La Revolución del 55: la inacción de Perón, sus últimas horas en el país y el esfuerzo final de Lonardi

Hace 67 años el gobierno peronista era derrocado por la llamada Revolución Libertadora. En un clima político y social por demás caldeado, matizado con preocupantes hechos de violencia, un grupo de militares se hizo del poder aprovechando la falta de reacción de las fuerzas leales. Perón iniciaba un largo exilio de 17 años

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Juan Domingo Perón había sido electo en 1946 y reelegido en las elecciones de noviembre de 1951
Juan Domingo Perón había sido electo en 1946 y reelegido en las elecciones de noviembre de 1951

A las 2 de la mañana del martes 20 de septiembre, Juan Domingo Perón supo que ya nada más había para hacer y tomó la decisión de dejar el país. Le indicó a su mayordomo Atilio Renzi que le alistase un bolso con ropa y un maletín con dinero en efectivo. Era un suboficial del Ejército que había sido secretario privado de Eva Perón, quien luego lo nombró mayordomo de la residencia presidencial. El fiel secretario le preparó dos millones de pesos y 70 mil dólares. A las 8 de la mañana, en medio de una lluvia torrencial, en un auto acompañado por los mayores Alfredo Renner e Ignacio Cialceta y el comisario Zambrino, se dirigió a la embajada paraguaya, ubicada en Viamonte al 1800.

Todo había empezado un también lluvioso viernes 16 de septiembre, cuando estalló una revolución, cuyos conspiradores llamaron “Libertadora” y cuya suerte navegaba en indefiniciones, ya que entre los militares completados no existía un criterio uniforme. En el Ejército sus principales jefes eran leales, y solo un puñado estaba comprometido. La Marina era la fuerza más opositora, mientras que la Aeronáutica mantuvo una conducta un tanto dubitativa.

Ante las dudas de Pedro Eugenio Aramburu, el general retirado Eduardo Lonardi, de 59 años, que sabía que estaba muy enfermo, decidió ponerse al frente del movimiento. Había tratado a Perón cuando este le pasó la posta de la agregaduría militar en Chile en 1938, y que terminaría con su expulsión de ese país a causa de una operación de espionaje armada burdamente por aquel y en la que él debió pagar los costos.

El general Eduardo Lonardi aceptó ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario. Asumió el gobierno el 23 de septiembre de 1955. Menos de dos meses después, fue obligado a renunciar
El general Eduardo Lonardi aceptó ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario. Asumió el gobierno el 23 de septiembre de 1955. Menos de dos meses después, fue obligado a renunciar

Llegaría al generalato durante el Gobierno peronista y en 1951 pasó a retiro. Fue el primero que se animó a advertirle al presidente que el Ejército no toleraría una candidatura de su esposa.

Los conspiradores tuvieron a su favor la desorientación del peronismo, que no encontraba señales claras y concretas de su líder. El conflicto con la Iglesia, la marcha del Corpus Christi de junio, la quema de la bandera, la ola de violencia parecía ser el caldo de cultivo en el que mejor se movían los antiperonistas, alarmados cuando se enteraron que la CGT le había solicitado al ministro de Guerra armas para que pueblo pudiese defender al gobierno. Tanto los generales Franklin Lucero como Humberto Sosa Molina se opusieron.

En la tarde del 31 de agosto, el presidente lanzó una violenta diatriba, indignado por el incomprensible bombardeo a la Plaza de Mayo, ocurrido el 16 de junio, y que causara centenares de víctimas: “Hemos de restablecer la tranquilidad entre el gobierno, sus instituciones y el pueblo, por la acción del gobierno, las instituciones y el pueblo mismo. La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, ¡es contestar a una acción violenta con otra más violenta! ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”.

Tapa del diario La Razón cuando cayó el gobierno peronista
Tapa del diario La Razón cuando cayó el gobierno peronista

Fue la última vez que habló desde los balcones de la Casa Rosada, y el 7 de septiembre, en una reunión con sindicatos donde explicó que había hecho todo lo posible para lograr la pacificación del país, fue la última que lo hiciera públicamente.

