Josefina Scaglione brilló en Broadway y ahora en “Drácula. El Musical” se despide del papel de su vida

Con solo 35 años, la actriz y cantante rosarina lleva una carrera vertiginosa, que tiene como hitos sus relevantes participaciones en “West Side Story” y en la obra de Cibrián y Mahler que concluye este fin de semana. “Aquello fue a los 21, ahora soy una artista mucho más completa”. afirma

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Josefina Scaglione encarna a Lucy, personaje relevante del musical "Drácula" de Pepito Cibrián y Angel Mahler, que se presenta en sus últimas funciones este jueves, el viernes y el sábado en el Movistar Arena (Foto: Maximiliano Luna)
Josefina Scaglione encarna a Lucy, personaje relevante del musical "Drácula" de Pepito Cibrián y Angel Mahler, que se presenta en sus últimas funciones este jueves, el viernes y el sábado en el Movistar Arena (Foto: Maximiliano Luna)

Este jueves, el viernes 7 y el sábado 8 de octubre volverá a subir a escena, en el Movistar Arena, el Drácula de Pepito Cebrián y Ángel Mahler. Y con él la extraordinaria Lucy interpretada por Josefina Scaglione, quien antes de esta última serie de funciones del musical asegura que va a extrañar mucho al personaje, al que no duda en señalar como el más importante que le tocó asumir.

No es poca cosa, viniendo de quien con sólo 21 años y de un día para otro, hace casi tres lustros se cargó sobre sus espaldas a María, uno de los personajes protagónicos excluyentes de West Side Story (Amor sin barreras) en una puesta dirigida por su guionista, Arthur Laurents, nada menos que en el Palace Theatre de Broadway, frente a Time Square.

Y que, como consecuencia de esa decisión, poco después era galardonada por ese rol con un Theater World Award y un Outer Critics Circle Award, además de una nominación para los célebres premios Tony, además de convocada para coprotagonizar la película HairBrained y participar de la serie Fairly Legal. Todo, en cuatro años tan intensos como fugaces. Y agotadores.

De la adolescente a la mujer

—¿Por qué decís que Lucy es el rol más importante que hiciste en tu vida, habiendo interpretado a Maria en una de las obras cumbre del musical en la meca del género?

—Pero entonces yo tenía 21 años y no sabía nada de la vida. Ahora tengo 35 y un hijo de 1 y medio. Soy una mujer, Y para mí, Lucy es consagratorio no sólo en lo profesional sino también en lo personal, también. Soy una artista mucho más completa que la Maria que era en West Side Story. Siendo Maria era una joven profesional, muy formada lista para salir a hacer ese rol como lo hice y para que me nominaran a los Tony y ganar varios premios. Pero en cuanto a realización tanto personal como profesional, Lucy es un hito para mí.

—¿Por qué?

—Porque en ella pude desplegar por completo mi arte. Mi actriz dramática, la cantante de ópera y también la cantante popular. Porque la partitura de Angel Mahler, a quien le encanta escurrir cosas complicadas y divinas, no es sólo lírica, sino que hay partes que son bastante rockeras. Entonces, me da la posibilidad de jugar un montón.

"Cuando trabajé en Broadway yo tenía 21 años y no sabía nada de la vida. Ahora tengo 35 y un hijo de 1 año y medio. Soy una mujer", dice Josefina Scaglione (Foto: Maximiliano Luna)
"Cuando trabajé en Broadway yo tenía 21 años y no sabía nada de la vida. Ahora tengo 35 y un hijo de 1 año y medio. Soy una mujer", dice Josefina Scaglione (Foto: Maximiliano Luna)

Diferentes mundos en un solo universo

Haciendo un breve repaso, la historia de Scaglione integra desde siempre esos diferentes universos, que conviven en ella en el minuto a minuto en el que cuenta que acaba de grabar un episodio del podcast Trip en el bocho, producido por el baterista de Eruca Sativa, Gaby Pedrera, junto a Rodrigo Crespo, para enseguida contar que se acerca la grabación de un disco con sus canciones propias y de inmediato recordar las clases de canto lírico que tomó desde pequeña.

