“Prisioneros”: el libro que relata las experiencias carcelarias de Carlos Menem, Patricia Bullrich, Julio de Vido y Sergio Schoklender

Las periodistas Lucía Salinas y Lourdes Marchese investigaron 16 historias de diversas personalidades ligadas a la política, el sindicalismo y el mundo empresarial

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Prisioneros: relatos de la vida carcelaria (Editorial Galerna)
Prisioneros: relatos de la vida carcelaria (Editorial Galerna)

“El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos”. La frase del célebre escritor ruso Fiódor Dostoyevski fue escogida por las periodistas Lucía Salinas y Lourdes Marchese, coautoras de Prisioneros: relatos de la vida carcelaria (Galerna), como antesala de una publicación que podría analizarse desde dos miradas.

La primera se centra en el propósito del libro. Una investigación en donde las autoras desnudan los días en prisión de diversos protagonistas del terreno político, sindical, social y empresarial. Aquí se vislumbra lo cotidiano. El día a día de quienes deben abandonar sus pasatiempos de manera forzosa para cumplir con una serie de rutinas en loop.

La segunda observación se enmarca en una crítica fundada al sistema carcelario argentino. Patricia Bullrich, Amado Boudou, Jorge Castillo, Cristóbal López, Julio César Grassi, Julio de Vido, Gerardo Ferreyra, Carlos Menem, Ricardo Jaime, Alfredo Yabrán, Omar Suárez, Elsa Quiroz, Lázaro Báez, Carlos Telleldín, Carlos Zannini y Sergio Schoklender fueron testigos, tal como expresan sus historias, de la violencia y las más crueles condiciones de vida que se desprenden tras los muros.

—¿Cómo nació la idea de llevar a cabo Prisioneros?

Lourdes Marchese (LM): Nosotras habíamos hecho Los Arrepentidos (Galerna) y nos surgió la idea de ir más allá. Muchos de estos arrepentidos estuvieron en la cárcel, o no, o hicieron que otras personas terminen en la cárcel. Fue antes de que exploten las prisiones preventivas, antes de la cuarentena. Nos pareció un tema muy interesante por lo que les generó a estas personas estar dentro de la cárcel. Hubo un antes y un después.

Lucía Salinas (LS): Ese fue como otro hilo conductor: vimos como todas las personas, algunas con más herramientas que otras, coincidían que nadie salió igual. No significa que salieron peores. Algunos plantean que salieron mejores porque salieron con títulos o profesiones. Pero nadie sale igual. Todos coinciden que es un lugar insalubre, que agobia, con sus ruidos y olores. Todos recaen en que el peor momento de la prisión es la noche, porque se encuentran en una doble oscuridad. La prisión dentro de la prisión. Esos relatos nos impactaron mucho.

Lucía Salinas y Lourdes Marchese, coautoras de Prisioneros
Lucía Salinas y Lourdes Marchese, coautoras de Prisioneros

—¿Qué buscaron al contar estas historias?

—LS: No tanto las causas judiciales que los condujo a la prisión ni la discusión alrededor que se pueden dar en los tribunales federales. Más bien qué fue de estas personas intramuros. Pareciera que una vez que ingresan a la cárcel como sociedad nos olvidamos. Pero siguen siendo parte de la sociedad, porque esas personas en algún momento van a tener que reinsertarse.

—LM: Y siempre van a ser prisioneros. Ricardo Jaime -que sigue preso- nos contaba que el día que salga sabe que le van a quedar el ruido de las puertas. El ruido metálico del abrir y cerrar. Al propio Lázaro Báez le costó dormir mucho en la cárcel.

—¿Se puede analizar el Sistema Penitenciario Federal a través de estas historias?

—LS: Hay un capítulo final en donde nos ocupamos en indagar sobre el sistema carcelario argentino, que deja más preguntas sin responder que certezas. Más deudas pendientes a una sociedad. Por eso el libro empieza con la frase de Dostoyevski. Nos pareció muy representativa. Hay un atractivo por quiénes son estos prisioneros, pero hay tantos anónimos que sufren muchas cosas.

—LM: En nuestro prólogo está la historia de Robledo Puch. Él es el emblema del preso, del eterno preso argentino.

—¿Cuál fue la primera historia que descubrieron?

—LM: La de Castillo, el “Rey de la Salada”, a quien hoy le quitaron su reinado. Fue la primera nota que hicimos. Nos recibió en su casa y descubrimos que en la cárcel no paró de pensar. Que decía que no podía deprimirse como otros. Los casos son tan disímiles y es algo lindo que tiene este libro.

—Al igual que extrañar a los seres queridos, ¿detectaron algún otro sentimiento común entre los protagonistas?

—LS: En algunos casos quienes más los han visitado fueron su ex esposas. Otros no querían que los visitaran sus hijos, para que no los vieran en ese lugar. Hay un reordenamiento en general de la vida de estas personas. Una vida suspendida fuera de la cárcel y ellos comienzan a construir otra intramuros, con códigos diferentes.

