Un año atrás, así revelé que Alberto Nisman había muerto

Una serie de extraños eventos precedieron aquella noche del domingo 18 de enero, como anticipando la terrible primicia que me tocaría revelar en esas trágicas horas

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 AFP 162
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Algo extraño presentía en el aire. Los días anteriores al 14 de enero, cuando el fiscal Alberto Nisman presentó su acusación contra la ex jefa de Estado Cristina Kirchner, su canciller Héctor Timerman y otros miembros cercanos al poder, yo estaba redactando una nota.

Entre varias coincidencias y eventos extraños, el primero fue el tema de mi artículo, que era el siguiente: "Las consecuencias del memorándum de entendimiento con Irán en la colectividad judía argentina".

Iba a ser publicada en inglés por el Times of Israel, un diario digital con base en Jerusalén, y contaba con la participación de Waldo Wolff, más algunos miembros de las asociaciones de familiares de víctimas del atentado contra la AMIA del 18 de julio de 1994.

Una vez enviada la nota a mis editores en Israel, me levanté tarde ese miércoles, como siempre, ya que mi trabajo de redactor del Buenos Aires Herald.com empezaba a las 15.00 y culminaba a las 22.00.

En general empezaba más tarde, a las 17.00, pero mi compañero de mesa estaba disfrutando de unas merecidas vacaciones al igual que mis dos editores.

Durante el paso del día, conseguí el resumen de la acusación de Nisman en dos versiones: una que contaba con 14 páginas, y otra que era más extensa y tenía 52.

Al saber de la muerte de Nisman, preferí escribir un tuit que sirviera como alerta y me permitiera seguir interrogando a mi fuente para ganar tiempo

Tras leer los primeros párrafos, sentí esa adrenalina tan particular de quienes trabajan en este oficio cuando saben que hay algo importante en sus manos; o al menos así lo creí yo. Porque una cosa era la acusación judicial en sí, y otra, no menos importante, las transcripciones de los diálogos entre los supuestos criminales en los que se detallaba el "plan criminal", según lo describió el propio fiscal.

Ante mis ojos aparecía la red local iraní, pero mi entusiasmo chocaba contra una pared, ya que nadie que conocía lo compartía. El gobierno, rápido en reflejos, comenzó su campaña difamatoria contra Nisman centrada en una clásica maniobra de desinformación: atacar al mensajero y no al mensaje.

Yo me sentía en minoría, pero algo debía hacer.

Entonces comencé a publicar fragmentos de la causa por mi cuenta personal de Twitter, que hasta ese momento no llegaba a los 300 seguidores.

Con un colega cuya existencia ignoraba hasta entonces (y él la mía) empezamos a "hablar" sobre el caso y otras cuestiones más de mutuo interés, como el libro 1984 del inglés George Orwell. Quien me escribía era Gabriel Bracesco del diario Muy, Grupo Clarín.

En los días siguientes intenté vender la nota a periódicos de Israel como Haaretz o Yedioth Ahronot, donde ya había colaborado como corresponsal en Buenos Aires, pero no obtuve respuesta.

El viernes 16, a pocas horas de terminar mi jornada laboral, decidí escribirle a Patricia Bullrich, quien en ese entonces se desempeñaba como presidenta de la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados. Yo buscaba presenciar la exposición de Nisman como corresponsal del Times of Israel, y la diputada me contestó que en caso de que fuese abierta a periodistas, tendría mi lugar asegurado.

Informe Nisman a un año - animación
A un año de la muerte de Nisman: hechos y personajes de una causa irresuelta

Sin embargo, algo me quemaba por dentro, y me llevó a realizar un acto completamente extraordinario que no hacía por años: fui a la sinagoga de la calle Uriburu al 300, y recé el Kadish Yatom, la plegaria de duelo para aquellos que perdieron a uno de sus padres.

No recuerdo cuándo había sido la última vez que entré a un templo para Shabat, pero los recientes eventos despertaron algo en mi interior y pensé que pasar un rato rezando no me vendría nada mal.

Volví a casa, y el sábado 17 le anuncié a mi madre que no iría a nuestro tradicional almuerzo de los domingos. Estaba cansado, sin ganas, y ansioso por todo lo que estaba ocurriendo.

