Perdió a su abuelo en un brutal asesinato y se convirtió en una estrella de la NBA para honrarlo: la conmovedora historia de Chris Paul

El base de Phoenix Suns, ya una leyenda de la liga de baloncesto más competitiva del mundo, fue el verdugo de Facundo Campazzo en los playoffs. A los 36 años, busca su primer anillo, tras construir su carrera en base a su talento y al recuerdo de su abuelo

Compartir
Compartir articulo
CP3 fue la gran figura en la serie ante los Nuggets. Afectado de COVID-19, se espera que pueda volver a jugar a en la final de Conferencia ante los Clippers en el Game 3 (Isaiah J. Downing-USA TODAY Sports)
CP3 fue la gran figura en la serie ante los Nuggets. Afectado de COVID-19, se espera que pueda volver a jugar a en la final de Conferencia ante los Clippers en el Game 3 (Isaiah J. Downing-USA TODAY Sports)

17 de noviembre de 2002.

Secundario West Forsyth, Georgia.

El adolescente, emocionado por dentro, mirando hacia el cielo, tomó la pelota entre sus manos y la giró una sola vez. Esta vez, a diferencia de tantas otras veces, no la picó ni flexionó las piernas. La rutina ya no era necesaria. Quedaban todavía dos minutos para terminar el partido, pero el sentido homenaje del nieto ya estaba completado: 61 puntos en honor a la edad de su amado abuelo, asesinado cruelmente 48 horas antes. Por eso, parado desde esa línea, mientras el público contenía su respiración, el chico de 17 años lanzó fuerte, adrede, protagonizando el tiro libre errado más emotivo de la historia del básquet. Cuando la pelota golpeó el hierro, ya no tuvo fuerzas para más… Segundos después, pidió el cambio y, ya sin poder contener las lágrimas, se fue directamente a fundirse en un abrazo con su padre. “Lo hice por el abuelo”, sólo alcanzó a decir un joven Chris Paul, por entonces figura del básquet colegial y hoy ya una leyenda de la historia que, por estos días, con Phoenix Suns, busca su primer título de la NBA, a los 36 años…

Nathaniel Jones tenía justamente 61 cuando ocurrió la tragedia. Dos días antes de la aquella tarde en su memoria, estaba bajando unas bolas en su casa, cuando –según determinaría la Justicia- Christopher Bryant, Dorrell Brayboy, Jermal Tolliver, Nathaniel Cauthen y Rayshawn Banner, cinco jóvenes entre 14 y 15 años, lo abordaron, golpearon y ataron para robarle. Su corazón no resistió y falleció. Sólo se llevaron la billetera aunque extrañamente dejaron 952 dólares en su bolsillo y otros 1.416 en un maletín que estaba dentro de su auto. Lo cierto es que, casi dos años después, dos de los chicos (Cauthen y Banner) serían encontrados culpables de asesinato. Cauthen, en una nota del diario The Dispatch, aseguró, entre lágrimas, que no era culpable. “No puedo decir quién mató a este hombre. No es mi culpa que esta gente me haya puesto en una habitación y me haya hecho decir cosas que no hice”, declaró, apuntando a fiscales y detectives que los habrían presionado para declararse culpables. Los abogados defensores aseguraron que había poca evidencia física, pero el juez no tuvo dudas al dictar sentencia. Aseguró que había sido un crimen “implacable, despiadado y a conciencia”, por parte de autores que tenían motivos y antecedentes judiciales. Por lo pronto, la única realidad es que Jones fue asesinado y Paul perdió a su amado abuelo, quien había sido una compañía constante y una guía durante sus primeros 17 años…

A Jones le decían Papa Chili y era muy famoso en Winston-Salem, North Carolina. Tanto que cerca de 2000 personas asistieron a su funeral… Nathaniel había sido el primer afroamericano en abrir una estación de servicio en el estado y era especialmente respetado por ser un gran trabajador y un avezado mecánico, pero sobre todo una persona muy amable y solidaria que daba de fiar a quienes no tenían cómo pagar e incluso prestaba dinero a clientes. “Fue el hombre más trabajador que he visto en mi vida. No era un simple obrero. Recuerdo que vestía siempre pantalón azul oscuro y camisa azul más clarita, llevaba un trapo rojo colgando de su bolsillo trasero, tenía su apellido cocido en rojo en el bolsillo del pecho y andaba con el cigarrillo habitualmente en la comisura de los labios, moviéndolo de un lado para el otro, casi desafiando las leyes de la física. Solíamos sentarnos a cenar a la noche y le pedíamos que se fuera a lavar las manos. Y él nos respondía ‘ya lo hice’… No era mentira… Tanto trabajaba que la grasa estaba arraigada a su piel, a sus uñas…”, recordó CP3 en una carta que escribió en el sitio The Players Tribune.

