El Real se asoma entre abucheos a la sombra de la Manada en un 'Rigoletto' descarnado

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Javier Herrero.

Madrid, 2 dic (EFE).- En la que pudo ser una noche prenavideña más aferrada a la tradicional interpretación bienpensante de 'Rigoletto' de Giuseppe Verdi, el Teatro Real se ha asomado hoy a la sombra de la Manada, de las novatadas tóxicas de residencias universitarias, del deseo sin freno moral y a la impunidad sobre el débil, especialmente si es mujer.

Con todas las butacas llenas, lo ha hecho entre abucheos para Miguel del Arco como director de escena, especialmente arriesgado al exhibir esas vergüenzas en escenas procaces, pero con aplausos para el resto del equipo responsable, por ejemplo para el director musical, Nicola Luisotti, y el trío protagonista.

Desde su estreno aquí mismo un 18 de octubre de 1853, solo dos años después de su primer pase en el Teatro de la Fenice de Venecia, 'Rigoletto' se ha representado en este espacio en más de 300 ocasiones, la última en 2015, lo que convierte a esta en la ópera más recurrente de su programación histórica junto con 'Aida', aunque pocos montajes se recordarán como este.

El interés en esta nueva producción estaba en subrayar la fuerza del libreto de Francesco Maria Piave, con los años relegado por "una mirada burguesa" y la belleza inherente de una partitura que, con piezas como 'La donna é mobile', no solo eclipsaba el relato de fondo, sino que lo transformaba hasta convertir su denuncia del abuso más bien en una aparente exaltación del amor fugaz.

Este 'Rigoletto', que originalmente se escribió a partir de los ecos shakesperianos de 'El rey de entretiene' de Víctor Hugo, pivota así en torno al cortejo y secuestro de Gilda, hija del protagonista, para enfatizar la indefensión de una mujer frente a un grupo de hombres y su concepto tóxico de la masculinidad.

Un alarido de pavor abre la función, el de una mujer acosada entre el patio de butacas por un grupo de hombres embozados ante los que termina asumiendo una postura dócil cuando se ve sin escapatoria posible, en una clara alusión a las violaciones grupales.

A ese impacto le sigue la explosiva caída de telón para descubrir que la joroba del personaje principal en el texto (la que señala de forma explícita su deformidad moral) es aquí parte del decorado, de la naturaleza que puebla este relato de hombres retorcidos y mujeres sometidas como muñecas.

En uno de esos promontorios vive Gilda, en la burbuja de cristal en la que la ha encerrado su padre, Rigoletto, para protegerla de un mundo cuyas atrocidades él mismo alenta como bufón o jefe de sala del prostíbulo que frecuentan el duque de Mantua, gran soberano, y sus amigos.

Con tres repartos disponibles para alternarse en las funciones, al frente del de este estreno se han situado en los papeles principales el barítono francés Ludovic Tézier (Rigoletto), el tenor mexicano Javier Camarena (duque de Mantua) y la soprano rumana Adela Zaharia (Gilda).

Lo han completado el bajo surcoreano Simon Lim (Sparafucile), la mezzosoprano suiza Marina Viotti (Maddalena), la soprano francesa Cassandre Berthon (Giovanna), el barítono estadounidense Jordan Shanahan (Conde Monterone), el tenor mexicano Fabián Lara (Matteo Borsa) y los españoles César San Martín (Marullo), el barítono Tomeu Bibiloni (conde Ceprano) y la mezzosoprano Sandra Pastrana (condesa Ceprano).

Especialmente bien recibidos han sido la primera aria de Zaharia en medio de su ensoñación lúbrica con su pretendiente furtivo, con un aplauso tan largo que a punto ha estado en convertirse en un petición de "bis", así como la súplica de su padre ya en el segundo acto para descubrir el paradero de su hija desaparecida.

Más controvertida ha sido sin embargo, ya en el tercer acto, la esperada escena de 'La donna é mobile', que el duque interpreta en medio de un destartalado solar lleno de prostitutas que, ante su canto, se ven convertidas en autómatas sin alma que simulan actos sexuales de manera desaforada. EFE

jhv/plv