La hora de les chiques

De repente, hijas, hijos, sobrinas/os pusieron sobre la mesa familiar cuestiones como educación sexual, discriminación y violencia de género. ¿Qué tal si escuchamos y aprendemos algo nuevo? 

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La hora de les chiques

por QUENA STRAUSS, periodista

Sonará francés o puede que catalán, pero nada que ver: se llama lenguaje inclusivo y mis sobrinas me retan si no lo uso cuando corresponde. Por caso, cuando en un mismo grupo hay chicas y chicos, porque según "elles" (así se dice) nada indica que deba preferirse la "o" por sobre la "a" en un grupo mixto.

Suena súper lógico, pero para quienes nos hemos criado en los rigores del "todos nosotros" en una sala repleta de maestras este nivel de sutileza sorprende. Y eso es lo bueno, porque desde que nenes y nenas, chicos y chicas se han puesto a pensar y a discutir estas cosas siento que el mundo se ha vuelto un poco mejor. Más justo, digamos. O, cuanto menos, más consciente de cómo la lengua nos formatea la cabeza y nos hace ver el mundo de un modo y no de otro.

Algunos ejemplos: los típicos chistes machistas de antaño ya no son bienvenidos en la mesa familiar, el "de eso no se habla" ya es parte del pasado y ciertas comodidades lingüísticas y sociales han pasado a ser historia.

De repente, cosas tan alevosamente obvias como que nadie puede tocar a una chica por la calle se volvieron dato de la realidad. Hoy, a la misma edad en la que yo me fumaba estoica las apoyadas y los arrinconamientos en el colectivo 62, mis sobrinas se plantan, increpan al tocador, hacen parar el bondi y le hacen pasar un papelón al desubicado de turno.

Bien por ellas, y bien por todos esos chicos que (como mi hijo y mis sobrinos) las acompañan, alientan y defienden en sus posiciones. Amo que entre todes vayan a terminar ganándole la partida hasta a la RAE, pero más amo todavía que estén imaginando un futuro en el que quepamos todos. ¡Perdón, todes!

Mesa debate

por LUIS BUERO, periodista ilustración VERÓNICA PALMIERI

Algunos padres se sorprenden porque de repente sus chiques y adolescentes se pusieron a debatir en la mesa familiar sobre cuestiones como educación sexual, discriminación y violencia de género. Me parece estupendo que esto suceda en el seno del hogar, cuando se realiza un diálogo constructivo, sereno, a veces con humor, respetando la opinión del otro y evitando (los adultos) el margen de ansiedad que a veces despierta cierto fanatismo inevitable de los más jóvenes.

Pero dejando de lado pañuelos verdes o celestes, críticas kirchneristas o macristas, la culpabilidad o inocencia de tal actor y otras yerbas… como seguro soy el mayorcito que escribe en esta revista, les voy a avisar a todos que esto no tiene nada de nuevo.

En 1970, cuando yo contaba con sólo 17 años, ya me había "comido" mucho tiempo atrás las discusiones entre mi papá y mi tío sobre Perón, mientras cenábamos los ravioles de la abuela. Pero lo peor no era eso: en una reunión de chicos/as que habíamos ganado un concurso literario de cuentos, algunos varones y muchachitas se cuestionaban si su deber moral era sumarse a la guerrilla urbana y a la clandestinidad o seguir con sus vidas normalmente. ¿Respiraron hondo?

Cuando la gente se escandaliza (entiendo que con razón) porque unos alumnos/as secundarios toman un colegio, yo me acuerdo tristemente cuando en 1975 menores de la misma edad pretendían tomar un destacamento militar. Y morían en el intento. Lamentablemente, ninguno comentó esto en la mesa familiar. Por eso prefiero esta mesa debate de hoy, esta interacción sociable, más sana y abierta.

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