Los hechos parecieron precipitarse cuando, en Córdoba, el general Dalmiro Videla Balaguer, comprometido en el movimiento, creyó haber sido descubierto. Dejó su puesto en Río Cuarto y fue a ocultarse a la ciudad de Córdoba, lo que alertó a los servicios de inteligencia de que algo grave estaba por ocurrir. El 15 Lonardi, confundido entre los pasajeros de un micro, llegó a la ciudad de Córdoba. Al día siguiente, acompañado por el coronel Arturo Ossorio Arana y otros oficiales, y bajo el lema “Cristo Vence” -que le daba al movimiento insurreccional el tinte de una cruzada religiosa- desató un movimiento revolucionario que, primero, tomó la Escuela de Artillería, luego, la de Infantería y la de Tropas Aerotransportadas. Y sus pares de la Marina hicieron oír su grito de guerra bombardeando la destilería Eva Perón de Mar del Plata.

Los insurrectos habían impresionado con la iniciativa tomada, pero su situación era por demás endeble, debido a la gran cantidad de efectivos que se mantenían leales al gobierno, a tal punto que hasta tres días después, nadie arriesgaba qué bando saldría ganador.

Eduardo Lonardi, en la ceremonia de jura como presidente de facto
Eduardo Lonardi, en la ceremonia de jura como presidente de facto

Inexplicablemente desde la Casa Rosada no se emitían señales sobre qué hacer ni los medios de comunicación, monopolizados por el gobierno, daban una pista al respecto, algo de lo que Perón se arrepentiría años después. Hasta que al mediodía del 19, luego de conferenciar con el general Franklin Lucero, ministro de Ejército y leal al presidente, el primer mandatario envió una nota con su renuncia: “Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi amor al pueblo me inducen a todo renunciamiento personal”.

Sin embargo, a las 21 horas de ese mismo día, citó a Olivos a los principales generales. Les explicó que la suya no era una renuncia porque no estaba dirigida al Congreso, sino al ejército y al pueblo, y que si este no la aceptaba, continuaría en la presidencia. Los amenazó con abrir los arsenales para armar a la gente. Fue el general Angel Manni el que le comunicó que su renuncia ya había sido aceptada y que no había más que pudiera hacer. “Ponga distancia cuando antes”, le aconsejó.

La Nación fue otro de los diarios que le dieron una amplia cobertura al movimiento revolucionario
La Nación fue otro de los diarios que le dieron una amplia cobertura al movimiento revolucionario

Cuando el 20 a la madrugada abandonó para siempre la residencia, había armado un operativo distracción. En Aeroparque estaba preparado un avión adornado con banderas argentinas y paraguayas y lo hizo despegar para que se creyese que él iba en el vuelo. Minutos después, cuando el avión aterrizó en El Palomar, descubrieron el ardid.

¿Fue realmente cierto que desde una ventana del edificio de Viamonte y Callao había una persona apostada en los pisos superiores esperando la orden de dispararle antes de que ingresase a la legación extranjera? Nada ocurrió y Perón pudo formalizar su pedido de asilo. El embajador paraguayo Juan Chávez, que en ese momento estaba en su domicilio en el barrio de Belgrano, resolvió alojarlo en la cañonera Paraguay, para su mejor seguridad. Estaba anclada a una distancia prudencial de la costa, cercana a la dársena D de Puerto Nuevo. Hacía días que esa embarcación esperaba ingresar a dique seco, para su reparación.

El jueves 22 Lonardi, el día anterior a que jurase como presidente de facto, emitió una proclama y explicó por qué se habían levantado contra el gobierno: “Lo hacemos impulsados por el imperativo del amor a la libertad y al honor de un pueblo sojuzgado que quiere vivir de acuerdo con sus tradiciones y que no se resigna a seguir indefinidamente los caprichos de un dictador que abusa de la fuerza del gobierno para humillar a sus conciudadanos”.

Perón ya dejó la cañonera. En un bote se dispone a embarcar en el hidroavión que lo llevaría al Paraguay
Perón ya dejó la cañonera. En un bote se dispone a embarcar en el hidroavión que lo llevaría al Paraguay

El viernes 23 juró como presidente provisional, declaró a Córdoba sede del gobierno nacional hasta que pudiera trasladarse a la ciudad de Buenos Aires y nombró a su gabinete.

