La Iglesia y la Marcha del Orgullo LGBT+

“Mi sexualidad no limita mi fe”, fue el mensaje que buscó transmitir la comunidad Centu

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Comunidad Centu
Comunidad Centu

El Papa Francisco suele decir que la Iglesia “no es una aduana sino una casa paterna donde hay lugar para todos”. En un mundo donde a veces pareciera que hay que pararse firme en un bando y apuntar contra el que está enfrente, descubrir y aceptar que alguien tiene una sexualidad diversa es para muchos un punto de tensión con otro aspecto de la vida como la fe y la pertenencia a una comunidad religiosa.

Ese fue para muchos el punto de encuentro que derivó en la formación de Centu: una comunidad que busca acompañar a personas en su diversidad sexual y en su espiritualidad, para caminar juntos mientras cada uno encuentra la forma de vivir su autenticidad. Unos de los fundadores del Grupo, Santiago Mugica decía: “Empezamos Centu como un grupo de amigos que se reunía a charlar sobre su sexualidad, la gran mayoría católicos con participación activa en la Iglesia. Sentíamos que nos faltaban herramientas para conciliar la dimensión espiritual con la dimensión sexo-afectiva y tampoco encontrábamos entornos dentro del mundo LGBT+ donde fuéramos respetados en nuestras búsquedas”. Después de tres años de caminar y crecer juntos como comunidad tomamos la decisión de participar de espacios que al principio eran impensados, como la Marcha del Orgullo. Nuestra participación en la feria de la marcha fue una experiencia muy movilizante”.

En el stand que tuvieron en Plaza de Mayo, invitaron a la Iglesia a ser parte, hubo cuatro sacerdotes bendiciendo a los presentes, y la hermana carmelita Mónica Astorga, reconocida por su trabajo constante junto al colectivo trans. A su vez, el stand contaba con un espejo donde se leía la frase “Dios me ama como soy”. En un mundo donde abundan las grietas, una propuesta sobresale: tender puentes. La consigna era invitar a la reflexión sobre lo importante de abrir puertas para salir al encuentro, y al rato de comenzar la actividad se enteraron de que el arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Jorge García Cuerva, había sacado las vallas y dejado abierta intencionalmente la Catedral de Buenos Aires por primera vez en muchos años. Este gesto puede parecer muy simple, pero históricamente la Catedral se vallaba y era objeto de vandalismos e inscripciones.

Con esa convicción, en esta Marcha del Orgullo decidieron llevar un mensaje a la sociedad que les hubiera gustado escuchar en un principio: “Mi sexualidad no limita mi fe”. El Padre Hugo Alvarez de la Diócesis de San Isidro, ha acompañado el crecimiento de este grupo, que cuando se fue haciendo más numeroso comenzó a reunirse en el Colegio Marín, también en la formación de grupos en el interior del País.

Decía el Padre Hugo: “Es la tercera vez que participo con la Comunidad Centu de la Marcha. Si bien, en cada una mi participación fue creciendo; desde simplemente estar, hasta ofrecer bendecir a cada persona que se acercaba al stand ubicado en la Plaza de Mayo, la actitud que siempre viví fue la misma, sentirme “bienvenido”. La primera vez que fui, mientras iba acercándome sentía que tenía que vivirlo desde una actitud “contemplativa”, o sea, ver más allá que lo que veía y escuchar más allá de lo que oía. No juzgar, sino contemplar, ver, escuchar. Esto me ayudó muchísimo en las Marchas siguientes. En lo personal y como Comunidad Centu creo que se puede hacer, en pequeño, realidad la parábola de la levadura en la masa, lo que aparentemente se pierde en la masa logra hacerla crecer como un signo del Reino, pudiendo hacer viva la cultura del encuentro a la cual nos invita Francisco”.

Marcha del Orgullo LGBT+ (Ariel Torres)
Marcha del Orgullo LGBT+ (Ariel Torres)

Le preguntaba al Padre Hugo: ¿Por qué crees que “el Centu” es un grupo profético? “La historia de cada profeta, es, en primer lugar, una historia de alcance y rendición. Por eso a todos ellos les cuadra el calificativo de “alcanzados”. La Palabra de Dios los “alcanza”, se les impuso, se apoderó de ellos y se instaló en sus entrañas. El profeta es un hombre que da testimonio vivo de Dios. La experiencia profética trae consigo una alteración, el Profeta es un hombre alterado. Ahora siente, ve, oye, se comunica desde Otro, con otra mirada, otro oído, otra voz. En el profeta se da una especie de asimilación de la vida emocional de Dios, se trata de una simpatía (empatía, diríamos hoy), de una identificación emocional con el sentir y el querer de Dios. Palabra con un contenido frecuentemente “diverso”, a un pueblo de corazón endurecido y resistente. No habla desde el poder de la institución, sino desde la debilidad del carisma; representa la preponderancia del individuo dominado por Dios, frente a todo sistema de posesión de lo divino. Y acá es donde, personalmente veo y descubro “lo profético del Centu”. Anuncia, pone a la luz, transparenta, el “sentir de Dios”, la Buena Noticia de Jesús: “Toda persona es digna”.

