
El 20 de julio de 1989, hace 35 años, Minguito Tinguitella se subió por última vez a la Santa Milonguita, esa camioneta Chevrolet modelo ‘28 que tanto cuidaba, y partió de gira para siempre. Llevaba su clásico sombrero, una bufanda escocesa, alpargatas y un mondadientes apretado entre los labios. Y dicen que, mientras se alejaba, iba saludando a cada uno de los que se cruzaba en su camino con su clásico: “¡Qué hacé', tri, tri!”. El encargado de darle vida a este mítico personaje que se robó el corazón de todos los argentinos era, ni más ni menos, que Juan Carlos Altavista. Y ese mismo día, a sus 60 años de edad, el actor falleció tras descompensarse en el set de grabación de Polémica en el bar donde estaba haciendo el papel que para entonces se había convertido en su alter ego.
Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1929, Altavista se crio en el seno de una familia humilde, con un padre matricero y una madre ama de casa. Y fue feliz, a pesar de las carencias. De hecho, siempre recordaba que sus hermanos y él comían directamente de la olla humeante en la que solo había papas hervidas, pero que todos saboreaban como si se tratase del mejor manjar del mundo.
Juan Carlos siempre tuvo clara su vocación de ser actor. De hecho, mientras sus amiguitos optaban por jugar a la pelota por las calles de Floresta, él intentaba copiar a los adultos para luego interpretarlos en su casa frente a sus parientes. Por eso dejó el colegio en tercer grado, cuando alguien descubrió su talento en la plaza del barrio y le sugirió a su madre que lo llevara a probarse al Teatro Infantil Lavardén. Allí, el pequeño Altavista se formó junto a grandes referentes como Narciso Ibáñez Menta, Francisco Petrone y Luis Sandrini. Y comenzó a ganar sus primeras monedas, que de inmediato llevaba a su casa para colaborar con la comida del día, participando de algunas obras de teatro.
Con apenas 11 años, en tanto, Altavista comenzó a trabajar en la pantalla grande. Su primera película fue Melodías de América. Y a esta le siguieron Juvenilia, Cuando en el cielo pasen lista, Corazón y tantas otras. Al mismo tiempo, se lucía como actor dramático en radioteatros. Sin embargo, él no solo quería componer diferentes roles y vivir de eso. También quería hacer reír a la gente. Y, finalmente, lo logró creando un personaje inolvidable.
“Me puse ropas de mi viejo, su sombrero, su camisa, su saco, su echarpe, un cinto de cuero negro y le agregué zapatillas de paño, más un detalle para mí fundamental: el uso infaltable del escarbadientes”, había contado en una oportunidad para explicar cómo había nacido Mingo. El personaje creado por el guionista Juan Carlos Chappe se dedicaba a revolver los basurales de la época antes de que surgiera lo que hoy se conoce como cartoneo. Pero Altavista le terminó poniendo su impronta. Y, cuando se vio caracterizado, sintió que lo que estaba haciendo era una suerte de homenaje a su padre al que él definía como un “laburante”.
Si bien su carrera profesional había comenzado en la década del ‘40, primero en el cine donde llegó a participar de 61 películas y en radio donde trabajó en varios ciclos, fue en la televisión donde logró su verdadera consagración. De hecho, fue en la mesa del legendario sketch del bar de Operación Ja, Ja creado por Gerardo Sofovich, que luego se convirtió en un programa en sí mismo, que Minguito se convirtió en un ícono popular. Allí, los cómicos más grandes del espectáculo nacional, como Jorge Porcel, Fidel Pintos, Javier Portales, Vicente La Russa, Mario Sánchez, Rolo Puente, Alberto Irizar y Adolfo García Grau, entre otros, ayudaron con su talento a potenciar el personaje y posicionarlo como uno de los mejores del rubro.
A mediados de los ‘60, en tanto, Juan Carlos conoció a la actriz española Raquel Álvarez, que trabajaba con Mirtha Legrand, en los pasillos del viejo Canal 9. No dudó en seguirla hasta el bar de la emisora para intentar generar un diálogo. Y se enamoró de tal forma, que a los seis meses ya estaba casado legalmente con ella. “Mi mujer es lo más lindo que me pasó”, decía de la compañera que le dio a sus tres hijos, Ana Clara, Juan Gabriel y Maribel. Y quien lo sostuvo durante los duros años en los que el gobierno de facto no le dejó hacer su personaje acusándolo de “deformar” el idioma, por lo que tuvo que rebuscársela haciendo radio en Uruguay junto a Riverito y trabajando en la náutica hasta la vuelta de la democracia.
Junto a Juan Carlos Calabró, quien había creado al recordado Aníbal, un pelotazo en contra en Calabromas, formó una dupla que se convirtió en un éxito de taquilla en los ‘80 con una saga de películas: Mingo y Aníbal, dos pelotazos en contra, Mingo y Aníbal contra los fantasmas y Mingo y Aníbal en la mansión embrujada. Su último film, estrenado en 1988, fue Tres alegres fugitivos, donde compartió protagónico con Carlos Balá y Tristán.
Hacía tiempo que Altavista venía padeciendo una enfermedad conocida como Wolff-Parkinson-White, que le producía taquicardias paroxísticas. Y su cuerpo estaba algo deteriorado. Pero nada hacía prever que el desenlace sería inminente. De hecho, llevaba 20 años luchando contra esas taquicardias que aparecían, sobre todo, cuando pasaba por alguna situación que le generaba un pico emocional. “Tengo un conducto falso en el corazón, es lo único falso que tengo”, decía. Por eso, esa mañana del 20 de julio de 1989 se vistió de Minguito y fue a grabar el ciclo que tanto amaba. Estaba feliz. Era el Día del amigo y pensaba festejarlo con sus “gomías” del bar, entre tazas de café y discusiones, para luego empezar a ensayar el sketch La familia para el programa Vamos Mingo Todavía con el que acababa de debutar en Tevedos. Pero ocurrió lo que nadie esperaba.
Altavista se descompensó en el canal. Empezó a sentir un fuerte dolor en el costado izquierdo del pecho. Y no hubo tiempo para esperar una ambulancia, así que sus hijos lo llevaron al Hospital Garrahan y, de ahí, fue trasladado al Argerich. Pero ya era demasiado tarde. Y, finalmente, partió. Hoy, sus restos descansan en el cementerio de Vicente López. Sin embargo, su legado sigue vigente en el imaginario colectivo y en el corazón de todos los argentinos.
“Lo hago siempre a Mingo. A veces me preguntan si no pienso que va a cansar. Y yo creo que si lo dosifico un poco y no lo regalo tanto, puede que dure”, había dicho Juan Carlos. Cuando colgaba la pilcha de su personaje, Altavista era un verdadero dandy al que le gustaba lucir siempre impecable. Al punto que, algunos de sus fanáticos, se decepcionaban al verlo tan prolijo. Pero eso no impedía que la gente le demostrara su afecto. “Yo sé que el público me quiere mucho porque lo siento y me emociona”, había dicho. Y hoy, a 35 años de su muerte, ese cariño sigue intacto.
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