No importa el horario o el espacio: las redes sociales están siempre a nuestro alcance. Las notificaciones llegan casi sin interrupción, independientemente de si nosotros estamos disponibles o no. En plataformas como Instagram, Twitter o TikTok siempre hay algo nuevo por descubrir, compartir o criticar. Si bien los principales usuarios de ellas son jóvenes y adolescentes, también una buena parte de la población adulta da likes y consume videos de su interés a través de alguna red social.
Hemos naturalizado el hecho de despertarnos e irnos a dormir con la misma compañía: un aparatito luminoso, colorido y ruidoso. Puede sonar ridículo, pero en ese pequeño dispositivo entra el mundo entero. O eso creemos. Incluso, llegamos a pensar que la realidad es lo que sucede online, mientras que lo que ocurre off line, si no se publica, no existe.
Es innegable que Internet nos resuelve una infinidad de problemas y que nos abre puertas interesantes, desde información sólida hasta conocimientos de zonas distantes. Teóricamente, encontrar trabajo, amigos o pareja, es mucho más sencillo una vez dentro del mundo digital. Sin embargo, el acceso ilimitado a la información así como la sobreestimulación constante parecen traernos conflicto, como todo exceso. El aspecto más afectado es la salud mental que se lleva, sin dudas, la que se lleva la peor parte.
Ahora bien, hay que advertir que estar en contra de las redes sociales, es estar en contra de la actualidad. ¡Nadie puede negar que las redes sociales llegaron para quedarse! De por sí, no son ni buenas ni malas para nuestra salud. Lo que hace la diferencia es cómo nos vinculamos con ellas. No hay que cambiar la tecnología, sino la forma en que la incorporamos a nuestras vidas.
¿Qué dicen las investigaciones?
Un estudio publicado en 2020 por el Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación en Psicología (CNEIP), investigó la relación entre la adicción a las redes sociales, la autoestima y la ansiedad en estudiantes universitarios, concluyendo que el uso desmedido de plataformas virtuales tiene efectos negativos en la salud emocional. Estos daños se manifiestan a través de una sensación de preocupación social, inquietud e hipersensibilidad, acompañada, a veces, por sintomatología vinculada a la ansiedad como el aumento del ritmo cardíaco y la sudoración.
Las redes sociales no duermen. Su ritmo acelerado e inmediato parece dejarnos una cuota de malestar que se intensifica con el tiempo. Ya no es necesario llegar a casa y encender la televisión, o entrar al auto y sintonizar con la radio para estar al tanto de las novedades de último momento. Basta con scrollear unos minutos en Instagram o Twitter para sentirnos asqueados de noticias, videos e imágenes que nadie nos preguntó si queremos ver. Pero ahí estamos, fieles a las plataformas, para sentirnos parte.
Hay algo evidente: recibimos mucha más información de la que elegimos recibir. Así, terminamos enterándonos de sucesos que no nos interesan, mientras nos autoconvencemos de que sí.
Por su parte, Víctor Daniel Gil Vera y Catalina Quintero López, docentes e investigadores de la Universidad Católica Luis Amigó, en Medellín, Colombia, señalaron que “el uso excesivo de redes sociales puede generar alteraciones emocionales por la visualización de información de alto impacto, estándares y prototipos de belleza, cantidad de reacciones a una publicación, ausencia de vínculos sociales reales, etcétera” (2021).
Esto nos hace pensar que, aunque las redes sociales prometían salvarnos de la soledad, el aburrimiento o el vacío, el consumo indiscriminado de contenido digital, en realidad, nos hace sentir más solos e insatisfechos que nunca. Tal como indica la psicóloga especialista en tecnología, Sherry Turkle, en su libro En defensa de la conversación, “la mera presencia de un teléfono a la vista, nos hace sentir menos conectados con los demás, menos implicados en la vida de los otros”.
De acuerdo con esta especialista, la hiperconexión hace que cada vez escapemos más de las conversaciones cara a cara. Lo que sucede es que la atracción que nos ofrece el plano virtual, nos resulta verdaderamente irresistible. Encontrar entretenimiento de forma inmediata seduce a cualquiera.
¿Cuál es el impacto de las redes sociales en los hábitos cotidianos?
Silenciar nuestros pensamientos con tecnología, parece ser, una elección acertada. La investigación publicada por CNEIP expone que el uso excesivo de Internet se ha convertido, en muchos casos, en un intento de huida ante situaciones desagradables. Sin embargo, termina resultando contraproducente ya que provoca un deterioro en la vida social y una inminente sensación de aislamiento. También los conflictos de relaciones de pareja se han incrementado con el uso de las redes sociales.
