Cuando Manuel Ochoa empezó a sentirse enfermo -con dolor corporal y dificultad para respirar- condujo desde la casa de su madre en Mexicali, México, hasta la frontera con Estados Unidos.
El hombre jubilado, de 65 años de edad, estacionó su automóvil en el puente internacional e intentó dirigirse al país donde tiene residencia permanente y un seguro de salud vigente. Pero, justo antes de acercarse al puesto de control de la Patrulla Fronteriza, se derrumbó bajo sol.
Fue entonces cuando los funcionarios de inmigración de Estados Unidos realizaron una llamada que se ha vuelto cada vez más común desde que inició el brote del nuevo coronavirus: para solicitar que una ambulancia acuda a transportar a un ciudadano o residente de Estados Unidos, desde la frontera mexicana hasta el hospital más cercano, del lado estadounidense.
Mientras crece la tensión del sistema médico de México por la pandemia del COVID-19, pequeños hospitales comunitarios en el sur de California, algunos de los más pobres de ese estado, se han saturado de estadounidenses que se han contagiado y cruzan la frontera para atenderse. Se trata de jubilados norteamericanos y ciudadanos con doble nacionalidad, que trabajan en México o visitan a familiares ahí.
Este es un ejemplo de la facilidad con la que el virus se mueve entre los países, incluso cuando los gobiernos -particularmente la administración Trump- han recurrido al cierre de fronteras. Y también muestra la cantidad de estadounidenses que se encuentran por la frontera entre Estados Unidos y México, incluidas las familias que se han mudado libremente por la región desde antes de que se dibujara esa línea y cuyo movimiento ha continuado durante la pandemia.
Los problemas de salud pública siempre han cruzado esa frontera. Texas realiza campañas de fumigación de mosquitos en conjunto con el estado mexicano de Tamaulipas durante los brotes de dengue. Arizona realiza ejercicios conjuntos de lucha contra incendios con Sonora. California y Baja California han luchado juntos durante mucho tiempo contra la epidemia de tuberculosis transfronteriza. El puente internacional de San Ysidro, al sur de San Diego, es el punto de recogida de ambulancias más concurrido de los Estados Unidos.
Durante años, la Comisión de Salud Fronteriza México-Estados Unidos realizó simulaciones sobre cómo responderían los dos países si una pandemia se asentara en la frontera. Se creó un procedimiento especial para ambulancias mexicanas para transferir pacientes a unidades iguales en suelo estadounidense.
Hasta que la pandemia se volvió real. Ahora, aproximadamente la mitad de los pacientes con coronavirus en varios hospitales fronterizos de California, incluido el Centro Médico Regional El Centro, son recién llegados de México. Como resultado de ese aumento, el Condado de Imperial, donde se encuentra El Centro, tiene una concentración mucho mayor de contagios -760 por cada 100,000 habitantes- que cualquier otro condado de California.
“Es sorprendente cómo esta enfermedad nos ha enseñado que las fronteras no existen”, dijo Adolphe Edward, director ejecutivo de El Centro Regional. El personal del hospital incluye a 60 personas que a diario cruzan la frontera desde Mexicali para acudir a trabajar.
Alrededor de 1.5 millones de estadounidenses viven en México, y más de 250,000 de ellos habitan en las ciudades que se encuentran al sur de California. Esas zonas han sido más afectadas por el coronavirus que casi cualquier otro lugar en el territorio mexicano.
Más de 300 médicos en Tijuana y sus alrededores están infectados, según Yanín Rendón Machuca, jefa del sindicato local de trabajadores de la salud. En el hospital general de la ciudad, solo una cuarta parte del personal permanece en el trabajo. Los conductores de ambulancias en Mexicali a veces esperan horas mientras los trabajadores del hospital hacen espacio en los pasillos para albergar a más pacientes con COVID-19. Algunas clínicas públicas saturadas en la ciudad fronteriza ya no aceptan pacientes.
