limpiaparabrisas. “Por un instante, me di cuenta de que nos podían matar”, escribió Nixon más tarde.
Tras varios minutos aterradores, los coches consiguieron alejarse a toda velocidad y el vicepresidente continuó con su visita. Pero en Washington, la Casa Blanca no corría riesgos: un portaaviones se dirigió a Venezuela en caso de que Nixon necesitara ser rescatado.
No fue necesario. Nixon abandonó Venezuela al día siguiente sin incidentes. (Horrorizados por la revuelta, los funcionarios venezolanos suplicaron a Nixon que no acortara su viaje y desplegaron soldados para asegurar su ruta de salida). Y aunque la crisis de mayo de 1958 en Caracas empañó la gira de buena voluntad de Nixon por Latinoamérica, tuvo un efecto extrañamente positivo en las relaciones de Estados Unidos con Venezuela.
Venezuela iniciaba una transición hacia la democracia. Culpando de la emboscada a agitadores comunistas y a la debilidad del incipiente gobierno, Nixon calificó el episodio como “un tratamiento de choque muy necesario que nos sacudió de una peligrosa complacencia” y enfocó la atención de Washington en el país.
Así comenzó una alianza entre Estados Unidos y Venezuela que duraría cuatro décadas, hasta que un dramático cambio político en Caracas la interrumpió hace unos 25 años.
Ahora, con el presidente Trump concentrando fuerzas militares en la región y amenazando con atacar Venezuela si su hombre fuerte de izquierda, Nicolás Maduro, no abandona el poder, los otrora amigos podrían estar al borde de una guerra total, lo que cerraría el círculo de su relación.
“Hubo un tremendo alineamiento” entre Estados Unidos y Venezuela durante el siglo XX, dijo Brian Fonseca, profesor adjunto de la Universidad Internacional de Florida y experto en Venezuela. Esa relación, dijo Fonseca, tenía sus raíces en la competencia de Estados Unidos con la Unión Soviética durante la Guerra Fría y en las vastas reservas de petróleo de Venezuela.
A medida que el nuevo gobierno de Venezuela se afianzaba, se convirtió rápidamente en el socio ideal de Estados Unidos: estable, democrático e inundado de petróleo. También era firmemente anticomunista, lo que resultó especialmente atractivo en los años posteriores al triunfo de la revolución de Fidel Castro en Cuba en 1959.
En 1963, el presidente John F. Kennedy, recién salido del enfrentamiento con La Habana en la crisis de los misiles en Cuba, ofrecería una cena de Estado al presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, a quien calificó como “el mejor amigo de Estados Unidos” en Sudamérica.
Washington no tardó en vender armas a Caracas mientras las empresas energéticas estadounidenses extraían petróleo venezolano. A veces, ambas cosas iban unidas: cuando el presidente Nixon consideró la venta de aviones F-4 Phantom II al país en 1971; un asesor de la Casa Blanca le advirtió que la decisión podría afectar la legislación en el Congreso de Venezuela, lo cual “podría afectar negativamente a los intereses petroleros de Estados Unidos”.
Nixon acabó vendiendo a Venezuela un avión aún más avanzado, pero los intereses petroleros estadounidenses sufrieron a pesar de todo cuando Caracas nacionalizó su industria petrolera unos años más tarde. Sin embargo, la reacción estadounidense fue moderada. Venezuela fue uno de los muchos países en desarrollo que nacionalizaron sus recursos en aquella época, y Caracas pagó a las compañías petroleras estadounidenses más de mil millones de dólares en compensación.
Además, a Estados Unidos le interesaba mantener buenas relaciones con un miembro clave del cártel petrolero de la OPEP como Venezuela.
Y todavía había que preocuparse por los soviéticos. El presidente Ronald Reagan elogió públicamente a Caracas como una “inspiración para el hemisferio” democrático en un momento en el que luchaba contra los movimientos comunistas de la región, una causa que el gobierno de Venezuela apoyaba, especialmente en El Salvador.
Reagan recompensó el respaldo con la venta en 1981 de 24 aviones de combate F-16 a Venezuela, por el equivalente a unos 1.750 millones de dólares de 2025. Fue la venta de armas estadounidense más importante a la región en más de una década.
La retórica estadounidense sobre la democracia modelo de Venezuela a menudo pasaba por alto los numerosos defectos políticos y económicos del país, señaló Fonseca, en nombre de intereses estratégicos. “A los estadounidenses les preocupaban mucho menos cuestiones como la corrupción y los derechos humanos, y mucho más la afinidad política”.