Los días siguientes fueron de incontables reuniones de Lonardi y otros jefes para lograr un salvoconducto del ex presidente. Algunos no deseaban tenerlo exiliado en América Latina y habrían tratado de persuadir al Paraguay en ese sentido. Hasta se había barajado mandarlo a Suiza. Pero, finalmente, el gobierno paraguayo le abrió las puertas.

Perón se alojaba en el camarote del capitán César Cortese y comía habitualmente con la tripulación. La embarcación era custodiada, a una distancia prudencial, por buques de guerra argentinos.

A bordo de la cañonera, pasaba parte de su tiempo en la redacción de un borrador de sus memorias acerca de los hechos que habían llevado al fin de su gobierno. Y aparentemente escribía cartas. En 1953, con 58 años, había iniciado un romance con Nélida Haydee Rivas, una adolescente de 14 años que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. Comenzó cuidándole los perritos para luego pasar a ocupar una de las habitaciones de Evita. La mañana que partió hacia la embajada paraguaya le dejó a la chica —ella ignoraba que recién lo volvería a ver fugazmente en diciembre de 1973— algunas joyas y dinero.

Días después, le escribiría: “Querida Nenita. Lo que más extraño es a la Nena y a los perritos les decía hoy a los muchachos paraguayos. Estoy muy triste al ver caer tantos afanes y tantos sacrificios. Los trabajadores y los pobres recién ahora comenzarán a saber quién era Perón. Sin embargo no me arrepiento de haber renunciado a la guerra civil; hubieran muerto muchachos y se habría destruido el país”.

Cuidame los perritos y cuando vayas a Asunción del Paraguay, me los llevás a todos. Los quiero mucho a esos bandidos…”.

Remontar el río Paraná para llegar a Asunción era peligroso, no para él sino para las nuevas autoridades que temían posibles insurrecciones de fuertes enclaves peronistas, como era el caso de la ciudad de Rosario. Para su desgracia -no le gustaba volar- quedaba el avión como la posibilidad más segura. Sin embargo, el presidente derrocado asentía a todo lo que le indicaban.

Stroessner había enviado a un DC 3, aunque la idea de trasladarlo hasta un aeropuerto no entusiasmaba a nadie. Hasta que la solución llegó: el dictador paraguayo envió un hidroavión, al mando de Leo Novak, su piloto personal. La máquina acuatizaría cerca de la cañonera.

El 3 de octubre, un Perón entre cansado y taciturno fue trasladado en una lancha a motor hacia el hidroavión, que se bamboleaba a raíz del fuerte oleaje. Estuvo a punto de caer al agua cuando subía por la escalerilla del avión, pero fue sujetado a tiempo por Mario Amadeo, el nuevo canciller argentino.

No sin dificultad el hidroavión pudo despegar, luego de luchar con fuertes vientos en contra. Hasta estuvo por rozar la punta de un mástil de una embarcación. Mientras voló sobre territorio argentino, lo hizo escoltado por dos aviones de la Fuerza Aérea Argentina y, después, por dos naves paraguayas. En una de ellas viajaba como piloto el propio Stroessner. A las 16.45 horas Perón aterrizaba en Asunción. Comenzaba un exilio de 17 años.

En 1972, regresó al país. Como presidente visitaría el Paraguay el 6 de junio de 1974 y en el puerto de Asunción, lo esperaba la vieja cañonera, rindiéndole homenaje.

En diciembre de 1973 mantendría un corto encuentro con Nelly, una señora casada con dos hijos. El anciano líder le preguntó si necesitaba algo, “porque, como tu comprendes, que ésta es la última vez que nos vemos”. El General moriría el 1º de julio de 1974 y ella, el 28 de agosto de 2012.

Habían pasado algo más de diez años de su derrocamiento, cuando manifestó que había cometido un grave error en no haber movilizado a las fuerzas leales y ejecutar a los jefes y oficiales conspiradores. Aunque también aseguró que se había ido para evitar una guerra civil y que ocurriera algo similar a lo que se había vivido en España.

Cuando el jefe de la revolución declaró que “venimos a restaurar el imperio del derecho, sin vencedores ni vencidos”. Pero Lonardi no imaginaba que sus compañeros de armas Pedro Aramburu e Isaac Rojas tenían otros planes y el 13 de noviembre de ese año debió dejar el poder. Moriría el 22 de marzo del año siguiente. Y entonces sí, habría vencedores y vencidos.

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