A menudo se espera que Paul Thomas Anderson deslumbre con cada plano. Sin embargo, según declaraciones recogidas por SlashFilm durante una charla en Nueva York, con Una batalla tras otra, el director estadounidense optó por la sobriedad y la narración directa: “No te pongas demasiado gourmet, no te pongas demasiado quisquilloso. Haz tomas que cuenten la historia, porque hay muchísima historia que contar”, afirmó Anderson. Su nuevo largometraje, de casi tres horas y múltiples conflictos, evidencia un cambio calculado en la aplicación del virtuosismo formal, priorizando la claridad sin renunciar a momentos de alto impacto visual.
Desde el arranque de Una batalla tras otra, lo que sobresale es la contención. Las escenas se suceden con una cámara que rehúye el exceso de movimientos y adornos, guiando la atención hacia lo esencial: el flujo dramático y las decisiones de sus personajes. Esta decisión estilística, inmersa en una apuesta por la economía visual, no impide que surjan destellos de grandeza cinematográfica en pasajes clave. “No hay espacio para adornos ni azúcar glas; tiene que ser muy económico”, insistió el cineasta, subrayando la gravedad narrativa que estructura su película.
El público familiarizado con Anderson asociará su trabajo a la sofisticación visual, pero el propio director confesó que romper su propia regla —preservar el despliegue visual solo para lo imprescindible— fue parte de la estrategia. El ejemplo paradigmático de esta excepción ocurre en el clímax de la película: el duelo entre Willa (Chase Infiniti) y el Coronel Lockjaw (Sean Penn) en la capilla de las Hermanas del Castor Valiente. El entorno adquiere peso simbólico a través de una puesta en escena solemne, donde la cámara se sitúa en un ángulo elevado, deteniéndose antes del enfrentamiento y encuadrando a los personajes en la antesala del desenlace. “Llegas al punto de encuentro con las Hermanas del Castor Valiente, y piensas: Bueno, hay algunas oportunidades visuales aquí, no podemos escapar de ellas, vamos a disfrutarlas… Quizás sea hora de una de esas tomas cinematográficas a la antigua usanza”, relataba Anderson.

Una película cuidada al detalle
Ese clímax visual funciona como un eco del gran cine de estudios, con reminiscencias del Nuevo Hollywood de los años 60 y 70. La contención previa acentúa el impacto del momento, dotando al duelo de una dimensión épica que trasciende la narrativa inmediata. Las decisiones de escenografía y encuadre, justificadas por el propio guion, refuerzan el choque entre Willa y Lockjaw: cada plano está cuidadosamente elegido para elevar la tensión y subrayar los conflictos internos.
La fórmula cosecha otro efecto: al reservar los despliegues de espectacularidad para instantes determinados, Paul Thomas Anderson pone en valor los recursos del cine clásico a la vez que señala los riesgos de abusar del virtuosismo. El esfuerzo por no depender del impacto inmediato permite que el espectador perciba un crescendo emocional, donde los momentos estilísticos adquieren peso y contexto.
Fuentes especializadas y seguidores de la trayectoria de Anderson han destacado el homenaje soterrado al cine de épocas anteriores, especialmente en las persecuciones y en los registros de rabia y revolución que atraviesan la historia de ‘Una batalla tras otra’. Estas influencias se filtran en la estructura: el relato avanza de manera contenida y, solo cuando la emoción lo exige, la película se permite elevar la puesta en escena, alineándose con el espíritu de los grandes relatos de Hollywood sin perder un ápice de actualidad. La elección de Paul Thomas Anderson de equilibrar sobriedad e impacto visual marca un nuevo capítulo en su filmografía, consolidando su mirada personal sobre la construcción de historias en el contexto de la industria cinematográfica actual.
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