Javier Milei: ¿Mesías o diablo?

En tan solo dos meses el Gobierno ha logrado reducir la inflación en 10 puntos, acumular reservas, detener la emisión monetaria y bajar el gasto público. Ahora enfrenta el desafío de contener el malestar social

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Javier Milei
Javier Milei

En ocasiones las conversaciones aparentemente simples pueden desencadenar profundas reflexiones. Este es uno de esos caso. Carlos, sastre de profesión, persona culta y muy leída, de gustos refinados y con bolsillo de clase media, muy golpeada por la crisis actual, algo que nadie en su sano juicio puede atribuir a Javier Milei, suele hacerme llegar sus reflexiones vía mensajes de texto, algo que para él antes de la pandemia era una tarea de cumplimiento imposible. Para mi amigo, y simplificando al extremo, Milei no es más que un advenedizo panelista devenido en presidente de la nación. Pero no fue eso lo que me generó preocupación y reflexión a la vez. En su último mensaje me habló de las “malas sensaciones” que estaba teniendo en tanto vislumbraba (olfateaba) un panorama oscuro, haciéndose cargo él mismo de que el Presidente no era una persona que podía ser juzgado bajo parámetros normales. Para él, Javier Milei es una anomalía.

Y precisamente es esto último lo que me llevó a reflexionar sobre su pregunta: ¿es Javier Milei una anomalía? ¿Es un demente o un genio? ¿Un mesías o un diablo? La primera reflexión es que no debemos subestimar, como ya lo hicieron algunos (ahora terriblemente arrepentidos), a una persona que se hizo a sí mismo presidente. Como dice mi amigo Carlos, de panelista a presidente en tres años. Podrá ser un poco más de tiempo o no, pero lo cierto es que Javier Milei no es un político tradicional, sino más bien todo lo contrario. Tiene un aura propia de “rockstar”, sobresale por sí mismo en la multitud, y eso, no es algo que un puñado de asesores empoderados puedan generar si el producto no es excepcional. Este es el caso. Milei tiene esa estrella que lo hace diferente al resto, y que justifica que sus votantes hayan sido transversales a todas las clases sociales. Un simple ejemplo alcanza para demostrarlo: basta con observar el fervor con el que la gente que regresó de Italia en su mismo vuelo lo ovacionó.

Después de todo lo dicho, debo concordar con mi amigo en que juzgar o analizar a Javier Milei bajo parámetros puramente racionales es un error. Todo lo relacionado con él tiene más que ver con lo emocional: las sensaciones de amor y odio que despierta con su mera presencia, su forma de expresarse, su tono de voz y la manera en que comunica sus ideas. El talentoso humorista Ariel Tarico, quien suele imitar al presidente en diversos medios, se ha convertido, en mi opinión, en uno de los mejores analistas políticos al capturar la esencia del pensamiento del presidente. Milei está lejos de ser un político tradicional; todo lo contrario. Para él, la presidencia es simplemente otro trabajo, aunque obviamente de una enorme responsabilidad y carga, que asume con seriedad. Se expresa, y mucho, por la red social “X”, es un maestro de la polarización (Lali Esposito la sufrió en carne propia esta semana).

El mayor desafío que enfrenta el presidente es mantener, en el tiempo, ese aura que lo llevó al poder, esa conexión que supo establecer con el 56% del electorado. Por un lado, lo logró a través de convicciones expresadas con vehemencia en programas de televisión y, por otro, durante toda la campaña electoral, donde sus apariciones eran más como un espectáculo que como un acto político convencional. La mayoría de los argentinos estamos cansados del populismo servil que enriqueció a quienes supuestamente debían servir al pueblo, pero terminaron aprovechándose de él para su propio beneficio. Populismo que padece, además de amnesia selectiva, pues se olvidan de todo lo que hicieron en las últimas dos décadas. A veces resulta casi cómico ver a dirigentes “populistas” hablando por teléfonos celulares que hoy valen millones de pesos. Están completamente desconectados de la realidad.

Milei ya probó de la peor manera posible el sabor amargo de la derrota que le sirvió la “casta”, al trabar el tratamiento parlamentario de la ley “ómnibus”. Rápidamente supo capitalizar ese traspié como algo positivo (polarizando). Sacó, además, el látigo, y les hizo sentir el rigor a los gobernadores. También cortó cabezas. Y por lo que hemos visto los últimos días va por más. Es en este punto donde la pregunta de si Javier Milei es demente o genio cobra relevancia. Gobernar un país de por sí anómalo es una tarea ciclópea. Pero hacerlo luego de que el peor gobierno que tuvimos en democracia dejara a la nación arruinada, es mucho peor. Y si sumamos a todo lo anterior, que venimos de 20 años de un populismo que supo manejar magistralmente la batalla cultural, convierte la tarea que tiene Milei en una misión casi suicida. Que no es ni más ni menos que lo que me dijo con otras palabras mi amigo, el sastre, al mencionar las “malas sensaciones”.

A lo anterior debemos agregar lo que pareciera ser un carácter más que volátil del presidente. Suele mostrar su cara más furiosa cuando es criticado. En lo personal no me genera preocupación que un presidente tenga carácter fuerte; es más, diría que todo lo contrario. Hace falta una persona de carácter más que fuerte para poder siquiera intentar manejar los hilos de un país tan complejo. Argentina está fuertemente marcada por tensiones y polarizaciones, como la grieta infame que se reinventa permanentemente. El carácter de Milei para gobernar este país pareciera ser un punto a favor.

Al analizar los resultados obtenidos hasta el momento por Javier Milei, parece que se acerca más a la figura de un genio que a la de un demente. Ha logrado una hazaña increíble al ganar una carrera presidencial, incluso con todo el poder del Estado en su contra. En apenas dos meses en el gobierno, ha demostrado su capacidad al reducir la inflación en 10 puntos, acumular reservas, detener la emisión monetaria y disminuir el gasto público. Estos logros hablan por sí mismos y sugieren un liderazgo y una visión que trascienden las expectativas convencionales. Lo malo es la grave recesión que estamos atravesando, pero esto fue señalado reiteradamente por el propio Milei aún en la campaña electoral. Y la gente lo voto igual.

Sin embargo, Milei se enfrenta al desafío de mitigar el malestar social que surge ante los inevitables aumentos que deben enfrentar los ciudadanos comunes. A pesar de sus logros en materia económica, la realidad es que estos cambios pueden tener repercusiones directas en el día a día de las personas. El aumento de precios y tarifas puede generar preocupación y frustración entre la población, especialmente entre aquellos con ingresos más limitados. Por lo tanto, mantener un equilibrio entre el progreso económico y el bienestar social será fundamental para el éxito continuo de su gestión y para ganar la confianza y el apoyo de la ciudadanía. Máxime cuando todo pareciera indicar que marzo y abril serán dos meses más que complejos, donde la amenazas de piedras, piquetes y todo tipo de actividades de la oposición más furiosa se viene anunciando por todas partes. El club del helicóptero pareciera estar más activo que nunca.

La respuesta a la pregunta inicial, que discutimos con mi amigo Carlos, ha sido proporcionada por el propio presidente en numerosas ocasiones: “La diferencia entre un loco y un genio es el resultado”.

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