“Todos en la ciudad lo conocían. Si necesitabas llenar el tanque o arreglar un carburador, tenías que ver a mi abuelo… Era una leyenda. A nosotros, a mí y a mi hermano, nadie nos conocía por nuestros nombres. Eramos los nietos del Señor Jones. Por eso, cuando yo empecé a destacarme en el básquet, decían ‘el nieto de Jones es bastante bueno’”, relató el hoy base de los Suns. Chris y Charles pasaban horas en la estación, junto a él, sobre todo en los veranos. “Nos levantábamos temprano y estábamos ahí, desde las 7, bebiendo café toda la mañana para despertarnos. Y luego nos sentábamos a esperar… Cuando alguien llegaba, saltábamos de la silla para cargarle la nafta. Buscando hacer la mayor cantidad de propinas posibles. Si nos decían 30 dólares, cargábamos 29.30… Nadie, con algo de decencia, le diría a un niño de 8 años que trajera el cambio. ‘Quedate con el cambio, jovencito’, nos decían. Era la frase esperada… Así ahorrábamos para zapatillas de básquet o cualquiera otra cosa que querríamos”, reconoció

Nathaniel estaba siempre en su estación, salvo si jugaban sus nietos. Ahí es cuando dejaba a alguien o, simplemente, cerraba la estación para ir a verlos. “Fue mi mejor amigo y mi mayor consejero”, admitió CP3. Por eso fue devastador cuando recibió la noticia. “Me llamó mi hermano mientras miraba un partido de fútbol americano de la escuela. Al principio me dijo que estaba volviendo a casa, desde su universidad, porque el abuelo estaba enfermo. Pero luego tuvo que decirme la verdad… No le creí. Alguien debe estar confundido. Nadie mataría a mi abuelo. Eso es una locura. Es imposible. Ha habido algún tipo de error o algo así”, admitió.

La primera imagen que vio le dejó claro que no era un error. “Vi parpadeando las luces rojas y azules de la Policía, luego vi las ambulancias y toda la gente parada en la calle. Escuché a mi tía gritar: ‘¿Alguien sabe quién hizo esto?’ Salí del auto y comencé a correr hacia su casa. Todavía no lo creía. Corrí hasta que mi tío me detuvo y me envolvió en un gran abrazo, y todo lo que vi fue la sábana blanca sobre mi abuelo, justo en el piso del garage”, relató. Para Chris resultó una noticia desoladora. “Él era la piedra angular de toda nuestra familia y una roca de la comunidad, pero sobre todo era mi mejor amigo en el mundo. Siempre estaba, como sólo los abuelos pueden estar. Por eso era mi mejor amigo en el mundo. Al crecer, tuve muchos otros amigos. Pero nadie fue como mi abuelo para mí. El era especial. Los que tienen esa clase de abuelos saben de lo que hablo…”, comentó.

Paul junto a su abuelo, Nathaniel Jones, mecánico y dueño de una estación de servicio, en la que el armador lo asistía
Paul junto a su abuelo, Nathaniel Jones, mecánico y dueño de una estación de servicio, en la que el armador lo asistía

Casi como un designio del destino, dos días antes ambos habían vivido un momento inolvidable que todavía emociona a la estrella NBA. Fue cuando Chris firmó la carta de intención para asistir, con una beca completa, a la prestigiosa Universidad de Wake Forest. “Para mí es hoy uno de los momentos más memorables de mi vida. Todavía recuerdo sus lágrimas cuando firmé. Y sus palabras cuando salimos caminando del gimnasio. Me tomó del hombro, me puso la gorra de Wake Forest que traía y, con una sonrisa en la que se veían sus dientes flojos, me dijo. ‘Cristopher Emmanuel Paul, voy a recordar por siempre este día”, rememoró.

Cómo es la vida que, en apenas días después, ese mismo chico había pasado de la felicidad total a la devastación sin escalas. “Por días estuve roto… Ni siquiera podría decirte lo que sucedió en los días siguientes. Estuve emocionalmente ausente, como en otro sitio”, recordó. Por eso, lo que menos quería, un día después del asesinato, era jugar al básquet. Pero un partido estaba programado. Estaba decidido a anunciar que no jugaría. Hasta que una tía le dio una motivación para hacerlo. “¿Por qué no jugás e intentás anotar un punto por cada año de su vida? Vos podés, Chris”, le dijo. “Me pareció algo increíble, muy especial pensando en él. Y quise intentarlo, pese a que estaba destruido por dentro”, detalló.

Paul, íntimamente, sabía que era posible. Su calidad y personalidad siempre han sido un combo irresistible, capaz de cualquier hazaña. “Antes de comenzar el partido, pensé interiormente que no había forma de que lo hiciera, pero valía la pena intentarlo por la memoria de mi abuelo”, reconoció. Pero, a medida que el juego avanzó, sus sensaciones fueron otras. “De a poco empecé a sentir que lo podía lograr”, agregó. En especial en el segundo cuarto, cuando anotó 24 puntos. Así fue que en las tribunas comenzó a susurrarse que el pequeño Chris estaba detrás de un tributo para su abuelo y la emoción fue in crescendo en el ambiente. Por eso no sorprendió que, a poco menos de dos minutos del final, los hinchas ya estaban parados en sus asientos, algunos con las manos en su cara, esperando que el pequeño gigante llegara a los 61.

