Damasco, 6 dic (EFE).- En el año transcurrido tras la caída de Bashar al Asad, la violencia sectaria ha irrumpido con crudeza en varios momentos clave del periodo de transición, poniendo a prueba la capacidad del Gobierno interino de Siria para mantener la unidad nacional y evitar el colapso en una guerra confesional.
Si bien una relativa estabilidad está vigente, los enfrentamientos de corte étnico o religioso se han sucedido a lo largo de este año en diferentes partes del país.
En marzo, las provincias costeras de Latakia y Tartús, feudo de la minoría alauita -una secta chií del islam a la que pertenece la familia del exmandatario depuesto- sufrieron una oledada de violencia que dejó más de 1.300 muertos en cuatro días, incluyendo 873 civiles, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
Los enfrentamientos comenzaron tras varios ataques coordinados de milicias leales al régimen derrocado que causaron la muerte de al menos 67 miembros de las nuevas fuerzas de seguridad y milicias suníes locales, lo que derivó en una dura escalada de violencia durante cuatro días.
La ONU denunció ejecuciones sumarias de base sectaria tanto por elementos del antiguo régimen como por las nuevas autoridades, mientras que el nuevo presidente Ahmed Al Sharaa formó un comité independiente de investigación y apeló a la "paz civil" para proteger la unidad nacional.
En abril, mayo y julio se produjeron enfrentamientos armados en la provincia meridional de Al Sueida y los suburbios de Damasco entre comunidades drusas y clanes beduinos, con bloqueos de carreteras, secuestros y ataques con morteros que causaron entre 400 y 600 muertos y desplazaron a casi 2.000 familias.
Las comunidades drusas en Siria, que se concentran principalmente en Al Sueida, son una minoría religiosa árabe con un fuerte sentido de lealtad comunitaria que representa alrededor del 3 % de la población y cuya religión monoteista derivada del islam es considerada herética por los extremistas islámicos.
Las comunidades beduinas están formadas por tribus nómadas o seminómadas de origen árabe suní, tradicionalmente dedicadas al pastoreo y el comercio en zonas desérticas del este y sur del país, como Al Sueida, y organizadas en clanes patriarcales que mantienen disputas territoriales y tienen un rol protagonista en las redes de contrabando y milicias locales.
Ante estos episodios de violencia sectaria, el nuevo Ejército sirio se desplegó sobre el terreno para contenerlos, lo que Israel utilizó como pretexto para una intervención militar en defensa de la minoría drusa -históricos aliados de Israel-, con bombardeos selectivos contra posiciones beduinas.
La participación del Ejército israelí elevó la crisis a nivel regional y obligó a una mediación urgente de la Liga Árabe y de Estados Unidos, que logró sendos acuerdos de alto el fuego.
Sin embargo, Israel mantuvo y expendió su presencia armada en el territorio sirio que ocupa desde 1967 pese a los numerosos llamamientos internacionales y resoluciones para su retirada.
La minoría cristiana siria, que vio con aprensión el triunfo de Al Sharaa, quien fuera fundador de la filial siria de Al Qaeda (ya desaparecida) y posterior líder del Organismo de Liberación del Levante (HTS, en árabe), ha vivido con relativa tranquilidad este primer año tras la caída de Al Asad.
Su tranquilidad solo se vio amenazada a finales de junio con un ataque suicida perpetrado por un supuesto miembro de Estado Islámico -nadie reivindicó el atentado- en una iglesia de Damasco, que dejó al menos 20 muertos y 52 heridos.
El Gobierno sirio condenó categóricamente esa acción, que consideró que, pese a tener como objetivo a los cristianos, atentaba "contra toda la identidad siria" y representaba "un intento desesperado por socavar la coexistencia nacional y desestabilizar el país".
Las autoridades sirias han anunciado en los últimos meses el desmantelamiento de células y el arresto de varios integrantes de grupos terroristas como Estado Islámico, organización que fue derrotada territorialmente en Siria en 2019 pero que sigue presente en algunas zonas desérticas del país.
El Kurdistán sirio es una de las zonas en las que la estabilidad parecía más alejada y en la que sin embargo ha habido mayores avances y esfuerzos de integración.
Los combates entre kurdos y las milicias proturcas que formaban parte de la coalición liderada por Al Sharaa han proseguido, pero sólo en zonas puntuales y sin grandes despliegues de fuerzas.
Por otro lado, las Fuerzas de Siria Democrática (FSD, el grupo liderado por los kurdosirios) y el nuevo Gobierno de Damasco -con apoyo de los EE.UU- abordan las formas de "preservar la integridad territorial" y dar una solución para las autoproclamadas zonas autónomas del noreste del país árabe tras la caída de Al Asad.
Pese a que los episodios de Latakia, Tartús, Al Sueida y los suburbios damascenos han dejado heridas profundas y dejan abierta la posibilidad de un colapso y fragmentación confesional y étnica, de momento parecen ser una excepción y no la norma. EFE
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