“A los 10 años empecé hacer comedias musicales en el teatro El Círculo de Rosario, que es como el patio de mi casa. Tuve ese lujo. Y no sé por qué. Empezó por ahí. Pero la ópera siempre estuvo presente. Los musicales me encantaban, me divertían, pero cantar ópera me seguía siendo un lugar de mucha atracción. Tengo una cuenta pendiente con la ópera”, dice.

Y proyecta: “En algún momento voy a hacer algo con lo lírico. No estoy diciendo que vaya a cantar a La Scala de Milán, pero tal vez algo de lo que haga en el futuro abrace eso también. Porque es parte de mi identidad.”

—A veces el musical es visto por algunos operómanos como un género de menor valor ¿Tiene algún sentido marcar una diferencia en ese sentido, tal vez por la demanda técnica que tiene cada uno?

—Creo que el musical y la ópera son distintos. A mí me parece que desmerecer otro rubro del arte es bastante ignorante, en algún punto. Entones, allá quienes lo hagan. En términos estrictamente de demanda, me gustaría ver qué cantante de ópera podría cantar haciendo lo que hacemos los cantantes de musical. Yo, por ejemplo, en Drácula, en la posición de Lucy, estoy cantando una de las partes más difíciles haciendo unas contorsiones con distintas partes del cuerpo, que…

—Linda Blair en El exorcista.

—¡Total! Nada me ha divertido más hasta ahora, en mi vida, que hacer eso. Es una demanda tremenda. Y la ópera también tiene una exigencia brutal, porque al no estar amplificados los cantante la emisión sonora y la proyección son otras. Es brutal el desgaste físico en la ópera. Desde otro lugar. No es mejor ni peor. Es distinto.

(Crédito: Maximiliano Luna)
(Crédito: Maximiliano Luna)

Entre el Musical y la ópera

—Cuando músicos de rock y de pop llevan su material al formato sinfónico, a veces es visto como un “upgrade” para esas canciones, aún cuando no siempre el resultado es bueno. ¿Puede ser la ópera algo parecido para un artista que habitualmente hace musicales?

—Creo que no. No lo sé, a ciencia cierta. Habría que hacer una encuesta. Es interesante, porque realmente no lo sé. Es que no necesariamente tiene relación la ópera con el musical. Yo la tengo porque vengo de estudiar ópera de muy chica, mis abuelos eran violinistas clásicos, una de mis abuela era cantante de ópera. Yo tengo eso en mi ADN. Además, hay algo que se presenta en la conformación del instrumento. Yo naturalmente siempre tuve una tendencia a que el lírico estuviera de alguna manera bastante cerca mío. Más allá de formarte, tenés que tener una cierta condición para cantar ópera. Es una cuestión morfológica; no sólo hablo del talento. En mí, me llamó la atención, y cuando quise empezar a hacerlo ahí estaba, la voz. Después, el Musical ganó terreno porque vine a Buenos Aires a mis 18 y las primeras audiciones que hice fueron en Musicales. Pero antes había ido a Bilbao a un congreso sobre lírica. Por eso digo que tengo algo pendiente con la ópera. Aunque con Drácula me doy un poco el gusto. Lo que tienen los musicales clásicos como El fantasma de la ópera, que no pude hacer porque me fui a Broadway, o inclusive West Side Story, es que fueron pensados de una manera un poco más clásica, con todo lo que eso implica.

—¿Hasta qué punto la lírica impregna su manera de cantar música popular, o al revés? ¿Te cuesta separar los andariveles?

—No, no me cuesta porque es un trabajo de años. Mi voz es una unidad. Está disponible para cantar La despedida, de Fito Páez, con Andrés Rotmistrovsky, como para hacer un aria. Eso es ser un profesional de la voz, y de la actuación.

—¿Cuándo se convirtió en profesión?