¿Por qué puedo afirmar esto? Por los “frutos”. Gente que vuelve a creer en ellas y en su dignidad; gente que recupera su confianza en un Dios que lo ama siendo quien es (sin rótulos ni exigencias de cambio; tan sólo, confiar en Él); gente que descubre que puede recuperar un lugar de pertenencia sin sentirse juzgado; gente que es abrazada y recibida; gente que se anima a hablar; gente que se anima a construir un proyecto de amor comprometido con otra persona (sin sentirse mal, al contrario, sintiendo que puede realizarse como persona); gente que puede vivir y celebrar su fe en comunidad (sea cual sea la religión con la cual se identifica); gente que, por años vivió oculta, y ahora, ya grandes, encuentra esa libertad de “poder ser”; gente que es valorada y acompañada en sus tiempo, sobre todo, en los interiores (su proceso es personal, nadie los apura); gente que tiene derechos; gente que puede “visibilizarse”, sentirse “orgullosa”; y así, sigue la lista de lindas experiencias que, este tiempo de “el Centu” está regalando” nos decía.

Uno de los más entusiastas coordinadores de Centu, Teby Mentuit, declaraba: “Oportunidades atrás, ya habíamos participado invitado a la reflexión: ¿Es posible el diálogo con aquella persona que siente, piensa y es totalmente distinta a nosotros? ¿Celebramos la diversidad incluso cuando nos incomoda, cuando nos duele?”. Eso preguntábamos a los que visitaban nuestro stand. Por supuesto que todas las respuestas eran positivas. El desafío fue cuando compartíamos que nuestra propuesta de diálogo incluía también a la Iglesia. Entonces venían los reparos. ¡Es que de verdad necesitamos encontrarnos todos! Y si hay que construir un puente sobre la grieta que separa comunidad LGBT+ de la Iglesia, ¡allá vamos por ello! Qué lindo saber que, después de dudarlo un poco, muchas personas confirmaban su convicción de salir al encuentro. Esta vez, y respetando las formas características de la marcha, sumamos al stand nuestra propia carroza, llena de colores, guirnaldas y un mensaje: ‘Mi sexualidad no limita mi fe’ que se leía desde lejos. Abajo de la carroza, muchos jóvenes y familias se sorprendían de nuestra iniciativa que lejos de anular sexualidad o fe, las intenta integrarlas armoniosamente. Arriba, una comunidad diversa sexual y espiritualmente de fiesta, celebrando que lo distinto nos enriquece, que ‘hay que recibir la vida como viene’, que si personas tan distintas entre nosotros pudimos marchar (¿o peregrinar?) juntos, no es inalcanzable el sueño de que esto ocurra también institucionalmente. Son este tipo de gestos, es este el tono, ésta la cultura con la que CENTU quiere ser signo de encuentro para el mundo, que demanda reconciliarse”.

Sé que muchos se alegrarán al leer estas líneas, otros se escandalizarán, pensando que todo está perdido. A mí me resuena la pregunta que le hacían en su tiempo a Jesús: ¿por qué tu maestro come con publicanos y pecadores? Con gente que estaba afuera de la corrección religiosa. Hace unos día leyendo el libro El Cristo interior del padre Javier Melloni, un párrafo llamó mi atención y quisiera compartirlo con ustedes a modo de cierre y reflexión: “La Iglesia es un jardín con sorpresas donde germinan semillas antiguas que en su día no lo hicieron pero que no murieron, y donde árboles de antaño son hoy leños olvidados. La Iglesia es más grande que ella misma, pero no lo sabe. Pone límites a sus posibilidades, siempre lo ha hecho. Pero las semillas del evangelio no saben de estas demarcaciones, y por ello hay Iglesia más allá de la Iglesia, como hay Evangelio más allá del texto y hay Cristo naciendo en todo corazón desalojado de sí mismo”.

Bienaventurados sean quienes se animan a compartir su fe, haciéndole ver al otro que puede recuperar la suya.

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