El interés de Estados Unidos se desvió de América Latina después de la caída de la Unión Soviética. Venezuela siguió siendo un proveedor crucial de petróleo, tras haber permitido discretamente que empresas privadas, incluidas grandes compañías estadounidenses, firmaran lucrativos acuerdos de explotación y reparto de beneficios. A finales de la década de 1990, Venezuela había superado a Arabia Saudita como principal proveedor de petróleo de Estados Unidos.

Pero pocos en Washington siguieron de cerca el ascenso de un revolucionario de izquierda llamado Hugo Chávez, quien ganó las elecciones presidenciales de Venezuela en diciembre de 1998. Chávez, un incendiario que emulaba a Castro, aprovechó la ira popular contra la corrupción y la pobreza rampantes, que persistían a pesar de los enormes recursos petrolíferos del país, y prometió importantes reformas constitucionales y económicas.
Estados Unidos reaccionó con cautela al principio, y esperaba que Chávez se suavizara una vez en el poder. El Presidente Bill Clinton incluso lo recibió en la Casa Blanca a principios de 1999, donde Chávez aseguró a los funcionarios que quería mantener buenas relaciones y dio a entender que no tenía planes radicales.
Un intento de derrocar a Chávez en abril de 2002 lo cambió todo para siempre. Mientras el líder venezolano seguía adelante con su programa político de izquierda, una alianza de políticos, generales y empresarios lo detuvo en medio de protestas callejeras masivas contra su gobierno.
Pero el golpe fracasó después de que una multitud aún mayor se congregara para exigir el regreso de Chávez, y este fue restituido dos días después. Volvió con saña, reprimiendo a sus rivales políticos y transformando su democracia modelo en un Estado autoritario.
Chávez dirigió su ira contra Estados Unidos, y acusó al gobierno del Presidente George W. Bush de intentar derrocarlo. Los funcionarios de la Casa Blanca negaron la acusación, pero los documentos desclasificados en 2004 revelaron que los funcionarios estadounidenses estaban al tanto del complot con antelación. (Los documentos también mostraban que los estadounidenses advirtieron a los líderes de la oposición contra la destitución de Chávez por medios inconstitucionales).
A partir de ese momento, Bush se convertiría en un rival muy útil para Chávez, sobre todo porque enfureció a gran parte del mundo con su invasión de Irak en 2003 y su despiadada persecución de terroristas. Chávez atacó al presidente estadounidense con fruición, incluso durante su infame discurso de 2006 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, pronunciado desde el mismo atril en el que Bush había hablado un día antes.

“Ayer estuvo el diablo aquí. En este mismo lugar, huele a azufre todavía”, dijo Chávez a los delegados reunidos.
Al año siguiente, el gobierno de Chávez reafirmó el control estatal sobre la industria petrolera de Venezuela al hacer retroceder los pasos previos del país hacia la privatización y obligar a las empresas extranjeras a aceptar participaciones minoritarias en nuevas empresas conjuntas dominadas por la petrolera estatal. Cuando los gigantes petroleros estadounidenses Exxon Mobil y ConocoPhillips se negaron, Chávez confiscó sus activos.
Las medidas de Chávez fueron políticamente populares en su país y contribuyeron a afianzar su poder. Tras su muerte en marzo de 2013, su protegido, Maduro, continuó con sus políticas, preparando el terreno para años de creciente aislamiento y castigo por parte de Estados Unidos.
En respuesta, Venezuela se ha vuelto cada vez más dependiente de algunos de los principales rivales de Estados Unidos, como Rusia y China, así como de Cuba.
La tensión está llegando a un punto álgido bajo el mandato de Trump, quien afirma que el papel de Venezuela en la migración y el contrabando de drogas hacia Estados Unidos la ha convertido en una amenaza para la seguridad nacional que justifica el uso de la fuerza militar. Algunos de los principales asesores de Trump, incluido el secretario de Estado Marco Rubio, están presionando para que Maduro sea destituido como una forma de aumentar la presión sobre el Gobierno comunista de Cuba.
A principios de este año, Trump desplegó un portaaviones en aguas del Caribe cerca de Venezuela, posicionándolo para un posible ataque militar. El movimiento se produjo unos 50 años después de que el presidente Dwight Eisenhower hiciera lo mismo, para la potencial misión de rescate de Nixon, la cuan resultó innecesaria. La gran pregunta ahora es si el resultado será tan tranquilo esta vez.
c. 2025 - The New York Times
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