Una obra de teatro es capaz de mostrar el lado más repulsivo de una sociedad, en cualquier época

El regreso de “Las criadas” a la cartelera porteña invita a recorrer la historia de su concepción y sobre todo, a repasar la tumultuosa vida de su autor, Jean Genet, epítome del “lumpen proletario”

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La historia del teatro francés da cuenta de que cuando se estrenó en París Las criadas, la obra de teatro de Jean Genet que acaba de volver a ponerse en Buenos Aires, no fue bien recibida por el público ni por la crítica, que la consideraban repulsiva. Y es cierto: la obra maldita de Genet (cuyos primeros tramos fueron escritos en la cárcel, como otras cuatro novelas) es, efectivamente, repulsiva. Pero lo es como un espejo lo es ante una imagen desencajada. Si es repulsiva, es porque la sociedad lo es.

A grandes rasgos: se conoce que la estructura de la sociedad está formada por diversas clases sociales entre las que predomina la burguesía. Esta ejerce su dominio extrayendo ganancias sobre la fuerza de trabajo de las clases laboriosas que son, en definitiva, los sectores que producen la riqueza de las naciones, pero que no gozan de los beneficios de su labor. También es conocido que existen mecanismos ideológicos de dominación, cuyo rol es normativizar el estado de las cosas, bloquear los cuestionamientos al orden existente e impulsar la reproducción de la violencia, de la extracción de la riqueza a la esfera del hogar y la intimidad de las personas. De ese modo, también se ha dicho, el esclavo incorpora la dependencia del amo a su subjetividad. Ama al esclavo. Quiere ser como él.

Aquí entonces entran a jugar los personajes de Las criadas, de Jean Genet.

"Las criadas", dirigida por Facundo Ramírez, es protagonizada por Pablo Finamore, Dolores Ocampo y Claudio Pazos
"Las criadas", dirigida por Facundo Ramírez, es protagonizada por Pablo Finamore, Dolores Ocampo y Claudio Pazos

La obra –cuya reciente puesta porteña se puede ver en el peculiar horario de los domingos a las 13,30 hs. en el Espacio Callejón, por el Abasto– comienza cuando, apenas subido el telón, una mujer sobre el escenario da órdenes, maltrata con altivez y exige a otra mujer que se desvive por complacerla. Ambas, Solange y Clara, están vestidas de igual modo: con vestidos grises y zapatos negros. Opacidad en ambas y, aún así, una de ellas es la ama, “La Señora”.

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Pronto se sabrá que “La Señora” ha salido, que las dos mujeres grises, patéticas, son sus criadas, que la imitan con admiración cuando ella no está. Pero en esa imitación –o reproducción del estado de las cosas– también reside el odio. ¿Qué necesitarían para poder dejar de imitar a “La Señora”, para pasar a ser ellas dos “La Señora”W? Su desgracia. Inventan entonces denuncias falsas contra su marido. “La Señora” atraviesa el mal momento con todo su esplendor de mujer de la burguesía que se dirige a alguna fiesta a beber champagne. El plan falla. Entonces las criadas deberán matarla.

"Las criadas" se presenta los domingos a las 13,30 hs. en el Espacio Callejón, barrio porteño del Abasto
"Las criadas" se presenta los domingos a las 13,30 hs. en el Espacio Callejón, barrio porteño del Abasto

Recién salida Francia de la dominación nazi, donde un gobierno colaboracionista había amado a los invasores y así había transmitido a la población, la obra era un cross a la mandíbula de la sociedad gala. Lo sigue siendo frente a toda sociedad que se sustente en las condiciones de dominación de sujetos subalternos. Es decir: todas las sociedades.

Jean Genet sabía qué era eso de ser subalterno. Nacido en 1910, fue abandonado por su madre y criado en orfanatos y la calle se convirtió en un hogar que le mostró las reglas del delinquir, de la prostitución y del castigo. Pasó su adolescencia en reformatorios donde estableció lazos de amistad profunda con otros chicos como él, con los que al salir a la libertad tramaban robos y aventuras en las que el sexo era la recompensa mutua que se manifestaban. Al ser mayor de edad, conoció la cárcel y la máquina de escribir. Su primera novela, Nuestra señora de las rosas, es una narración de los reglamentos patibularios y la admiración por el asesino que, hermoso, emanaba flores igual a los santos que adoraban los católicos allá afuera.

