La anomia, la cohesión social y las tendencias modernas "like/unlike"

Por Gustavo Perilli

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“Like” y “Unlike” en las redes sociales, un símbolo de los tiempos actuales.
“Like” y “Unlike” en las redes sociales, un símbolo de los tiempos actuales.

Semana a semana continúan apareciendo estrategias lesivas que agreden la delicada salud de la cohesión social argentina. Los canales de transmisión son siempre los mismos: sencillas imágenes con abundante color y sonido, vehementes mensajes verbales, publicidades de lectura simple y lineal y redacciones concretas con escasos elementos de abstracción, análisis y comprobación, entre muchas otras formas. Los contenidos tampoco difieren demasiado. Mediante el uso de una profusa adjetivación, se difunden alegremente errores comprobados como absolutas verdades y, en contraposición, sucesos verosímiles (resueltos de modo formal y empírico) como inexpugnables equívocos. Cual un funcionamiento de mercado, esta oferta de información con valor agregado está dirigida a captar herencias ideológicas ortodoxas (sin voluntad revisionista para no alterar la comodidad económica e intelectual) y promover el interés de los individuos desprevenidos (dispersos), los desinteresados (sin cultura social o política) y los agotados, superados por las exigencias laborales diarias. Dispuesto de este modo, el mecanismo funciona como un coordinado sistema de oferta y de demanda de contenidos, tendiente a generar descrédito en la política, la economía y las enseñanzas de la historia.

Este mecanismo funciona permanentemente y, además, resulta persuasivo porque logra convencer a algunos que acepten caminos dañinos para su propio bienestar presente (la aceptación de arreglos salariales por debajo de la inflación, por ejemplo) en pos, supuestamente, de un futuro prometedor. Tiene la particularidad, también de fluir por pobladas carreteras de individualismo y modernismo donde, hoy por hoy, por ejemplo, suelen transitar padres que no imponen límites a sus hijos (y lo saludan por su cumpleaños a través de las redes sociales), aplican disciplinas laxas con el objeto de conseguir su amistad y difunden entonados discursos sobre los peligros de la calle pero luego permiten que los niños/adolescentes merodeen antojadizamente por la oscuridad de la madrugada. De esos núcleos modernos salen "en manada" individuos influyentes que luego prescribirán terapias contra los males sociales desde la computadora de su casa y, sin los conocimientos necesarios, enjuiciarán insistentemente sólo porque la noción de libertad así se lo permitirá, al tiempo que maximizarán los valores surgidos de la estética corporal, incluso después de la adolescencia; postularán acciones humanas motivadas por el poder económico, como si la vida se tratara de preservar rentables proyectos de inversión (con flujos de caja positivos); demandarán tiempos de descanso en solitario (retiros espirituales) lejos de los requerimientos de la familiares y, entre otros aspectos, convalidarán conductas personales acomodaticias que chocarán con los límites impuestos por los marcos normativos vigentes.

No se trata de formatos sociales que nunca hayan existido, sólo que desde hace unas décadas se naturalizaron en la clase media, haciendo que la configuración del escenario económico social se vuelva más etéreo, excesivamente cambiante y llamativamente fugaz en materia de compromisos y responsabilidades.

La información inconsistente circulante no surge sólo de las coreografías y escenografías preparadas por los políticos profesionales o individuos interesados en mostrar sus ideales para establecer una imagen, sino de simples y sencillos intercambios de individuos dispuestos a defender cualquier idea (especialmente, las heredadas). Entre esa oferta y demanda de estos contenidos, surge una sabiduría convencional a la que el resto de la comunidad adherirá o rechazará desde su hogar accionando likes y unlikes ¿Deja algún daño este tipo de comportamientos? Sí y no, al mismo tiempo. No, porque todos los participantes se expresan libremente (a diferencia de otros tiempos); sí, en cambio, debido a lo inadecuado de la manera en que se plantean los problemas (y sus posibles y eventuales soluciones), donde se recrean panoramas con contenidos teñidos de elitismo e improntas que exhortan por la existencia de un "voto calificado".