—Creo que mucho antes de que me diera cuenta de que eso había pasado. Mi encare fue siempre profesional. A los 15 dejaba de ir a bailar porque me quería cuidar la voz para cantar el “Ave María” en un casamiento. Ad honorem, sólo porque amaba hacerlo. Creo que uno es profesional no sólo cuando ganas plata con eso. Se trata de cómo uno lo tome. ¿Qué es una profesión? Es profesar. Eso es lo que yo hago. Yo estudié y estudio distintas técnicas vocales que me permiten, a la hora de necesitar el lírico, activar determinadas cosas; o a la hora de necesitar una impostación más popular, poder hacerlo. El otro día estaba leyendo El arte de amar de Eric Fromm, y decía algo así como que lo único que uno puede hacer es masterizar al mango su arte -en mi caso el canto- para después dejar que actúe lo que tiene que actuar, que es la intuición. No es que yo estoy pensando “ah, ahora voy a pasar a la voz de cabeza”. Eso sucede solo. Pero para que eso suceda hay un trabajo previo de años. Miles de ensayos, mucha búsqueda. Entonces, a la hora que tiene que salir eso, es la intuición la que actúa agarrando la herramienta que necesite. Pero lo hace solo. Yo me estoy ocupando de estar presente.

—¿Y dónde entra en juego la parte del sacrificio, en eso?

—En un montón de cosas.

—Una vez un muy buen jugador de fútbol, aún muy joven, me decía que iba a dejar de jugar porque quería hacer todo lo que nunca había podido hacer desde que había empezado a hacerlo.

—Yo lo re banco, porque hay un momento en el que hay que hacer eso. Un poco a mí me pasó. Yo elegí siempre hacer lo que hice y fui muy feliz haciéndolo, pero hubo un momento en el que me quemé un poco. Necesité tirar un poco la toalla. Es muy gracioso, porque uno dice: “Uy, qué loca”. Y en verdad, me hice la loca un rato y después ya volví a lo mío, porque no puedo evitarlo.

"A los 15 dejaba de ir a bailar porque me quería cuidar la voz para cantar el “Ave María” en un casamiento. Ad honorem, sólo porque amaba hacerlo" (Foto: Maximiliano Luna)
"A los 15 dejaba de ir a bailar porque me quería cuidar la voz para cantar el “Ave María” en un casamiento. Ad honorem, sólo porque amaba hacerlo" (Foto: Maximiliano Luna)

—¿Hablamos de descontrol? ¿De drogas en una medida moderada?

—Hay cosas de las que no te voy a hablar “on the record”. ¡Jajaja! Hay drogas que conviven con el canto. Pero eso no lo vas a poner.

—Acabás de decirlo. Tengo un colega amigo que me enseñó que “el contexto es la nota”.

—Todo tiene que ver con la cantidad y la calidad. Es lo mismo que una copa de alcohol. O sea…

La fantasía se hace al andar

—¿Con qué expectativa te fuiste cuando viajaste a Broadway?

—Lo que sucedió es que yo estaba haciendo Hairspray en calle Corrientes. Era mi primer musical en una gran vidriera. Había llegado a Buenos Aires dos años antes; muy bebé, me había hecho las valijas y me había venido de Rosario a vivir en Monserrat.

—En la línea de Litto Nebbia, Silvina Garré, Fito Páez…

—¡Claro! ¡Rosario! Todos tuvimos que salir de ahí, para después volver y amarlo para siempre. Pero el lugar parea venir a “triunfar” era acá. Fernando Masllorens y Francisco Fernández del Pino conocían a Arthur Lawrence, el libretista de West Side Story, y sabían que había estado buscando durante un año en Latinoamérica una actriz para el personaje de Maria para el revival de la obra, en 2009. En medio de esa búsqueda, mientras hacía Hairspray, los FF le mandaron a Arthur un video mío tarareando “Libertango” con un encare lírico, que dos años antes había puesto en YouTube. Es muy gracioso, ver a una nena de 12… Ese video llegó a manos de Arthur, y dijo: “Es ella”.

—¿Cómo te enteraste?

—Uno de los productores de Hairspray me citó a un café. Fue: “Mira, vieron un video tuyo y quieren que vueles el lunes a Nueva York porque… " Resumiendo: envié un video cantando el material de West Side Story, a la semana volé, canté en vivo para Arthur y todos los productores y cuando terminé él se me acercó y me dijo: “Es tuyo. Lo tenés”.

—¿Volviste?

—Volví, armé las valijas, me despedí de Hairspray y a las dos semanas estaba en Nueva York ensayando de lunes a sábado, ocho horas por día.

