
Hasta hace muy poco, se creía que el ratón Gould (Pseudomys gouldii) estaba extinto, dado que la última vez que había sido visto fue en 1895. Sin embargo, recientemente un grupo de científicos australianos redescubrió la especie en una pequeña isla de la Bahía de los Tiburones, en el país oceánico. Luego de llevar a cabo análisis de ADN con individuos vivos y contraponerlos con ratones exhibidos en museos, los expertos descubrieron que lo que hasta entonces se conocía como ratón de Shark Bay, en realidad era un ratón de Gould. Así, concluyeron que la especie no se extinguió, sino que sólo se ocultó por más de 125 años.
El ratón es de compostura pequeña, entre 85 y 115 milímetros, pesa entre 30 y 60 gramos, y tiene una esperanza de vida de apenas dos años. Según un estudio científico que comparó una muestra de ADN de roedores extintos y sus parientes vivos, el ratón Gould tiene un ADN indistinguible del de Shark Bay, la especie es autóctona del país, previo a la llegada de los colonizadores en 1788.
A pesar de que una población de 2.000 de estos roedores fue hallada en una isla a 42 kilómetros de Shark Bay, los investigadores plantearon que no era suficiente para que una especie sobreviva. Por eso fueron trasladados a otras islas entre los meses de mayo a noviembre, durante su época de reproducción, de manera que puedan establecer nuevos asentamientos. Que estén en islas alejadas no significa que el peligro de extinción desaparezca, por la gran presencia de sus depredadores, como gatos salvajes y domésticos.

Este fenómeno, en el que una especie se cree extinta y luego reaparece años después, se conoce como “efecto Lázaro”, por un pasaje de la Biblia en el que Jesucristo resucitó a Lázaro de Betania cuatro días después de su muerte.
En concreto, muchas especies fueron víctimas del efecto Lázaro. Entre las más destacadas se encuentran la tortuga gigante de Fernandina (chelonoidis phantasticus) en las islas Galápagos. En febrero de 2019, investigadores descubrieron una tortuga de gran tamaño en la Isla Fernandina. De acuerdo a un artículo de National Geographic, se calcula que la tortuga encontrada tiene más de 100 años y no se había observado un ejemplar desde 1906, por lo que se ocultó durante tanto tiempo hasta que fue considerada en extinción. Los expertos creen que no es la única viva de su especie.
Otra especie es el pájaro petrel cahow (Pterodroma cahow) en isla Nonsuch, Bermuda. Durante 330 años fueron considerados extintos, hasta que en 1951 se redescubrieron 36 ejemplares. Actualmente, luego de muchos años de gestión de nidos y control de plagas, el petrel cahow logró aumentar considerablemente su cantidad de parejas reproductoras: de 18 a 131. “Es una recuperación en curso y un ejemplo de especie amenazada en un mundo y una época en que la invasión y la destrucción de los hábitats pone en peligro a más especies que nunca”, dijo Jeremy Madeiros, encargado de conservación, según National Geographic.

El prehistórico pez celacanto (Coelacanthiformes) fue rescatado en Sudáfrica en 1938 por la naturalista Marjorie Courtenay-Latimer- Los científicos creían que se había extinguido, pero dos de las 90 especies documentadas en el mundo aún nadan en las profundidades de los océanos. Según Caitlin Etherton de National Geographic, submarinistas han observado celacantos en la costa de Tanzania, Kenia, Madagascar, Mozambique, las Comoras, la bahía de Sodwana y el parque marino nacional de Bunaken, en Indonesia.
Un estudio publicado en junio pasado en la revista científica Cell afirmó que estas especies podían vivir hasta 100 años, pero no alcanzaban la madurez hasta los 50. Asimismo, su periodo de gestación es de unos cinco años, lo que hace que sean “muy vulnerables frente a los cambios naturales y antropogénicos”, de acuerdo a la investigación. Además, dado que viven a unos 200 metros de profundidad, se hace difícil avistarlos y estudiarlos.
Otras de las especies destacadas que padecieron el efecto Lázaro fueron el equus ferus caballus (caballo caspio) en Missouri y California; el porphyrio hochstetteri (calamón takahē) en Nueva Zelanda; el phoboscincus bocourti y correlophus ciliatus (gecko crestado) en Nueva Caledonia; la gastrotheca cornuta (rana marsupial cornuda) en el bosque de Chocó, Ecuador; y el catagonus wagneri (pecarí quimilero, taguá o pecarí del Chaco) en el Gran Chaco, en Paraguay, Argentina y Bolivia.
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