Quizás en algún momento se pueda establecer la relación entre el desempleo, la inflación, la anomia y la cohesión social

La aceleración de estos procesos hace que se arribe a conclusiones compuestas por simplificaciones de dudosa validez (supuestos inconsistentes). La sociedad comienza a suponer posible el diseño de un futuro armonioso, solamente resolviendo problemas a través de complejos sistemas de ecuaciones (donde básicamente se respeten restricciones presupuestarias: que no haya subsidios). Es en ese aspecto cuando surgen los dilemas acerca de la elección de los caminos posibles a seguir porque, ni más ni menos, "la hipótesis de un futuro calculable conduce a una interpretación incorrecta de los principios de comportamiento que la necesidad de la acción nos obliga a adoptar" (Keynes, 1932). Hallar resultados matemáticos o estudiar punto por punto las pendientes de las curvas para anticipar tendencias (tal como "nos enseñan" las películas que nos cuentan historias de amor en Wall Street), constituyen una solución parcial. Cuando estos escenarios se convalidan en masa, la lectura intelectual con contenidos más acordes a las heterogeneidades de la vida humana, más de carácter heterodoxa debido a la utilización de numerosas ciencias usadas para estudiar el problema social (no sólo la matemática), queda desplazada por un pensamiento lineal que ni siquiera exige inversiones en lectura (nada más que imágenes fácilmente digeribles).

Pero cuando las patologías sociales quedan inconclusas y los reclamos sociales aparecen porque las terapias no resultaron suficientes, salta a la luz que las ciencias formales en soledad no eran toda la solución. En ese momento, los equilibrios económicos empiezan dislocarse porque el esquema ahorro/inversión (la manera en que se transfieren recursos entre individuos en una sociedad), empieza a ser invadido por posiciones especulativas (a los que elegantemente se las definen como inversión financiera) siempre dispuestas a aprovecharse de las ganancias derivadas de las oportunidades de arbitraje dejadas por las crisis. En esa instancia, las volatilidades de tasas de interés y tipos de cambio comienzan a ser inmanejables y la economía real se paraliza.

La simplificación de la realidad social, transmitida mediante el mecanismo "like/unlike", impide debatir caminos alternativos, por ejemplo, en materia económica donde se podría concluir que "un incremento de la demanda no produce necesariamente un alza de precios; un incremento del salario mínimo o del salario real no provoca un aumento de la desocupación; el mismo aumento del salario real no acarrea fatalmente la disminución del tipo de beneficio de las empresas; la disminución de las tasas de ahorro (exceso de gasto) no provoca una caída de la inversión, ni la moderación del crecimiento, ni la subida de los tipos de interés; la flexibilidad de los precios no lleva necesariamente a una economía hacia el equilibrio óptimo" (Lavoie, 2004). Convalidar sin reflexionar induce a respaldar recetas únicas que prescriben, en ciertos momentos, el estimulo del ahorro de corto plazo y la baja del gasto (para cimentar el largo plazo) para asegurar el futuro. No entender estas posiciones, podría estar convalidando un "like" en argumentos que sostienen que el distanciamiento de los estándares de productividad, exigidos por las condiciones de equilibrio, es un certificado automático de despido, la convalidación de la pobreza y la certificación de inimaginables olas de violencia social futura (tal como lo demuestran las enseñanzas surgidas de la crisis del pasado).

Haciendo que la sociedad emplee sus recursos para reflexionar sobre temas asociados a recitales en pueblos del interior, si le corresponde o no la sanción al futbolista o si le corresponde o no pagar impuestos cuando personas interrumpen el tránsito (apegándose plenamente o parcialmente a derechos constitucionales), utilizando conocimientos efímeros como los ya descriptos sintetizados en ese proceso like/unlike, implica inyectar más dosis de anomia al tejido social, minar las articulaciones sociales (la cohesión social) y seguir trabajando de manera negativa sobre "el estado de ánimo del individuo cuyas raíces morales se han roto, que ya no tiene normas, sino únicamente impulsos desconectados, que no tienen ningún sentido de continuidad, de grupo, de obligación" (Merton, 2013). Es necesario primero reconocer el problema, luego plantearlo y, posteriormente, resolverlo con todas las terapias disponibles porque la debilidad de la cohesión social engendra un individuo "espiritualmente estéril, responsable sólo ante sí mismo, y ante nadie más //… // (quien) se ríe de los valores de otros individuos y vive en la delgada frontera de la sensación entre ningún futuro y ningún pasado (Merton, op cit)" y, al mismo tiempo, posee "un estado de ánimo en el que está roto o mortalmente debilitado su sentido de cohesión social, principal resorte de su moral" (MacIver, 1950).

Quizás en algún momento se pueda establecer alguna relación entre el desempleo, la inflación, la anomia y la cohesión social. A no perder las esperanzas, todo es perfectamente posible.

 

(*) Gustavo Perilli es economista y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli

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