Brasil, el año que vivimos en peligro

Con el Gobierno de Temer estabilizado en lo político y en lo económico, el país se encamina a las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo a fines del 2018

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El título de la presente columna nos rememora la famosa y premiada película de acción El año que vivimos en peligro, de 1982, ambientada en Indonesia en plena violencia política social. A Dios gracias, para el Brasil y sus socios estratégicos como el caso de la Argentina, dista de ser una situación semejante. Pero no por ello esto últimos 12 meses estuvieron desprovistos de situaciones que, de descarrilarse, hubiesen sido por demás traumáticas.

Uno de los datos más importantes y bastante pasado por alto en diversos análisis sobre la evolución de nuestro país y la región es la estabilidad que ha logrado en los últimos dos meses la presidencia de Michel Temer. La mayor parte de las referencias periodísticas a Brasil se centran en la muy baja popularidad y en la cadena interminable de testigos arrepentidos y procesamientos por temas de corrupción ocurrida durante la hegemonía del PT. Al mismo tiempo, Temer obtuvo un amplio respaldo parlamentario para que no prosperara su eventual juicio y destitución, así como para avanzar exitosamente en una moderna reforma laboral y el armado de un consenso importante para hacer lo mismo en el área de previsión social. También para el impulso de desregulaciones y privatización de algunos sectores no estratégicos. En otras palabras, un Brasil con mayor capacidad para enfrentarse a un mundo más y más competitivo.

Todo ello acompañado por el cumplimiento de las metas de inflación y signos evidentes de haber salido de manera lenta pero firme de la peor recesión económica que tuvo Brasil en su historia moderna y que comenzó en el 2013. De más está decir que uno de los motores de la mejora económica argentina que parece acelerarse a fines del presente año tiene a esta evolución positiva del país vecino como potenciador. La eventual caída de Temer hubiese abierto incertidumbres políticas más que agudas, así como un clima propicio para una acentuación y hasta cierta radicalización de sectores de la izquierda de Brasil que de manera sincera o actuada viven la salida del PT del poder por vía constitucional como un verdadero golpe de Estado.

Paradójicamente, como también existe en sectores políticos argentinos, estos mismos hiperpuristas de las instituciones son los que no ven con alarma ni mucho menos la represión estatal y la arbitrariedad que se suceden en las instituciones de Venezuela. Días atrás, un aliado del PT y del castrochavismo en Venezuela, el Presidente de Bolivia, lo puso en blanco y negro: la idea de división de poderes republicana es un invento e instrumento del Imperio estadounidense. Sobra decir que la centenaria y legendaria república romana pre César estaría más que ofendida de escucharlo. Ni hablar de la república de Venecia de hace más de 500 años, y aun los propios británicos, que ya en 1215 establecieron límites al poder de los gobernantes.

Pero volvamos a lo serio, o sea, la evolución del 50% del PBI de Sudamérica y principal socio comercial argentino como es Brasil. Con el Gobierno de Temer estabilizado en lo político y en lo económico, el país se encamina a las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo a fines del 2018. Las encuestas que se vienen conociendo en los últimos días muestran a Lula da Silva con un piso duro de 20% de apoyo y un techo en torno al 30 por ciento. La mayor parte de los analistas ve al multiprocesado ex Presidente con muy serias dificultades de obtener el 50% necesario para evitar una segunda vuelta electoral con el segundo más votado, y ni que decir de ganar ese ballotage.

En la Argentina del 2003 con Carlos Menem y del 2017 en provincia de Buenos Aire algo conocemos de pisos altos y techos bajos. Así como también de las dificultades del marketing político para perforarlo por arriba. La adopción de un perfil de nulo contacto con la prensa, intimista, buenista y moderado no alcanzó en las pasadas elecciones en agosto. Pasar del "vamos por todo" a un discurso casi de ONG solidaria y de reencarnaciones de arquitectos del Egipto de los faraones a la prolija y democrática Atenas, son abismos demasiado grandes.

En el caso de Brasil, lo que sí ha sorprendido es el fuerte crecimiento en la popularidad y la intención de voto de un polémico y derechista dirigente con pasado militar. Nos referimos a Jair Bolsonaro, que obtiene al momento un 19%, contra un 30% de Lula. Bolsonaro lleva ya dos décadas en la vida política de Brasil como un legislador que se caracteriza por la dureza de sus argumentos y la defensa de lo realizado por los militares a partir del golpe de 1964. La que parecía ser la estrella ascendente de Brasil en el 2014, Marina Silva, obtiene 12 por ciento. En tanto que otros tradicionales políticos de Brasil como Aécio Neves, Ciro Gomes, Geraldo Alckmin y João Doria, están en sólo un dígito. Pero este último, alcalde de la portentosa ciudad de San Pablo, merece un párrafo aparte. Si bien milita en un tradicional partido político de centroizquierda de Brasil como es el PSDB, su estilo de comunicación política, su forma de ser y sus rasgos polémicos lo hacen aparecer como el menos convencional de los políticos tradicionales. Un elemento no menor en un país como Brasil, con amplios segmentos de los votantes hastiados y cansados de la dirigencia. La extensa recesión económica que afectó al país desde el 2013 hasta mediados del 2017 ayudó también a este clima, así como la obscenidad destapada en materia de corrupción por el Lava Jatos y otros procesos.

Quedan otros factores centrales a dilucidar antes de las elecciones, entre otros, cuál será la situación judicial de Lula en sus siete procesos y subsecuentes condenas o absoluciones. Luego de estos años de masivas pruebas y testimonios de empresarios y ex funcionarios, difícilmente todo vaya a concluir con un perdón y una marcha triunfal hacia la candidatura de Lula como cabeza de lista del PT. Entre los escenarios que se prefiguran, no se descarta la pérdida de sus derechos políticos complementada por su detención. Las autoridades judiciales pero también el poder político del Brasil posiblemente busquen algún tipo de equilibrio entre hacer justicia, dejar un mensaje claro hacia el futuro de cómo se debe conducir la vida pública y su relación con las grandes empresas, y no humillar hasta la destrucción a una de las figuras políticas del Brasil de los últimos 40 años, quien durante sus ocho años de presidente llevó a cabo una política macroeconómica sana y de fluidas relaciones con los Estados Unidos y las otras potencias internacionales.

Sus palabras de aliento a los discursos de barricada contra Washington y Wall Street en Buenos Aires, Caracas y La Paz se combinaron con una política exterior que buscó y logró que la Casa Blanca lo viera a él y al Brasil como el único interlocutor confiable en un escenario regional alborotado. No casualmente en el 2005 e inmediatamente después de que el gobierno argentino maltratara a George W. Bush en la Cumbre de Mar del Plata, el pragmático y pícaro entonces Presidente de Brasil invitó a su colega norteamericano a pasar un par de días en su residencia privada en San Pablo para conversar tranquilamente y sin el bullicio de la izquierda regional que él mismo alentaba.