Por otro lado, los hábitos de la vida diaria se han ido transformando de forma considerable en las últimas décadas. En los jóvenes y adolescentes, los trastornos del sueño son cada vez más frecuentes y los hábitos de la conducta alimentaria se modifican de acuerdo a tendencias visibles en las redes. A su vez, la presión por cumplir con los estándares de belleza genera una sensación de insatisfacción difícilmente manejable.
El síndrome FoMO
Está claro que la porción de la vida que se comparte en las redes sociales parece mucho más interesante que la que no se comparte. En las stories de Instagram abundan los paseos emocionantes, los viajes exóticos, las comidas con un atractivo visual irresistible, las familias unidas y las parejas perfectas.
Con el panorama seductor que nos plantean las redes sociales, es fácil sentir que la propia vida sabe a poco. En comparación con lo que comparten nuestros amigos o conocidos en las plataformas, pasar una tarde de sábado tirado en el sillón mirando películas resulta bastante aburrido.
Pero, esa sensación de aburrimiento e insatisfacción surge, principalmente, después de revisar las redes y enterarnos de lo que están haciendo los demás. En paralelo, aparecen pensamientos que angustian y preocupan: “todos son más felices que yo”, “mi vida es muy poco interesante”, “la vida de los demás es mucho más divertida que la mía”.
El fenómeno FoMO (fear of missing out) es un término psicológico relativamente nuevo. Hace referencia a la sensación de angustia de estar perdiéndonos de algo interesante. Se trata del miedo de que el resto de las personas estén disfrutando algo que nosotros no. Un equipo de psicólogos británicos, definió al concepto como “la aprehensión generalizada de que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las que uno está ausente”.
Si bien esta sensación siempre existió, su aumento fue exponencial de acuerdo a la rapidez con la que avanza la tecnología. Hoy, más que nunca, las personas tenemos conocimiento de la vida de los demás casi con lujo de detalles. Podemos saber qué bares frecuentan, cómo es el lugar en el que viven, qué comen, cuáles son sus logros personales y dónde compran ropa personas que quizás no vimos jamás cara a cara. Todo a un click de distancia.
La sobrecarga de información nos lleva a una comparación social excesiva. Por tanto, la pregunta por el nivel de sentido de suficiencia de la propia vida, es tan habitual como invasiva. Y, seamos honestos; a no ser en casos excepcionales, la respuesta tiene siempre una connotación negativa: “mi vida es insuficiente”. En definitiva, este fenómeno engloba el miedo a la exclusión. A no sentirse parte de un grupo.
El FoMO genera muchas respuestas emocionales desagradables; la ansiedad es, definitivamente, la primera en aparecer. Y la que se dispara a niveles estratosféricos. A su vez, esta sensación de preocupación e insatisfacción nos puede llevar a comportamientos poco saludables como pasar demasiado tiempo conectado a las redes sociales, aceptar invitaciones a eventos a los que no queremos ir, o compararnos por default, aun con personas que llevan un estilo de vida que nada tienen que ver con aquello a lo que realmente aspiramos.
Pautas de prevención
En relación a esto, podemos destacar tres medidas que hacen la diferencia:
Aplicar el minimalismo digital: llevar un uso responsable de las redes sociales representa una de las principales medidas de prevención de ansiedad. Cal Newport, profesor de ciencias de la computación en la Universidad de Georgetown, EEUU, y experto en productividad y desarrollo personal, propone elegir una vida enfocada en un mundo ruidoso, adoptando una postura más consciente y deliberada en el uso de la tecnología.
Recomienda enfocarse en lo que realmente aporta valor para cada uno, decidiendo conscientemente lo que uno quiere consumir. Hacer pequeños cambios, como dejar de seguir a usuarios que no aportan nada significativo, pueden tener un impacto profundo en el bienestar.
Limitar el uso: Sherry Turkle destaca la importancia de moderar el uso de redes sociales (tanto en términos de tiempo como de frecuencia) y respetar espacios libres de pantallas para conectar con lo que está pasando aquí y ahora. Se trata de ofrecerse a sí mismo un detox digital siempre que sintamos que necesitamos un respiro.
Trabajar en la autoaceptación: la psicóloga especialista en tecnología también subraya que es fundamental hacer un trabajo de introspección para permitirnos ser quienes somos, teniendo en cuenta que la tecnología nos permite mostrar lo que queremos mostrar y editar eso que no nos gusta.
Contar con un espacio de psicoterapia puede ser de enorme utilidad para trabajar este aspecto y conseguir una vida más satisfactoria. De esta manera, ya no sentiremos la necesidad de retocar nuestras fotos, y el contenido de los demás dejará de generarnos frustración.
* La licenciada Marian Mammoliti (M.P. 1247) es psicóloga clínica, formada en Psicología Analítica Junguiana, terapia EMDR y mindfulness. Creadora del podcast Psicología al Desnudo y directora de Psi Mammoliti, clínica online de Salud Mental
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