Antes de irme a dormir decidí contactar a un ex director de The Associated Press (AP) en Argentina, con quien trabajé durante casi dos años como reportero freelance. Le envié el resumen de la causa con el interés de redactar una nota de investigación.

En la mañana del domingo 18 de enero, me cansé de los mails sin respuesta y llamé desde mi casa a la redacción del Times of Israel en Jerusalén, pues mi nota sobre el memorándum aún no había sido publicada.

"Dejen esa nota de lado", le exigí a la editora.

"Tengo las transcripciones de la causa que incluyen diálogos entre supuestos agentes pro iraníes en base al material oficial de la denuncia del fiscal Nisman", agregué.

Si bien pareció interesada, a las pocas horas recibí el siguiente mensaje a mi casilla de mail: "Not interested", o "no estamos interesados".

El nuevo rechazo no me frenó, y finalmente opté por comenzar la nota por mi cuenta, pensando: "Ya la voy a publicar en algún lado".

Las horas pasaban, y algo ya estaba ocurriendo en el departamento del fiscal Alberto Nisman.

Pasadas las 23.00 horas, mientras utilizaba un resaltador amarillo sobre el resumen de la causa que tenía frente a mí, recibí un mensaje vía Whatsapp de una persona que me informaba que Nisman estaba muerto sobre un charco de sangre.

Inmediatamente comenzó un proceso de preguntas y respuestas que duró unos 35 minutos; tiempo suficiente para despejar cualquier duda.

No había que mirar al Norte, sino a Balcarce 50

A las 23.35, sabiendo que el fiscal estaba sin vida, preferí escribir un tuit que sirviera por un lado como alerta, y por otro que me permitiera continuar interrogando a la fuente para ganar más tiempo.

Utilicé Twitter por varias razones, pero sobre todo me guiaba lo más básico del oficio periodístico: dar a conocer un hecho que permanecía desconocido.

Al publicar en mi cuenta personal, por cualquier error que hubiese, la responsabilidad sería toda mía. Para bien o para mal, y poco me importó todo el resto. Algo adentro mío me hizo actuar de inmediato, por cuenta propia.

Convencido en mi función, pensé que lo peor que podía pasar era que me echasen del trabajo, aunque eso no me preocupaba mucho. De últimas, conseguiría otro, como siempre lo hice.

"Que sea lo que Dios quiera", me dije a mí mismo, en sintonía con el brote espiritual que resurgió en las últimas 24 horas.

Confiado en la veracidad de mi fuente, la información que me suministraba, y mi experiencia en trabajar bajo presión, a las 00.08 amplié y confirmé lo que había adelantado 33 minutos antes.

"Encontraron al fiscal Alberto Nisman en el baño de su casa de Puerto Madero sobre un charco de sangre. No respiraba. Los médicos están allí".

De inmediato llegaron las respuestas en la red social: sorpresa, shock, incredulidad fueron las primeras reacciones. No faltaron bromas, ni tampoco colegas que se creían indispensables, dispuestos a brindarme lecciones de periodismo.

Pero como no me hacía falta nada de ello, continué lo más calmo que podía estar dadas las circunstancias.

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A los minutos sonó el celular y Gabriel Bracesco estaba del otro lado de la línea. Buscaba confirmar que era yo quien había escrito el tuit, y le pedí que por favor fuese al lugar a chequearlo por su cuenta.

"Es así como te lo digo", le expresé. Yo no quería ir, porque temía que pasara algo que me impidiera continuar un contacto fluido con mi fuente, a quien seguía consultando.

Necesitaba saber que estaba bien, porque ambos sentimos que todo se estaba tornando raro.

Al poco tiempo, redacté un tercer mensaje que generó cierta confusión y fue malinterpretado. "Sepan entender que estoy chequeando y rechequeando la información que me está llegando. Gracias".

En ningún momento me dispuse a cuestionar lo que escribí anteriormente, simplemente se trataba de un momento clave, ya que me estaban por confirmar la supuesta causa de muerte de Nisman.

Luego llegó el llamado de mi editor y escribí unos pequeños párrafos para el Herald.

