Sin noción del tiempo ni chances de proyectar: cómo el estrés de la pandemia afectó nuestra “línea de vida”

El inicio y fin de las clases, los cumpleaños, las vacaciones son mojones temporales que organizan y dan proyección. Especialistas consultadas por Infobae coincidieron que el COVID-19 impuso un estado de ansiedad permanente que afecta a las emociones

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"El festejo de un cumpleaños, el egreso de un hijo, todo quedó desaparecido del escenario temporal de nuestras vidas" (Getty)
"El festejo de un cumpleaños, el egreso de un hijo, todo quedó desaparecido del escenario temporal de nuestras vidas" (Getty)

Que la pandemia de COVID-19 afectó de manera importante muchos aspectos de la vida de las personas, provocando angustia psicosocial no es novedad. Ahora, un nuevo estudio sugiere que parte de esa angustia y “desajuste” emocional podría estar dado por la pérdida de la tamporalidad que ocasionó la crisis sanitaria que vive el mundo hace casi dos años.

“La pandemia alteró nuestra percepción del tiempo”, advirtió un estudio publicado en la revista científica Time & Society, en el que investigadores analizaron de qué manera la angustia psicológica se correlacionó con actitudes temporales negativas, paso más lento del tiempo, aburrimiento, sentido del tiempo borroso y cambio de enfoque hacia el pasado.

¿Pero cómo se traduce eso en la vida cotidiana? ¿Qué implicancia tiene en el día a día?

El tiempo es relativo, es una variable que junto con el espacio nos organiza la cotidianeidad y la experiencia vital. La pandemia rompió esas estructuras temporales provocnado un nuevo motivo de estrés”. María Laura Santellán es licenciada en Psicología y psicoterapeuta cognitiva (MN 18.841) y ante la consulta de Infobae sostuvo que “es absolutamente cierto que la pandemia sometió a las personas a una situación ambiental inédita en la humanidad, que fue la de un encierro prolongado con un cambio de vida rotundo y sumado a eso el peligro de vida manifiesto y latente de enfermerse o morir”.

Durante el comienzo de la crisis sanitaria que desató el virus surgido en Wuhan, la población estuvo sometida “a un estrés crónico, con el miedo, la incertidumbre, y una cierta atemporalidad como las emciones más emergentes”, consideró la especialista, quien ahondó: “Atemporalidad por la falta de rutinas que no diferenciaban días de semana de fines de semana, ni horarios laborales de aquellos de descanso. Eso sumado a la cuestión habitacional en la que las familias debieron convivir casi sin contacto con el afuera, y que de acuerdo a la situación ambiental esa convivecia se volvía más o menos sostenible”.

La pandemia sometió a las personas a una situación ambiental inédita en la humanidad (Getty)
La pandemia sometió a las personas a una situación ambiental inédita en la humanidad (Getty)

Para la licenciada y doctora en Psicología María Gabriela Goldstein (MN 25.680), “junto con la pandemia se puso de manifiesto otro fenómeno que es la virtualidad, que de alguna manera desequilibra nuestra temporalidad”.

“La virtualidad sostuvo el vacío, la dificultad del vínculo y eso en un punto es magnífico para poder seguir vinculados cuando no había otra posibilidad -sostuvo la presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)-. Ahora, cuando esto se instala pasa a ser una herramienta útil para el trabajo virtual, que también se demostró que es posible, pero empieza a producirse una nueva atemporalidad, que tiene que ver con que no hay límite, todo es 24x7, uno puede estar conectado y recibiendo mensajes las 24 horas, y en ese punto, con la ‘necesidad’ de estar produciendo todo el tiempo que genera el trabajo desde casa la virtualidad tiende a acelerarnos”.

En ese punto, para ella, “salir a la calle, ir al trabajo de manera presencial, al margen del cansancio que puede generar el tránsito o lidiar con el transporte público y la sensación de ‘tiempo perdido’ que ello conlleva, es otra temporalidad que se recupera”. “A veces optimizar demasiado nos lleva a un exceso de rendimiento en el que el tiempo ya no es tan claro y se pierde la idea de cuándo termina el tiempo de trabajar y empieza el momento de descansar”, enfatizó.