“Vemos pacientes que han estado en hospitales mexicanos durante dos, tres o cuatro días antes de que crucen la frontera y vengan a nosotros”, dijo Dennis Amundson, director médico de la unidad de cuidados intensivos del Hospital Scripps Mercy en Chula Vista, California.
Los ciudadanos estadounidenses y los titulares de las green cards en el norte de México comenzaron a compartir mensajes y publicaciones de Facebook en grupos como “Rosarito Living” y “Expats in Mexico”. Si te enfermas, recomiendan, cruza la frontera.
Entonces eso fue lo que hizo Ochoa. Ha sido residente permanente de Estados Unidos desde 1978. Se retiró hace unos años después de dedicarse a ser camionero en Los Ángeles.
El domingo por la mañana, la ambulancia lo condujo 10 millas (unos 16 kilómetros) desde el puente internacional hacia El Centro Regional, donde ya estaban tratando a 43 pacientes con coronavirus y un equipo de respuesta a desastres se estaba preparando para instalar una carpa tipo militar para el desbordamiento.
“Aquí es donde tengo seguro, y es donde hay mejor atención”, dijo Ochoa en el hospital. La máquina que leía su ritmo cardíaco en reposo rebotaba entre 128 y 135 latidos por minuto.
Durante la pandemia, la afluencia de pacientes de México ha planteado un desafío sin precedentes. El Centro Regional normalmente sirve a un condado con una población de aproximadamente 180,000 habitantes, muchos de los cuales viven por debajo del umbral de pobreza. Y ahora de repente, el hospital estaba respondiendo a una comunidad adicional de estadounidenses que llegan de Mexicali, que se estima asciende a 100,000 personas.
Cuando Edward publicó una actualización de video en Facebook la semana pasada explicando que su hospital saturado ya dejaría de aceptar temporalmente a más pacientes de COVID-19, recibió una serie de mensajes que lo criticaban por darle prioridad a los pacientes del otro lado de la frontera.
“Envíenlos de regreso a México”, escribió una persona.
“La frontera debería haber estado cerrada desde el primer día”, escribió otro.
Edward, un ex médico de la Fuerza Aérea que ayudó a dirigir el equipo médico del ejército de Estados Unidos en Bagdad, trató de explicar que se trataba de estadounidenses a quienes él se refería.
“Podemos pretender que los 275,000 jubilados estadounidenses en Baja California no existen, pero sí existen. Así como los 35,000 militares”, dijo.
El aumento en los casos a lo largo de la frontera se produce en un momento en el que California intenta levantar el confinamiento. En San Diego, el fin de semana del Día de los Caídos, los restaurantes y bares estaban llenos de gente, muchos de ellos sin cubrebocas. Los expertos médicos advierten que la relajación de esas medidas -además de los casos que cruzan la frontera- podría provocar un aumento de la cifra de contagios.
“Espero que México alcance su punto máximo este mes, pero luego, cuando se abra San Diego, también veremos un aumento de ese lado”, dijo Juan Tovar, médico jefe ejecutivo de operaciones de Scripps Mercy. “Nuestro pico dependerá de ambos factores”.
Entre los pacientes que han llegado de México en las últimas semanas se encuentra Patricia González-Zúñiga, una médica de Tijuana que trabaja a menudo con la Universidad de California en San Diego. González-Zúñiga y su esposo fueron diagnosticados con COVID-19 el mes pasado. La salud de su esposo se deterioró rápidamente.
“No tengo dudas de que habría muerto si nos hubiéramos quedado en Tijuana y hubiéramos ido a un hospital ahí”, lamentó.
Otros eran ciudadanos estadounidenses que llevaron a sus hijos a México donde el cuidado por parte de niñeras es más asequible. Algunos eran estadounidenses que habían perdido sus empleos durante las primeras semanas del brote en su país y optaron por irse a vivir con sus familiares en México para ahorrar dinero.
“Ahí es donde se infectaron”, dijo Amundson, director médico de la UCI en Scripps Mercy. “Y volvieron para ser tratados aquí”.
