No tenía dinero, heredó un disco para cocinar y está a punto de abrir su segundo local de comida

Comenzó haciendo empanadas al disco en un lavadero para pagar deudas. "Todavía no entendemos cuándo pasó todo esto", dijeron a Infobae

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Emiliano, Juan Manuel y Santiago: socios de un sueño construido desde hace años
Emiliano, Juan Manuel y Santiago: socios de un sueño construido desde hace años

Hay un banco de madera en la puerta del local en el que Tucho, "el cocinero de la banda", reúne a los demás para viajar en el tiempo y recordar una certeza que nunca tuvo forma pero siempre se supo realidad. "Yo le decía a Emi que íbamos a tener un local. No teníamos un mango, nuestras mamás nos querían rajar de casa, pero contaba con la seguridad de que eso iba a suceder. Tarde o temprano lo íbamos a tener".

Tucho es Santiago, aunque nadie lo llame así. En su casa se junta, tradición mediante, el grupo de amigos al que pertenece y al que agasaja desde hace años con diversos platos. La impensada muerte de su papá en 2014 le dejó como herencia un disco de arado para cocinar. "Cocinábamos de todo, lo que sea. Un día el carnicero nos dice: 'compren tal tapa de empanada que yo les doy la grasa. Mi familia había alquilado una quinta en Del Viso y las hicimos. Llevamos el disco y estuvieron mortales. Y ahí empezamos a hacer cualquier variedad de empanada al disco. Sobraba asado y hacíamos empanadas", relató a Infobae.

Comenzaron haciendo empanadas en el lavadero de la casa de Tucho
Comenzaron haciendo empanadas en el lavadero de la casa de Tucho

La necesidad despertó la idea madre: 10 docenas de empanadas como punto de partida para saber qué pasaba. Un viaje al mercado central con Emiliano, su mejor amigo, y dos días de preparación de rellenos, repulgues y llamados a familiares y amigos. "Le pedimos plata prestada a nuestras mamás para comprar toda la mercadería. Realmente no teníamos un peso, no sabíamos qué hacer", recordó Emiliano. Y aquellas 120 empanadas, cocinadas al disco y a la leña fueron el éxito que sirvió para devolver lo pedido, comprar más mercadería y mandar a imprimir una tirada de folletos que ofrecían "Empanadas al disco".

"Con esa plata también contratamos a un gasista ucraniano que nos hizo la instalación de gas en mi casa para poner un mechero y cocinarlas ahí. Con la leña no terminábamos más. Instalamos el mechero en el lavadero, ¡no sabés el olor a frito que había en mi casa! Mi vieja me quería matar, pero siempre nos bancó. Y así empezamos", agregó Tucho, quien repartía junto al amigo los pedidos, de viernes a domingos, en bicicleta.

Marita, de Avenida Nazca, y Mónica, del pasaje José Ingenieros, aún son fieles clientas. Por aquel entonces los pedidos llegaban al celular de Emiliano: "A veces me llaman. Son clientes que nos compran empanadas desde hace muchos años, ya sabemos lo que quieren y por qué nos quieren". A partir de allí sumaron un grupo de leales que siempre les compró, aunque aseguran que "el mayor porcentaje de clientes que hicimos fue por la recomendación de todos los primeros".

La grasa chilla, está caliente y espera a las empanadas que luego serán vendidas
La grasa chilla, está caliente y espera a las empanadas que luego serán vendidas

La plata se guardaba en una cajita, sin anotaciones ni cuentas claras. Allí estaban todas las ventas y las propinas. Se descontaban los gastos de la próxima producción, algún que otro extra y el resto a dividir. "No teníamos control. No sabíamos cuánta plata teníamos, cuánto habíamos ganado ese fin de semana. Venían nuestros amigos, comprábamos las cervezas y salían de ahí. Parte de nuestro crecimiento estuvo en el orden y en la claridad que pudimos darle a los números", explicó Tucho.

Y previo a la llegada de Juan Manuel, aquel que en un asado aceptó convertirse en el tercer socio del proyecto, hubo un llamado en el celular de Tucho que le dio forma a un sueño guardado en modo avión: "Me llamó un amigo de mi papá para preguntarme en qué andaba. Le conté que con Emi estábamos haciendo empanadas fritas y me respondió que quería darme una mano. Me ofreció un préstamo para abrir el local, no lo podía creer. Lo llamé a Emi y le dije: 'No sabés lo que me acaba de pasar, vamos a tener el local propio'. Pusimos una gran parte nosotros y con la ayuda de él arrancamos".

Fueron tres meses en el que la preparación de empanadas quedó suspendida. Todos, incluidos familiares y amigos, se convirtieron en albañiles ocasionales para transformar el local de Avenida Álvarez Jonte 3508 en la primera sucursal de "Al Disco, empanadas fritas". "Me encargué de comunicar a través de Instagram, Twitter y Facebook que se venía una sorpresa, que pronto íbamos a volver con las empanadas. Ahí también diseñé el logo y pensamos el nombre, que estuvo claro desde el principio pero necesitaba su fuerza", sostuvo Alexis, quien maneja la parte de marketing del local.

"Profesionalizamos un emprendimiento que cada vez tenía más clientes y que nosotros nos dábamos cuenta de que podía tener mucho más éxito si poníamos orden y si nuestros amigos y familiares dejaban de darnos una mano en la cocina para contratar empleados. La informalidad de que esté la novia de uno o el hermano de otro fue lo primero que precisamos mutar. Eso nos permitió crecer", explicó Juan Manuel.

De un mechero en un lavadero a un local a la calle con un teléfono que suena cada 10 minutos, 6 personas trabajando en la cocina y en la atención, cuatro motos para llevar los pedidos y la música infaltable de fondo para que el lugar de trabajo se convierta en un ambiente en el que todos quieran estar. "Queremos que cualquiera opine, que tengan buena energía, que cuenten si les pasa algo. No concebimos otra forma de trabajar", añadió Tucho.

Los tres socios junto a “Lechu”, quien les maneja las redes sociales
Los tres socios junto a “Lechu”, quien les maneja las redes sociales

Del carnicero que les guardaba algo de carne al camión del frigorífico que deja 50 kilos por semana solo transcurrió un abrir y cerrar de ojos. Son tres amigos, con la ayuda de muchos más, que se turnan cada día para plasmar la misma pasión que adquirieron aquel miércoles en el que bien temprano emprendieron el primer viaje al mercado central. "No venimos todos los días los tres porque estar afuera también sirve para ver qué se está haciendo mal o qué se podría mejorar", advirtió Juan Manuel.

La transformación en años les parece tan impensada que de su nuevo local en Villa Urquiza prefieren acotar poco y nada: "Está todo encaminado. Pronto vamos a abrir nuestro segundo local. No lo podemos creer".

Cuando el reloj marca las 20 la persianas suben, las luces se encienden y la música suena. Una señora pasa por la puerta y les pregunta -con una sonrisa- por qué no están trabajando: "¿Qué hacen todos reunidos? Ah, les quería preguntar, el aviso para contratar a un empleado o a una empleada, ¿es para cualquier edad?". La mujer se despide entre risas confesando que aquí su debilidad se llama "bondiola a la cerveza, la empanada más rica que probé en mi vida". Una entre tantas de las que todavía no se cansan de comer. Porque aún cuando el hambre no llama, el sonido de la grasa crujiente les hace pensar que una empanada al disco siempre estará mejor.