—¿Cuán presente está la esperanza en estos relatos?

—LM: Ellos son conscientes de que ese tiempo no lo van a recuperar, pero tienen la esperanza de salir. El anhelo por el cual se despiertan todos los días. Telleldín contó que todas las mañanas decía: ‘Voy a salir, voy a salir’. Y cuando salió no lo podía creer.

—LS: O Sergio Schoklender, quien reveló que nunca había pensado en la libertad hasta que conoció a Hebe de Bonafini. Reconoció que empezó a pensar en la libertad cuando ella lo visitó en la cárcel. De hecho, la primera salida transitoria que tuvo, ella lo fue a buscar. Y lo llevó a la sede de Madres de Plaza de Mayo.

Amado Boudou, Julio de Vido y Carlos Zannini: tres funcionarios que estuvieron tras las rejas
Amado Boudou, Julio de Vido y Carlos Zannini: tres funcionarios que estuvieron tras las rejas

—¿Qué personas quedaron afuera del libro?

—LM: Teníamos muchas. Por los límites del libro quedaron afuera Guillermo Coppola, Rafael Videla, María Julia Alsogaray y Milagro Sala.

—Se observa que el libro no busca juzgar acerca de si están bien o mal condenados los protagonistas.

—LS: El libro fue tomando forma a medida que empezamos a escribirlo. Habíamos pensado por otro lado. Y cuando comenzamos a dialogar con ellos nos dimos cuenta de que había otras historias para contar, que excedían los expedientes judiciales. Queríamos ahondar en qué pasó con ellos cuando entraron a prisión. A todos les hicimos las mismas preguntas.

—¿La estadía de un empresario o un sindicalista se puede comparar a la de cualquier recluso?

—LS: No sé si la palabra es privilegio, pero ellos estuvieron en pabellones en los cuales no corrían riesgo. Estaban dentro de un programa más seguro. Ellos no comían lo que les daba en el penal, es una situación a la que no todos los pesos acceden. Trabajan con una suerte de cantina, en donde depositaban plata y sacaban alimentos. También su situación les permitía recibir constantemente visitas.

—LM: A mí me quedo algo de Jorge Castillo. Él decía que era más peligroso Ezeiza que Melchor Romero, porque en Melchor Romero no podían utilizar cuchillos de metal. Y en Ezeiza sí. Muchos compartían su tiempo con narcotraficantes.

—¿Cómo fue escribir un libro en pandemia?

—LM: Las únicas entrevistas que pudimos hacer pre pandemia fueron a Jorge Castillo y Sergio Schoklender. El resto ocurrió luego del 20 de marzo.

—¿A qué conclusiones llegaron luego de recorrer todas estas historias?

—LS: Nos llevó a un interrogante englobante: ¿Qué sucede con el sistema carcelario? ¿Qué sucede con el sistema que tiene que albergar a todo tipo de presos? ¿Qué deudas tiene? Porque finalmente, si es un empresario, un político, o un preso sin status, finalmente a esas personas la cárcel les tiene que garantizar algo. Cárceles limpias, ordenadas, que sirvan para algo.

—LM: Sin ir más lejos, Ezeiza y Marcos Paz se crean durante en el menemismo como cárceles modelo. Y de modelo no tienen nada.

Es el segundo libro que comparten las periodistas
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—¿Y cómo es la convivencia con los guardiacárceles?

—LM: Son otros presos. La hija de Omar Suárez nos decía que están más presos que los mismos presos. Muchos empatizaron con ellos y se hicieron amigos.

—LS: De hecho, el personal penitenciario es la primera moneda de cambio cuando hay un motín. Y escuchan de otros presos que les dicen: “Yo algún día voy a salir. Vos vas a estar acá. Vos sos el preso”. La cárcel concentra mucha violencia. Es violento para un preso dormir en una ducha, porque no tiene cama. Es violento para el que trabaja recibir las amenazas permanentes. Es violenta la misma situación de estar en esas instalaciones.

—Una vez que salen y logran retomar sus hábitos, ¿cuánto los atormenta el pasado en la cárcel?

—LS: Algunos han dejado la cárcel y se reúnen con ex compañeros de pabellón. Para otros ese capítulo se cerró cuando dejaron la prisión a sus espaldas. Schoklender cuenta que uno de lo presos que llevaba muchos años le decía que no llorara. Que no había que llorar, porque era una muestra de debilidad. Consejos que tienen como único fin la supervivencia.

—LM: Hay marcas como las de Zannini, que no pudo jugar más al ajedrez o enseñarle a los hijos, porque jugaba todo el tiempo en la cárcel. Les cambia el ritmo de vida. O como decía “Tata” Quiroz, marcas productos de la tortura, visible, que están y perduran.

—¿Notaron arrepentimiento en las personalidades que entrevistaron?

—LS: No, porque muchos de ellos sostienen que fueron detenidos por una persecución política. Y quienes fueron detenidos durante la dictadura fue por sus convicciones o militancia. No hay un arrepentimiento.

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