Antes de la pandemia, más de 200,000 personas cruzaban diariamente la frontera de México a California. El gobierno de Trump la cerró para “viajes no esenciales” en marzo, cuando el presidente prometió “suspender la inmigración” para detener la propagación del virus. Pero después de una caída inicial en los ingresos, el ritmo ha comenzado a recuperarse. Un promedio de 86,000 personas por día cruzaron la frontera durante la semana del 11 al 18 de mayo, entre ciudadanos estadounidenses y residentes y mexicanos con visas de trabajo legales cuyos empleos se consideran esenciales.
No se realizan pruebas de coronavirus en la frontera. Cuando un periodista del Washington Post cruzó la semana pasada, un agente de inmigración lo miró y le preguntó: “No estás enfermo, ¿verdad?” antes de escanear su pasaporte.
El oficial médico superior de operaciones del Departamento de Seguridad Nacional, Alex Eastman, dijo al personal de salud del sur de California, este mes, que deben estar preparados para que los ciudadanos estadounidenses o residentes permanentes continúen cruzando la frontera, incluso para recibir tratamiento médico.
El gobierno estadounidense ha enviado equipos del Sistema Médico Nacional de Desastres a la frontera para responder a la afluencia de pacientes. El Departamento de Salud Pública de California ha enviado su propio equipo. Algunos pacientes están siendo trasladados hasta el norte de Los Ángeles para tratar de desahogar los hospitales fronterizos.
El 48% de los pacientes de Scripps Mercy en Chula Vista, la semana, pasada habían visitado México la semana anterior a su ingreso. En su vestíbulo del recinto cuelga una pintura de la Virgen de Guadalupe, la patrona de México.
“No creemos que la frontera deba cerrarse, pero pensamos que los controles de salud y el rastreo de contactos marcarían la diferencia”, dijo Chris Van Gorder, director ejecutivo de Scripps Health, que administra el hospital. “Lo que no queremos es que la gente vaya y venga a través de la frontera e infecte a otras personas”.
El mes pasado, Van Gorder escribió una carta al Secretario de Seguridad Nacional, Chad Wolf, y al Secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, pidiéndoles que presionen a México para que agudice su respuesta de salud pública.
“También necesitamos que el gobierno de estadounidense presione a México para que haga cumplir las políticas de distanciamiento social y aislamiento, como lo hemos hecho en Estados Unidos”, escribió.
En la frontera entre Texas y México, la dinámica parece estar invertida. Las autoridades mexicanas han expresado su preocupación de que un brote creciente en el sur de Texas se esté extendiendo a Tamaulipas, que se había librado en gran medida durante la pandemia.
Estados Unidos ha deportado a miles de personas a Tamaulipas desde marzo. En Reynosa, la ciudad más grande de ese estado mexicano, al menos 16 deportados han dado positivo al coronavirus, según la alcaldesa Maki Ortiz. Antes de convertirse en jefa municipal, fue subsecretaria de salud a nivel nacional.
“¿Por qué continúan estas deportaciones en medio de una pandemia mortal, incluidas las personas que ya están enfermas y quién sabe cuántas personas asintomáticas?”, reclamó. Entre los deportados y los miles de ciudadanos con doble nacionalidad que cruzan la frontera todos los días, Ortiz teme que su ciudad termine importando un brote grave de Texas.
“Lo digo tantas veces como puedo en mis mensajes de televisión y radio: quédense en sus hogares y no crucen la frontera”, señaló. “Pero cuando miro los puentes internacionales, todavía veo líneas masivas”.
En la vecina ciudad de Matamoros, los funcionarios establecieron la semana pasada un punto de control para interrogar a los ciudadanos estadounidenses que cruzan a México y rechazaron a aquellos cuyas visitas consideraron no esenciales.
Algunos expertos en salud dicen que las curvas epidemiológicas en las ciudades fronterizas de ambos lados eventualmente se superpondrán.
“Hay tantas personas que cruzan de un lado a otro que se convierte en una tasa homogénea”, dijo Arturo Rodríguez, director de salud pública de Brownsville, Texas. “En otras palabras, tiene tres tasas de casos: Estados Unidos, México y sus propias cifras fronterizas”.
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