
La preocupación por el “invierno nuclear”, es decir las posibles consecuencias medioambientales catastróficas a largo plazo de cualquier intercambio de armas nucleares, revivió este lunes tras la decisión del presidente ruso, Vladimir Putin, de suspender su participación en el tratado de desarme nuclear New Start.
Sin embargo, la gran mayoría de la población no es consiente de los riesgos de un conflicto atómico, según una encuesta realizada el mes pasado en Estados Unidos y el Reino Unido publicada por el Centro para el Estudio del Riesgo Existencial (CSER) de la Universidad de Cambridge.
Paul Ingram, investigador asociado del CSER, afirma que, a pesar de que el riesgo de un intercambio nuclear es el más alto de los últimos 40 años “debido al belicismo ruso”, la escasa concienciación de la población sobre el invierno nuclear es principalmente un residuo de la época de la Guerra Fría.
La teoría científica del invierno nuclear considera que las detonaciones de los intercambios nucleares arrojan grandes cantidades de escombros a la estratosfera, que acaban bloqueando gran parte del sol durante una década, provocando descensos globales de la temperatura, pérdidas masivas de cosechas y hambrunas generalizadas.
Combinados con la radiación, estos efectos en cadena harían que millones de personas perecieran tras una guerra nuclear, aunque se encontraran lejos de la zona de la explosión. Las ideas sobre el invierno nuclear impregnaron la cultura británica y estadounidense durante la Guerra Fría a través de programas de televisión, películas o novelas.

En la última encuesta, realizada en línea en enero de 2023, se pidió a 3.000 participantes -la mitad en el Reino Unido y la otra mitad en Estados Unidos- que indicaran en una escala móvil si creían saber mucho sobre el “invierno nuclear” y si habían oído hablar de él a través de los medios de comunicación o la cultura contemporánea, a lo que respondieron afirmativamente el 3,2% en el Reino Unido y el 7,5% en Estados Unidos.
El 1,6% en el Reino Unido y el 5,2% en Estados Unidos afirmaron haberlo hecho en estudios académicos recientes, mientras el 5,4% en el Reino Unido y el 9% en Estados Unidos afirmaron haber oído hablar o que aún recordaban creencias mantenidas durante la década de 1980.
“En 2023 nos encontramos ante un riesgo de conflicto nuclear mayor del que hemos visto desde principios de los ochenta. Sin embargo, la opinión pública apenas conoce o debate las inimaginables consecuencias a largo plazo de una guerra nuclear para el planeta y la población mundial”, afirma Ingram.
“Las ideas del invierno nuclear son predominantemente un recuerdo cultural persistente, como si fuera cosa de la historia, en lugar de un riesgo terriblemente contemporáneo -prosigue-. Por supuesto que es angustioso pensar en catástrofes a gran escala, pero las decisiones deben tener en cuenta todas las consecuencias potenciales, para minimizar el riesgo”.
“Cualquier estabilidad dentro de la disuasión nuclear se ve socavada si se basa en decisiones que ignoran las peores consecuencias del uso de armas nucleares”, añade.
En la encuesta también se presentaron a todos los participantes informes ficticios de los medios de comunicación de un futuro próximo (fechados en julio de 2023) en los que se transmitían noticias de ataques nucleares de Rusia contra Ucrania, y viceversa, para calibrar el apoyo en el Reino Unido y Estados Unidos a las represalias occidentales.

En caso de ataque nuclear ruso contra Ucrania, menos de una de cada cinco personas encuestadas en ambos países apoyó las represalias en especie, siendo los hombres más propensos que las mujeres a respaldar las represalias nucleares: 20,7% (Estados Unidos) y 24,4% (Reino Unido) de los hombres frente al 14,1% (Estados Unidos) y 16,1% (Reino Unido) de las mujeres.
La encuesta utilizó infografías que resumían los efectos del invierno nuclear expuestos en un reciente estudio dirigido por la Universidad de Rutgers (publicado en Nature Food en agosto de 2022). La investigación de Rutgers utilizó modelos climáticos y observaciones de incendios forestales y volcanes, y descubrió que incluso una guerra nuclear limitada podría provocar la hambruna masiva de cientos de millones de personas en países no implicados en ningún conflicto.
A la mitad de los encuestados de cada país (750 en el Reino Unido y Estados Unidos) se les mostró la infografía antes de que leyeran la noticia ficticia de los ataques nucleares, mientras que a la otra mitad -un grupo de control- no se les mostró.
El apoyo a las represalias nucleares fue inferior en un 16% en Estados Unidos y un 13% en el Reino Unido entre los participantes a los que se mostró la infografía sobre el “invierno nuclear” que entre los del grupo de control.

Este efecto fue más significativo entre los que apoyaban a los partidos del Presidente de Estados Unidos y del Gobierno del Reino Unido. El apoyo a las represalias nucleares disminuyó en un 33% entre los votantes del Partido Conservador británico y en un 36% entre los votantes demócratas estadounidenses cuando se expuso brevemente a los participantes la reciente investigación sobre el invierno nuclear.
“Existe una necesidad urgente de educación pública en todos los países con armamento nuclear, basada en las últimas investigaciones --alerta Ingram--. Necesitamos reducir colectivamente la tentación que los líderes de los estados con armamento nuclear puedan tener de amenazar o incluso utilizar dichas armas en apoyo de operaciones militares”.
Según señala, si suponemos que el arsenal nuclear de Rusia tiene una fuerza destructiva comparable a la de Estados Unidos -algo menos de 780 megatones- entonces el escenario menos devastador del estudio, en el que el invierno nuclear se cobra 225 millones de vidas, podría implicar sólo el 0,1% de este arsenal conjunto.
(Con información de Europa Press)
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