Entonces Chris tomó la pelota y se metió en la defensa. Se elevó, tiró y un rival se le cayó encima. Golazo y falta. El base quedó despatarrado en el piso, el gimnasio explotó y todos los compañeros, que ya sabían de la búsqueda, fueron a abrazarlo. Eran 61 puntos y la hazaña estaba lograda, pero el jugador todavía debía ir a la línea de libres. Y fallarlo, claro. Y así lo hizo. Porque ya nada le importaba más. Ni siquiera ir en búsqueda del record estatal de 67 que había logrado Bob Poole en 1950… Chris sólo quiso salir, abrazarse con sus familiares y mirar al cielo. “Siento que me estaba mirando”, aseguró. Así ha sido siempre, a partir de ahí. En Wake Forest, cuando brilló en sus dos años en la NCAA (15 puntos y 6.3 asistencias), y desde que arribó en 2005 a la NBA, siendo hoy uno de los mejores armadores de siempre. “La gente me pregunta a veces si me duele que nunca haya podido verme jugar en Wake Forest o en la NBA. Y si, definitivamente todavía me duele”, reveló CP3.

Eso sí, ya sin rencores, incluso hacia los asesinos. “En su momento me hizo sentir bien saber que estarían muchos años presos o incluso de por vida, pero ahora que soy mayor y luego de todo lo que he visto en mi vida, ya no lo quiero. Simplemente no lo quiero”, se sinceró. Chris entendió que nada le devolvería a su abuelo, ni siquiera la venganza. “Estos chicos tenían 14 y 15 años en aquel momento, mucha vida por delante… Me hubiese gustado haber podido hablar con ellos y decirles que los perdono… Honestamente, odio el hecho que tengan que estar tantos años en prisión. Lo odio”, comentó. Esa es la clase de hombre que Paul es. Y lo que ha demostrado durante esta carrera increíble que ha tenido.

Hablamos de un base de élite, de la vieja escuela, armador y anotador, a la vez. Lo que necesite el equipo, CP3, puede hacerlo. Claro, también defender. Ni hablar de sus mañas y personalidad. Un ganador que, en 1090 partidos sólo de fase regular, promedia 18.3 puntos, 9.4 asistencias, 4.5 rebotes y 2.1 robos. Elegido 11 veces al All Star, en diez ocasiones incluido en el mejor quinteto de la temporada, nueve veces seleccionado para el quinteto defensivo del año, seis veces el mejor robador de pelotas de la temporada y cuatro el de mayor cantidad de asistencias de la campaña. Eso sí, tras 16 temporadas, todavía busca su primer anillo. Seguramente para mirar al cielo y dedicárselo a su amado abuelo. “Todavía lo extraño”, dice. Y aún mira al cielo ante cada victoria trascendente. Su abuelo es, en definitiva, su fuerza interior.

Paul, ante la marca de Campazzo en el duelo por la semifinal de la Conferencia Oeste. Además de en los Suns, jugó en Oklahoma, New Orleans, Houston y Los Ángeles Clippers (Isaiah J. Downing-USA TODAY Sports)
Paul, ante la marca de Campazzo en el duelo por la semifinal de la Conferencia Oeste. Además de en los Suns, jugó en Oklahoma, New Orleans, Houston y Los Ángeles Clippers (Isaiah J. Downing-USA TODAY Sports)

El dolor no ha desaparecido. Pero tampoco el legado de Papa Chilli. En su memoria, Paul creó su fundación cuando comenzó a jugar en la NBA y estableció la Nathaniel Jones Scolarship Fund, que envía anualmente a dos estudiantes del estado a su alma mater, Wake Forest. Las becas completas son posibles gracias a una donación de 800.000 dólares. “Mi objetivo es simple: hacer lo que él hizo por mí, por la mayor cantidad de niños posible; quería hacerles sentir que, sin importar de dónde vengan, tienen la oportunidad de hacer grandes cosas en esta vida”, explicó quien ha sido una de las estrellas más comprometidas socialmente, tanto cuando jugó en New Orleans como cuando lo hizo en Los Angeles, o ahora, como presidente del sindicato de jugadores de la NBA. De alguna forma, el legado de su abuelo sigue vivo en él.

Nathaniel, no hay dudas, sigue presente en su vida. De muchas maneras, desde las más usuales hasta las más llamativas. “Todavía hoy, cuando huelo a nafta, me acuerdo de aquellos momentos en la estación de servicio. Y de mi abuelo, claro”, admitió. Porque allí, con él, fue feliz. “La gente me puede ver ahora como Chris Paul, la estrella NBA, pero yo interiormente sigo siendo el nieto del Señor Jones”, dejó claro.

SEGUIR LEYENDO: