El abanico de mafias que supimos conseguir

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[N. del E: "¿En qué momento se jodió Argentina?" es una serie de reflexiones a cargo de los más reconocidos pensadores de nuestro país que Infobae publicará todos los domingos]

"Joder" es un verbo. En español, entre otros significados, de singular calidad, quiere decir 'estropear', 'perjudicar'. ¿En qué tiempo de la historia se jodió la Argentina? No fue una vez, sino varias. Se agravó cuando las mafias penetraron los poderes político, económico, judicial, gremial. Sus capos son la aristocracia de este tiempo. Partamos del principio de que no existirían mafiosos si no fuera por su relación con las instituciones, a las cuales corrompen siempre. Así empezó lo malo.

Bañada con el agua de otras voces, relatos que oigo como periodista. La música de los últimos años es la palabra "códigos", en lugar de "valores" o "ética". Desde el lugar que ocupo en mi profesión, la gente golpea la puerta de mi casa o me ubica a mí antes de hacer la denuncia en la comisaría. Esto es un tema serio: no tiene confianza institucional. En este apostolado de la escucha, perdí la cuenta de la cantidad de comerciantes que no pueden abrir sus negocios sin ser asaltados o que pagan protección a la policía para que no los roben.

Hace un par de días, estaba hablando con una colega de policiales que me pidió que esperara en la línea porque sonaba el timbre. Cuando regresó, con la voz agitada me dijo: "Hablamos más tarde, tengo que ir a ver qué pasa porque tiraron una mano en la esquina y los vecinos están en pánico".

Es oportuno hablar de las zonas liberadas para robar, matar, hacer tranzas de droga. Tenemos un abanico de mafias: desarmaderos, robo de bebés, tráfico de personas, la policial, la rosarina de Los Monos que opera desde la cárcel, el tráfico de armas. Importamos también, como la mafia china. Las de las villas, que expulsan de sus casas a los vecinos para revender las viviendas, la del juego, el fútbol, la carne, el oro, la basura y los cementerios. Podría seguir enumerando tantas más.

En el imaginario social no pocas personas creen que la felicidad irradia de figuras como la del mafioso. Son quienes encarnan las aspiraciones del bienestar y alegría. Ser feliz es el objeto del éxito, dinero. La máxima de Corleone, que dio a luz a quienes se identifican con él, era: "No lo mataron por algo personal, son negocios". Así, nuestra sociedad carga con tantos crímenes disfrazados de suicidios que jamás se esclarecen.

Los programas de televisión reflejan este caos social. Son un griterío de insultos con panelistas que se descalifican entre sí. Se agravian. Tratan por todos los medios de anular al otro. Los medios enseñan a la sociedad que la agresión sale gratis. Generan crispación. Cada uno de ellos vive de este trabajo, gracias al cual tienen un nivel de vida holgado, que les permite pagar vacaciones, educación para los hijos y darse gustos caros. El insulto, la difamación se transformó en un espectáculo rentado. Así hablamos, valiéndonos de ese lenguaje basura. La persona formada no tiene lugar, porque al cuidar su expresión es un sospechoso de falta de compromiso. El mal pensado es el dueño del mayor predicamento en los medios, la vida.

Poco me importa hablar de la historia de la corrupción que comenzó o no con la colonización española y la práctica del contrabando. Hay que poner en tema el hoy, desenmascarar el aquí y ahora. Recuperar a Jorge Luis Borges, nombrarlo: "El argentino a diferencia de los americanos del norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción o cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. El Estado es impersonal, el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o excuso".

Desde que tengo uso de razón ningún gobierno preservó a los honestos, rectos, ni cuidó de ellos. Tampoco terminó con quienes hacen mal, ni se jugó por sostener las leyes. Da la impresión de que a los presidentes no los convence que el gobierno enseñe a los ciudadanos a gobernarse a sí mismos. Nuestra idiosincrasia ayuda poco: tres argentinos juntos no hacen un debate, pero arman una interna.

La autora es periodista, conductora de "La Bergogliana".