El parto de octubre

El Gobierno se encuentra ante un escenario desfavorable que él mismo ha creado, empezando por la política pusilánime del gradualismo, que al final ni siquiera lo es

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Deberíamos incorporar la triste posibilidad de que Cambiemos perdiese las elecciones de octubre. El Gobierno ha hecho muy poco para convencer mediante persuasión o realidades mostrables a quienes no lo votaron en 2015. Tampoco para satisfacer a muchos de los que sí lo votaron entonces. Esto más allá de las chicanas dialécticas de la oposición, el relato kirchnerista, que siempre estará y las huelgas, los paros y las marchas organizadas por el peronismo con distintas excusas.

Tras un año de prueba y error, el país no ha avanzado demasiado. Se dirá que se ha expulsado al kirchnerismo fatal que saqueara a la nación durante 12 años y que consolidara la pobreza, el populismo y la miseria. Cierto. Ya no está. Pero eso es fruto de lo que el pueblo votó en 2015, no fruto de la tarea de Cambiemos en lo que va de su mandato.

No pretendíamos un cambio en los conceptos liminares del esquema fascista que tiene prisionero al país desde los años treinta, junto con un pequeño grupo de ladrones públicos que denominamos "grandes empresarios". Pero no sólo se está lejos de eso, sino que se ha consolidado la importancia y el dominio de ese formato, al que el Presidente evidentemente adhiere con alegría.

Se ha aumentado, algo casi imposible, el gasto del Estado y el déficit. Los nombramientos absurdos para cubrir cargos cuyas denominaciones parecen inventadas por Les Luthiers, la creación de un Ministerio de Modernización, para empezar. Se acelera el endeudamiento en dólares para financiar gastos de todas las jurisdicciones, lo que crea mayor apreciación del peso, que sufre así un dutch disease que ni siquiera es el resultado de un aumento de las exportaciones. El efecto sobre la competitividad no requiere explicación.

Los sectores productivos están otra vez al borde del colapso, en algunos casos, como las fundamentales pymes, casi en la desaparición. Eso es desempleo, en blanco y en negro.

Conmueven los esfuerzos de tantos expertos tratando de convencernos de que el tipo de cambio bajo es parte de los símbolos nacionales, como la bandera, el escudo y el himno.

La locura de gasto desenfrenado con financiamiento con deuda arrasará con el empleo. El tipo de cambio de las series históricas es el tipo de cambio del fracaso proteccionista. Compararse con ellos es ignorancia. Y la teoría de que el tipo de cambio bajo hace ganar elecciones puede llegar a estamparse en octubre contra la realidad.

Los subsidios o los regalos que se han hecho a los sindicatos y las seudoorganizaciones sociales no han tenido efectos sobre el ciudadano común, porque nada de ese gasto ha ido a parar a sus manos, como es habitual. También indigna que la maquinaria de vagos, operadores y ladrones que colgara el kirchnerismo en las administraciones nacionales, provinciales y municipales esté intacta. Eso implica que el gasto inútil sigue como antes o peor, y que la corrupción está incólume.

El Gobierno se encuentra ante un escenario desfavorable que él mismo ha creado, empezando por la política pusilánime del gradualismo, que al final ni siquiera lo es. Sin embargo, ha logrado enojar a muchos de sus votantes por su contemporización con los ladrones y su continuidad en el camino trillado del populismo, y al mismo tiempo ganarse el mote de ajustador que le ha colgado el peronismo en varias de sus máscaras.

Las encuestas que empiezan a aparecer preocupan. Las propias y las ajenas. El caso del Correo, con la insistencia de Socma hasta hoy en pretender convencer a la sociedad de que tiene derecho a reclamarle al Estado, con argumentos tan poco serios como los de Lázaro Báez, pueden quitarle a Cambiemos la última bandera. El transversalismo peronista al que ahora se apela es un acto de desesperación. Y aunque no lo sea, va a enojar aún más a muchos de sus votantes, que se sienten rehenes. Tomar deuda externa para repartirla como dádiva entre la población es populismo en su formato más elemental, pero no necesariamente garantiza el triunfo electoral.

Gracias a muchos errores casi pueriles del dream team, la oposición ha sido exitosa en predisponer a la opinión pública en muchos temas que parecían digeridos, como las tarifas y la inflación. También la pequeñez fomentada durante años por el populismo y la demagogia hace que mágicamente los consumidores pretendan seguir recibiendo servicios gratuitos sin pagar lo adecuado. El primer año se ha desperdiciado. Ese es el resumen. Ahora vienen las decisiones de apuro, desesperadas.

Se acusa a Cambiemos de no haber sabido comunicar adecuadamente las medidas que tomó en este año. Se trata de una simplificación. Las medidas tomadas en buena parte de los casos fueron pobres, leves, ineficaces, contraproducentes o debieron retrotraerse. El falso gradualismo, la tolerancia a que continuara el sistema de expolio de los nombramientos y la sensación generalizada de que la corrupción sigue firme no son un problema de comunicación. El mayor opositor de Cambiemos este año ha sido Cambiemos. Y como remate, el Gobierno repartió montos escandalosos para insuflarle oxígeno al sistema de insurrección callejera que tanto daña y molesta a la sociedad.

Tal vez sea mejor que no se haya comunicado. Este martes el ministro Ricardo Buryaile dijo a los productores que había que mejorar la productividad y que devaluar era una fugaz competitividad. Lo que dijo el ministro es una burla cruel al sector de mayor productividad del país y el que ciertamente está generando las pocas esperanzas de crecimiento. Esos productores ofendidos serán abstenciones en octubre.

Lo que sostiene el funcionario es que la productividad debe aumentar diariamente para compensar los efectos del gasto irresponsable que, financiado con impuestos o con deuda en dólares, produce un aumento de costos incesante, diario, que nadie puede equilibrar con esfuerzo, inversión ni innovación. Ya no sólo Cambiemos está regalando dinero a quienes lo usan para destruirlo, lo que suena estúpido en sí mismo. También intenta sabotear, engañar y vender un relato a los que producen la única riqueza de que se dispone para reflotar al país. ¿El ministro cree eso que dice? El Gobierno está revaluando el peso todos los días. Y eso sólo se debe al financiamiento del gasto con deuda.

Cambiemos está perdiendo las elecciones por minuto. Lamentablemente, cada vez que se escucha hablar a los más altos funcionarios, se percibe la sensación de que creen que han hecho y hacen una gran tarea. Y obviamente, ¡guay de quien ose decirles que el rey está desnudo!

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