
En el Centro Histórico de la Ciudad de México, pueden encontrarse algunos de los edificios más bellos, impresionante y antiguos del país. Sin duda alguna, el Centro Histórico de la capital, tiene algunas de las mejores postales que puede regalarnos la ciudad.
Sin embargo, muchos de estos impresionantes edificios tuvieron un pasado que se remonta, incluso, hasta la época de los mexicas, antes de la Conquista de los Españoles. Los edificios que se construyeron luego de la Conquista de México, se hicieron encima de los que estaban construidos en la gran Tenochtitlan, muchos de los cuales fueron destruidos y, con las mismas piedras de ellos, se realizaron los nuevos recintos.
Tal es el caso del conocido como Palacio de Moctezuma, que se encontraba en lo que hoy es Palacio Nacional, la residencia del presidente Andrés Manuel López Obrador, y uno de los recintos más importantes de México.
Historia del Palacio de Moctezuma
Tan solo unos años entes de la llegada de los españoles a Tenochtitlan, Moctezuma II, quien ocupaba el poder desde 1502, ordenó la edificación de las casas reales. Dicha construcción se realizó a un costado del Templo Mayor. Las Casas Nuevas de Moctezuma, como se les conocería después de la conquista, cubrían toda el área actual del Palacio Nacional. Además, hacia el norte ocupaba la cuadra en la que se construyó la Universidad de México, y por el sur alcanzaban el predio ocupado en la actualidad por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

El conquistador Hernán Cortés las describió para el rey Carlos V, en una de sus cartas de relación, de la siguiente manera: “Tenía dentro de la ciudad sus casas de aposentamientos tales y tan maravillosas que me parecería casi imposible poder decir la bondad y grandeza de ellas, y por tanto no me pondré en expresar cosa de ellas más de que en España no hay su semejable”.
Era de tales dimensiones, que contaba con 20 puertas de acceso. La mayoría daban a la plaza y otras a las calles públicas. Además, contaba con tres patios, y en uno de ellos había una fuente a donde llegaba el agua pura y cristalina, directamente desde Chapultepec. También tenía muchas salas y cien cámaras o aposentos de 25 pies de largo, y cien baños.
Según Francisco López de Gómora, capellán y cronista de la época, el edificio “aunque sin clavazón, era todo muy bueno; las paredes de canto, mármol, jaspe, pórfido, piedra negra, con unas vetas coloradas y como rubí, piedra blanca, y otra que se trasluce; los techos, de madera bien labrada y entallada de cedros, palmas, cipreses, pinos y otros árboles; las cámaras, pintadas, esteradas, y muchas con paramentos de algodón, de pelo de conejo, de pluma...”
Poca gente tenía el gran privilegio de pasar la noche dentro de las Casas reales, pero se decía que había unas mil mujeres, entre señoras, esclavas y criadas, al servicio de Moctezuma. En una de las salas cabían mil personas con toda comodidad, y en otro de los salones de gran tamaño, los españoles consideraron posible que 30 hombres a caballo “pudieran correr cañas como en una plaza”.

En la entrada principal el escudo de armas daba la bienvenida: “un águila abatida a un tigre, las manos y uñas puestas como para hacer presa”.
Uno de los lugares más hermosos al interior de las casas reales era el oratorio. La capilla de este estaba chapada con planchas de oro y plata, “casi tan gruesas como el dedo” y adornada con esmeraldas, rubíes y topacios.
Todo en las casas reales era digno de los dioses. Cada mañana, seiscientos señores y personas principales acudían a encontrarse con Moctezuma. Algunos permanecían sentados, otros recorrían los pasillos mientras esperaban la autorización para ver al tlatoani. “Los señores que entraban en su casa –escribió Cortés- no entraban calzados, y cuando iban delante de él algunos que él enviaba a llamar, llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado, y hablando con él no le miraban a la cara”.
La comida en el lugar era un verdadero ritual. Entre 300 y 400 jóvenes llegaban con grandes manjares para el tlatoani. Carne, pescado, fruta y verduras, de todo lo que podía imaginar el tlatoani, podía comer. Para evitar que la comida se enfriara, cada uno de los platillos era colocado sobre un brasero. Moctezuma permanecía sentado sobre una almohada de cuero acompañado por cinco o seis señores ancianos, a los que alimentaba. Antes y después de los alimentos, los ayudantes del emperador le llevaban una vasija con agua y una toalla para limpiarse, la cual, no volvía a usar, al igual que los platos en los que comía.
Luego de la consumación de la Conquista, en 1521, las Casas Nuevas de Moctezuma fueron entregadas a Cortés como recompensa por sus hazañas. Para 1562, sus descendientes la vendieron a la corona española, y a partir de entonces, el lugar se convirtió en el Palacio Real, durante el virreinato, y Palacio Nacional luego de la consumación de la Independencia.
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