—¿Habías tenido alguna fantasía con que algo así podía llegar a sucederte algún día?

—No tuve tiempo para tener fantasías. La fantasía se fue haciendo a medida que la iba viviendo. Sí, cuando era chica y empecé a estudiar era: “Uh, que lindo, Nueva York, Broadway…” Corte A. Corte B: estaba ahí, siendo cabeza de compañía del más icónico de los musicales de los Estados Unidos. Todo un montón, para una psiquis de 21 años.

Sobre su experiencia en Broadway y Nueva York, Josefina Scaglione cuenta: "Hice, estrené, viví los Tony, me gané unos premios. Todo fue conmigo en una especie de piloto automático, que desactivé cuando terminé mi temporada de dos años" (Foto: Maximiliano Luna)
Sobre su experiencia en Broadway y Nueva York, Josefina Scaglione cuenta: "Hice, estrené, viví los Tony, me gané unos premios. Todo fue conmigo en una especie de piloto automático, que desactivé cuando terminé mi temporada de dos años" (Foto: Maximiliano Luna)

La “fama” no es gratis

—¿Qué te pasó en el cuerpo, y en el alma? Porque no debió ser gratis.

—No fue gratis. Como todos los eventos extraordinarios de la vida, los buenos y los malos, comprobé con los años que uno entra como en una especie de modo avión. ‘Tuc. Qué es lo que tengo que hacer. Listo: pi, pi pi…’ Hice, estrené, viví los Tony, me gané unos premios. Todo fue conmigo en una especie de piloto automático, que desactivé cuando terminé mi temporada de dos años. Hice unos 700 funciones y cuando me bajé se me vinieron todos los vagones encima de lo que había tenido que sostener emocional y psicológicamente sostener. Y no es gratis.

—La fantasía del público suele ser que tienen una vida muy glamorosa. Pero cuando tenéis ocho funciones por semana, con tanta exigencia y en una ciudad en la que encima hace un frío naca bueno para la voz…

—Tal cual. Yo empecé a conocer Nueva York ni siquiera cuando terminé West Side sino cuando volví un par de años más tarde a quedarme dos meses, porque necesitaba ir a reencontrarme con esa ciudad desde otro lugar. Porque la había vivido con mucha exigencia.

—¿Te costó encajar “socialmente” con tus compañeros de elenco?

—Me costó mucho al principio. Yo me fui sola. Nuestra formas y calidez no existen allá así como nosotros la conocemos. Tal vez la tienen, pero de otra manera. Es otra idiosincracia. Yo salía de la función y me quería ir a tomar una cerveza con una amiga, con un amigo… Y no, ellos ya habían cenado a las 6 PM.

—¿Alguna vez se te pasó por la cabeza bajarte de la obra, en esos dos años?

—No. Cuando se me pasó por la cabeza, guardé todo en la valija y me vine para hacer Todo vale (Anything Goes) con Enrique y con Flor Peña. Algunos me decían que cómo iba a venir de Broadway para hacer un rol de reparto. Pero no hay una sola manera de hacer las cosas. El tema es cuáles son tus prioridades de cada momento. Para mí en ese momento lo importante era volver a mi país. Y la realidad es que acá me estaban esperando con los brazos abiertos. No paré de trabajar jamás. Siempre tuve trabajos de primera línea. Entonces, si el afuera piensa distinto; la verdad: es mi camino. Y estoy contenta con mi camino.

—¿Cuántas veces tuviste que decirle a gente que te quiere…?

—¿Que no me rompan más?

—Sí.

—Muchas. Pero también aprendí a tomarme eso con amor.

Sobre su personaje en "Drácula", Josefina Scaglione dice: "Lucy es un personaje que pasa muy rápido por la obra. Es como una estrella fugaz. Se incendia y desaparece" (Foto: Maximiliano Luna)
Sobre su personaje en "Drácula", Josefina Scaglione dice: "Lucy es un personaje que pasa muy rápido por la obra. Es como una estrella fugaz. Se incendia y desaparece" (Foto: Maximiliano Luna)

Las enseñanzas de Lucy

—¿Aprendés algo, vos como persona, de un personaje como Lucy?