Allá afuera era robo y prostitución, cuando no falsificación de documentos (como los que le permitieron viajar por Europa para la aventura del crimen y del amor fugaz y que reflejó en Diario de un ladrón). Siempre volvía a caer tras las rejas. “Me quise traidor, ladrón, delator, odioso, destructor, despreciable, cobarde –escribió Jean Genet–. A base de hachazos, de gritos, corté las ataduras que me retenían en el mundo de la moral habitual, a veces deshice metódicamente los nudos. Monstruosamente me alejé de ustedes, de su mundo, de sus ciudades, de sus instituciones. Y la gente que aquí encuentro ha llegado fácilmente, sin peligro, sin haber cortado nada. Están en la infamia como el pez en el agua y ya no puedo, para ganar la soledad, sino dar marcha atrás y engalanarme con las virtudes de sus libros”.

Jean Genet (1910-1986)
Jean Genet (1910-1986)

En 1948, Jean Paul Sartre, Jean Cocteau y otros intelectuales escribieron una carta abierta al Ministro de Justicia de Francia solicitando el indulto de Genet. En la carta argumentaban que era un talentoso escritor cuya obra tenía un valor artístico y literario significativo, y que su pasado delictivo y su difícil infancia no deberían ser razones para negarle la libertad y la oportunidad de expresarse a través de su escritura. Ese año, Jean Genet fue indultado por el presidente francés Vincent Auriol.

Genet pertenecía a esa categoría conocida como lumpen proletariat, compuesta por esos sectores marginales de la clase obrera, ladrones, drogadictos, presos, homosexuales en una época en la que ser gay era un delito. Desde allí escribía y con ese conocimiento mostraba violentamente, obscenamente a la sociedad.

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Creo que mi primer acercamiento a Genet fue a través de la maravillosa película Querelle, dirigida por Rainer Fassbinder y que constituía una rara avis en su filmografía. Si Fassbinder había mostrado con un realismo duro a la Alemania posnazi, en este film la novela de Genet alcanzaba una esteticismo operístico, el artificio expuesto era hermoso, rudo y, claro, artificial. Un barco encallado, Brad Davis (que había protagonizado Expreso de medianoche con gran éxito) interpretaba al marinero Querelle (la versión española, claro, arruinaba ese nombre y lo llamaba “Querella”) que seducía en tierra a todos, incluso al reservado capitán interpretado por Franco Nero y todos danzaban alrededor de la Madama, que descollaba en la figura de Jeanne Moreau, siempre espléndida. Es un film buenísimo, si pueden veanlo. Fassbinder había acertado en darle un esteticismo camp a su versión de Querelle de Brest, la novela de Genet, ya que toda su obra repite ese recurso de descubrir la joya brillante que se esconde en los bajos fondos de la sociedad.

Trailer de la película "Querelle" (1982), de Rainer Werner Fassbinder

Genet brindó apoyo político y monetario a los Black Panthers en los Estados Unidos, un compromiso político abierto con la causa palestina y contra la represión policial francesa a los inmigrantes argelinos. Se dijo que en su obra y en su vida existían valores personales incómodos como el robo y la traición. Había sido invitado por la OLP a visitar Chatila, centro de la llamada “Matanza de Sabra y Chatila”, en El Líbano, donde de manera conjunta grupos falangistas ultracristianos y tropas del ejército del Estado de Israel atacaron a mansalva, con un saldo de alrededor de 3.000 muertos, asesinatos todavía impunes.

Genet escribió sobre la masacre. También describió la belleza estética de una operación de la Mossad israelí: dos agentes disfrazados de hippies gay, entre arrumacos, sacaban sus armas y disparaban contra uno de los supuestos responsables de la operación terrorista en Múnich, durante los Juegos Olímpicos de 1972. Murió en 1986 aferrado a su ley, es decir la subversión de la ley, a la que había sido fiel toda la vida.

Los domingos a mediodía son una buena oportunidad, por contraste, para sumergirse a la oscuridad de Las criadas. La puesta en escena es despojada, salvo cuando hace su entrada glamorosa “La Señora”, que contrasta todo el tiempo con el gris desesperado de las sirvientas. Las actuaciones son apabullantes todas, desde esa imitación peligrosa de las criadas Clara y Solange a la superficialidad brillante de “La Señora”. Es un elenco impecable para una obra ya clásica del siglo XX pero que, en estos años, sigue exhibiendo a cada escena ese espejo incómodo que los apologistas de la paz social querrían ocultar. Pero que, sin dudas, el crimen revela.

* Las criadas. Con Pablo Finamore, Dolores Ocampo, Claudio Pazos. Dirección: Facundo Ramírez. Domingos a las 13,30 hs. en Espacio Callejón (Humahuaca 3759, C.A.B.A.).

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