De inmediato comenzaron los contactos de colegas de Israel. Desde Haaretz, uno de los principales periódicos locales, me pidieron que comenzara a colaborar como su corresponsal en Buenos Aires. También hubo pedidos de otros medios internacionales.

Al poco tiempo, vino la confirmación por TN de lo ocurrido. Era la primera vez en toda la madrugada que un canal de televisión describía lo que estaba pasando con un móvil desde el lugar.

Más tarde llegó Bracesco, junto a un amigo, y tuvimos una breve conversación ya que estaba redactando una nota.

De la corta charla que tuvimos, recuerdo la siguiente frase: "Todavía no podemos medir las implicancias que esto va a tener".

Afuera ya salía el sol. Esa noche, fue la primera en varias que no pude dormir, ni comer por la adrenalina, la emoción y la tristeza personal que me causaba el episodio.

No quise hablar con nadie, y sólo me propuse continuar mi rutina de la mejor forma posible.

Me encontraba en estado de alerta constante, porque intuía que el Gobierno iba a responder personalmente, de alguna u otra forma, como ya lo habían demostrado en el pasado.

Pepe Eliaschev, periodista de Perfil, fue el caso que mejor recuerdo de represalias, cuando dio a conocer el pacto secreto que se estaba gestando a puertas cerradas entre Argentina y la República Islámica de Irán.

También recuerdo los escupitajos públicos en Plaza de Mayo contra aquellos periodistas que no se torcían frente al régimen.

Con mi madre empezamos a hablar por teléfono en hebreo, y opté por circular en transporte público, dejando mi auto estacionado en el garaje al lado de mi casa.

Me parecía sólo cuestión de tiempo que me atacasen por mi condición de judío-israelí

Mi vieja me acompañó el martes 20 de enero a la parada del colectivo 64. La vi por 15 minutos y desconocía que iba a ser casi la última vez.

Luego acepté ir a unos programas de televisión con la idea de anteponerme a una eventual respuesta del Gobierno y sus emisarios. Conociendo con quién trataba, me parecía sólo cuestión de tiempo que me atacasen por mi condición de judío-israelí.

Tampoco sentía motivo alguno de ocultarlo. Todo lo contrario, ya que eso es quien soy: un judío argentino-israelí.

Y no me equivoqué.

En Intratables, con Santiago del Moro, fue donde conté que viví durante 10 años en Israel, y que pertenecí a sus fuerzas de Defensa, tal como lo requiere la ley.

En el trabajo me resultó imposible concentrarme y continué yendo con normalidad hasta el jueves 22 de enero, cuando a las 20.30 de la noche me alertaron que algo estaba pasando a mi alrededor.

Fue por eso que aguardé a no ser visto y salí del edificio con un taxi que me pasó a buscar, dejando el auto estacionado en la redacción.

El resto de lo ocurrido es de público conocimiento, en parte por mis colegas Adrián Bono, de Infobae, y Gabriel Bracesco.

Ambos escribieron la última nota en Aeroparque, donde también teníamos "visitas" inesperadas, pero ya estaba todo hecho. Se la jugaron y les estaré agradecido de por vida, al igual que a mis otras fuentes que quedarán reservadas por siempre.

La otra parte se debe a la anterior administración. Tan preocupados por la seguridad de los periodistas, primero enviaron a sus agentes y luego publicaron mi itinerario de vuelo mientras estaba en el aire.

Toda la maquinaria del Estado, incluyendo a sus medios tirando teorías conspirativas por doquier, "colegas", editores y reporteros, entre otros, siguiendo la línea de la Corona.

No había que mirar al norte, sino hacia Balcarce 50, y eso lo tuve bien claro desde el principio. Primero, respecto a la muerte del fiscal Alberto Nisman, la cual considero que fue asesinato, y luego con las decisiones del gobierno argentino en mi contra.

Nuevamente agradezco a aquellos que sí me acompañaron y se preocuparon por mí durante esos días duros que solo el tiempo curará.

Quisiera terminar expresando mi más sentido pésame a la familia Nisman, sobre todo a sus dos hijas Iara y Kala, por la pérdida de su padre.

??? ???? ????/ bendecida sea su alma.