CIUDAD DE MÉXICO (AP) — El costo humano y psicológico de la pandemia del coronavirus tocó profundamente a la diseñadora de moda de Ciudad de México Irma de la Parra en enero, con la muerte de un viejo amigo por COVID-19.
Los hospitales mexicanos no suelen permitir que personas visiten a sus familiares moribundos debido a la saturación de las salas, la escasez de equipo de protección personal y el temor de propagar el virus.
Tras su experiencia, De la Parra se enteró de muchas personas que nunca pudieron decir una última palabra o dar un último abrazo a amigos y familiares. Así que decidió brindarles una manera de dar abrazos para siempre.
“Nos dio demasiada tristeza porque (mi esposo y yo) lo conocimos desde que éramos muy jóvenes… él era muy buena persona”, dijo De la Parra sobre Martín Elizalde, quien falleció el 10 de enero a los 53 años. “Entonces dije, ‘¿cómo va a ser posible que ya nadie lo pudimos ver, ni su familia?’”.
Así fue como nació la idea de los Ositos del Recuerdo. Desde hace mucho tiempo, De la Parra trabaja haciendo uniformes para guarderías, así que contaba con las habilidades y el equipo necesario. Decidió hacer los ositos con las prendas de las víctimas de COVID-19 para que las familias tuvieran algo tangible para recordar a las personas que nunca recibieron un último abrazo.
Los ositos son “para que los familiares tuvieran algo de recuerdo de esas personas que ya no volvieron”.
Los familiares envían prendas que las víctimas usaban con frecuencia antes de enfermarse y De la Parra cuidadosamente corta el patrón para la “piel” externa del osito y los rellena. Estima que hasta la fecha ha hecho aproximadamente 300 Ositos del Recuerdo.
Es una labor complicada porque cada oso debe coserse a mano y rellenarse, y se tarda como tres días en terminarlo. Algunas de las prendas enviadas por los parientes están tan desgastadas que De la Parra tiene que coser forros para que los osos no estallen. Realmente no intenta sacar ganancias, agregó, y cobra aproximadamente 10 dólares por pieza.
“Cuando entregamos los ositos la gente se pone contenta”, contó De la Parra. “Siento yo que es como una manera de sanar un poco su dolor, porque los reciben con mucho cariño”.
La experiencia ha cambiado a De la Parra, quien perdió gran parte de sus ingresos a principios de la pandemia porque dejaron de acudir los trabajadores de guarderías y otros clientes que le compraban ropa y uniformes.
“La primera experiencia de la pandemia para mí fue lo económico, porque nosotros no teníamos todavía conocidos con enfermos, pero entre más pasaba el tiempo nos dábamos cuenta de que gente de nuestro alrededor estaba enferma”.
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