Los proyectos como “ordenadores” y el caos de no tenerlos

"Hay un estrés de base, como un estado de ansiedad permanente e imperceptible que hace sentir que hay que estar en alerta todo el tiempo" (Getty)
"Hay un estrés de base, como un estado de ansiedad permanente e imperceptible que hace sentir que hay que estar en alerta todo el tiempo" (Getty)

“Nuestra proyección existencial varió, cambió y en algunas situaciones quedó trunca”, comenzó a analizar Santellán.

Y profundizó: “Todos esos proyectos que marcan la temporalidad a lo largo de un año, como el comienzo de las clases, las finalización, las vacaciones, los fines de semana, las celebraciones pasaron a estar desaparecidas y esos son verdaderos mojones temporales, que nos organizan en lo que es la proyección de nada más ni nada menos que un año de vida”.

“El festejo de un cumpleaños, el egreso de un hijo, todo quedó desaparecido del escenario temporal de nuestras vidas y por lo tanto estas investigaciones que muestran que ralmente se afectó nuestra apreciación del tiempo es comprobabe en la vida de cada uno de los sujetos que atravesamos esta pandemia”, destacó.

Para la especialista, “es confuso, fue un año sin hechos que marquen un antes y un después, y a eso se suma lo dramático de la falta de proyección”. “Al día de hoy es difícil proyectar y se sigue viendo el futuro como una incógnita en cuanto a rebrotes, a la posibilidad de reaparición del COVID bajo otras variantes que pongan en jaque nuestras posibilidades de defendernos”, enfatizó.

En este punto, Goldstein aportó que “quizá el efecto mas visible es la dificultad de poder programar”. “Por ejemplo, en esta época del año pensar en las vacaciones, en si el año próximo haremos tal o cual curso y sin embargo no sabemos cómo y cuánto la nueva variante afectará nuevamente nuestras vidas, pero creo que hoy el efecto en la temporalidad es más conciente”, opinó.

"Nuestra mente tiene que procesar de alguna manera tanto arranque y freno y eso exige más energía, y un estado de ánimo de mucho desgaste que necesita ser procesado", enfatizó Goldstein (Getty)
"Nuestra mente tiene que procesar de alguna manera tanto arranque y freno y eso exige más energía, y un estado de ánimo de mucho desgaste que necesita ser procesado", enfatizó Goldstein (Getty)

Y tras diferenciar que “en el primer tiempo se vivía como en una película”, la presidente de APA remarcó: “Hoy la experiencia de lo que pasó nos preparó en un sentido, pero a nivel más inconsciente y de los estados anímicos es más complejo porque hay un estrés de base, como un estado de ansiedad permanente e imperceptible que hace sentir que hay que estar en alerta todo el tiempo y eso afecta el metabolismo de las emociones”.

“Es como si viviéramos con el semáforo en amarillo todo el tiempo -ejemplificó-. Nuestra mente tiene que procesar de alguna manera tanto arranque y freno y eso exige más energía, y un estado de ánimo de mucho desgaste que necesita ser procesado y requiere un gran trabajo”.

Goldstein destacó que “esto se ve mucho en las consultas”. “Hay estados anímicos que la gente no entiende, estados de gran ansiedad ya que no todo el mundo tiene la capacidad de metabolizar ciertos avances que dan tranquilidad relativa, a la que le sigue una nueva amenaza”.

Como se vio, tales cambios en la estructura de la vida diaria provocaron un aumento de los sentimientos de insatisfacción social y soledad. Según la presente investigación, “las luchas por la salud mental se dispararon con ansiedad y depresión”, trastornos que aumentaron hasta siete veces. Sin dudas, la próxima crisis mundial será la de salud mental, que ciertamente ya está en curso.

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