—Nunca me lo puse a pensar tan así. No sé. Creo que hay algo de habitar la locura, el desparpajo de Lucy cuando enloquece, y de lo efímera que es. Porque Lucy es un personaje que pasa muy rápido por la obra. Es como una estrella fugaz. Se incendia y desaparece, y el público se queda como… Y hay algo de eso que también me propone a mí como actriz esto de: “Bueno, ella es así”. Yo la amo y la suelto inmediatamente. No hay lugar al regodeo. Cada escena es LA escena. A todo o nada. A todo. Igual, en mi vida también soy así. Pero ella me lo potencia. Y es muy interesante cómo impacta eso en mí, porque es algo muy liberador. Es como decís: salgo me prendo fuego y chau. Y es tremendo.

—¿Tenés en cuenta el contexto en el que se estrena una obra, cómo se resignifican los roles…? Si influyen los cambios que están sucediendo con las cuestiones de género, con los espacios que ocupa la mujer…

—No. Pero cero cero. Toda esa fiaca intelectual, no. Leo. Me gusta mucho leer. Pero nunca abordo los personajes desde un lugar psicológico. Lo entiendo, lo leo en el sentido más amplio de la palabra, al leer el libro, la partitura, al cantarlo, al transitarlo. Pero si era o no era no sé qué, y toda la parte de hacer un recorrido por ella no es mi forma de trabajar.

—¿Tampoco en su relación con el presente? En alguna nota decías que Lucy es un ícono gay. ¿Eso sale de un análisis del personaje?

—No. Dije eso en esa nota porque me parece que es así. Es un personaje espectacular. En pocos musicales ves una mina que se está garchando una cama. O que golpea a la madre, imaginariamente, que Drácula la posee, que la tira al piso… Todo lo cual despierta un morbo que no despierta ningún otro personaje en los Musicales.

—Tiempo atrás, tal vez hasta alguien podría haber sugerido alguna cancelación. Afortunadamente parece haber pasado un poco de moda esa tendencia.

—Pero si no tenemos el arte para hacer esas cosas, dónde lo hacemos. ¿Por qué lo cancelarían? ¿Porque le están pegando? Ahí, cagamos. Porque necesitamos la representación. Si no, no se puede hacer nunca más un chiste, no se puede hacer humor. Entiendo que hay temas más sensibles que otros y que nos preguntemos qué estamos haciendo. Pero esto es una obra de teatro, en la que se está contando la historia de una persona que está en otro siglo, que está perturbada mentalmente, donde existe un vampiro… Es teatro. No podemos moralizar cada cosa que vamos a hacer. Si no, es un embole. En el caso de Lucy, es como una estrella fugaz: se prende fuego y muere. Vive ese último momento con una intensidad indescriptible, llena de placer y horror, porque muere asfixiada. Para mí, interpretar eso como actriz es lo más divertido que hice en mi vida.

(Crédito: Maximiliano Luna)
(Crédito: Maximiliano Luna)

El final de un ciclo, la maternidad y lo que viene

—El sábado 8 de octubre te vas a despedir del rol más importante que hiciste en tu vida. ¿Será una función distinta?

—No sé; te lo voy poder contar el sábado. Probablemente sea una fiera, Siempre soy una fiera, pero el sábado, más.

—Y después, ¿qué sigue?

—El San Martín, con Alejandra Radano y un texto de Gonzalo de María, con Luciano Cáceres; proyectos personales que están gestándose, el disco, posibles cosas en teatro, y mi intención es entrar en el mundo audiovisual.

—¿Musicales?

—No.

—¿Ponemos “me retiro del Musical” en el título?

—Podés ponerlo. Por un tiempo, al menos. Pero es parte de mí, así que no digo nunca más.

—¿Cuánto cambió ser mamá tu manera de abordar tu trabajo y el arte?

—Todo. Todo me cambió, para bien. Me trajo mucho más caos del que tenía. Logístico. Que a mí, siendo una persona muy organizada, me implicó cierto desafío. Pero también me propuso reencontrarme desde un lugar mucho más desarmado, como teniendo que hacer pie o hacer pie. “Bueno, dale nena, no tenéis más el tiempo que tenías antes”. Me invitó a bailar un poco más la milonga de la vida y entregarme a eso.

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